Reseña biográfica

Poeta, filósofo y pintor indio nacido en Calcuta en 1861.
Hijo de un líder Brahmo Samaj, fue el menor de catorce hermanos. Recibió la educación básica en casa donde existió un gran ambiente intelectual.
A los diecisiete años fue enviado a Inglaterra para completar su educación; sin embargo, interrumpió los estudios cuando asistía a University College de Londres y regresó a su país para matricularse en escuela experimental en Shantiniketan. La primera parte de su obra está contenida en "Carta de un viajero en Europa" 1881, "Canciones del atardecer" 1882 y "El despertar de la fuente" 1882. Después de su matrimonio en 1883, continuó su larga carrera literaria, destacándose especialmente como poeta, con obras como "Gitanjali" 1912, "El Jardinero" 1913, "Luna Creciente" 1913, "Punashcha" 1932, "Shes Saptak" 1935, y "Patraput" 1936.
En 1912 regresó a Londres, en 1913 recibió el Premio Nobel de Literatura y en 1915 fue nombrado  Caballero por el Rey Jorge V.
Falleció el 7 de agosto de 1941.     ©



 

Amplia selección de la obra de Rabindranath Tagore:

 

Muchos de los textos que aquí aparecen, pertenecen a la Edición de la Editorial  Aguilar (Biblioteca Premios Nobel),
versión de  Zenobia Camprubi de Jiménez, esposa del poeta Juan Ramón Jiménez.

Cuando nuestros ojos se encontraron a través del seto...
El jardinero  (fragmentos)  
El último trato
Gitanjali     ( fragmentos )
Gitanjali  (otra versión)
Juguetes
Las flores de la primavera salen...
Me dijo bajito: amor mío, mírame en los ojos...
Me parece amor mío, que antes de rayar el día de la vida...
No puedo ofrecerte una sola flor
Pájaros perdidos
Para que yo no te conozca tan pronto, juegas conmigo...
Perdóname hoy mi impaciencia, amor mío
Puse en mi bandeja cuanto tenía, y te lo di...
Ramillete

Regalo de amante
Si acaso piensas en mí, te cantaré cuando el anochecer lluvioso...
Soñé que estaba ella sentada en mi cabecera...
Te amo, perdóname mi amor
Te cojo las manos, y mi corazón, buscándote a ti...

     
Versiones, paráfrasis y recreaciones:       

1. Laúd de amor        
La estrella
Canción
Voto
La ventana
Canción 2
El río
Soledad
La carta

2. Reino dorado        
Los niños
Arrullo
La madre canta

3. Las cosas y el espíritu      
La belleza
Invocación a la noche
La luz
El fuego
La vida
Canción 3
El camino
En el límite de la mañana

4. Amor          
Amor
Imagen de la vida
El aventurero
El poeta

5. Canciones a lo divino        
Cancioncilla
Oración
El dueño
El guía
El viaje
El que espera
La promesa
La oración
El cantador
El discípulo
Oración 2
El último viaje

5. Apólogos          
Apólogo del misterio
Apólogo de la perfección
Apólogo de la esperanza en Dios
Apólogo de la gracia
Satyakama
El tesoro
Sanatan
El templo
El esposo
Upagupta
El brazalete

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Cuando nuestros ojos se encontraron a través del seto...

Cuando nuestros ojos se encontraron a través del seto,
pensé que iba a decirle alguna cosa; pero ella se fue.
Y la palabra que yo tenía que decirle se mece día y noche,
como una barca, sobre la ola de cada hora.
Parece que navega en las nubes de otoño, en un ansia sin fin;
que florece en flores de anochecer,
y busca en la puesta del sol su momento perdido.
Chispeaba la palabra, como las luciérnagas, por mi corazón,
buscando su sentido en el crepúsculo de la desesperanza;
la palabra que yo tenía que decirle.

 

 

El jardinero (fragmentos)

20
"Día tras día, viene y se vuelve a ir. Anda, hermana, dale esta flor de mi pelo. Y si pregunta quién se la manda,
no se lo digas, que sólo viene y se va.
Míralo allí, sentado en la tierra, bajo el árbol. Ve, hermana, y tiéndele una alfombra de hojas y flores, que sus ojos
están tristes y llenan de pesar mi corazón. Nunca dice lo que está pensando, sólo viene y se va".

21
Por qué se sentó a mi puerta con el alba? Cada vez que salgo o entro, tengo que pasar a su lado; y mis ojos,
cada vez, se prenden en sus ojos.
No sé si hablarle o no. ¿Por qué se sentó a mi puerta? ¡Qué negra la noche nublada de julio! ¡Qué suave el azul
del cielo en otoño! Los días de la primavera, ¡qué inquietos al viento del Sur!... Las canciones que él canta
tienen cada vez una melodía.
Y se me nublan los ojos, y tengo que dejar mi trabajo...
¿Por qué se sentó a mi puerta?

22
Pasó, ligera, por mi lado, y el borde de su falda me tocó...
Y de la isla ignorada de un corazón vino a mí no sé qué súbito aliento cálido de primavera...
Como la hoja de una flor, traída y llevada por la brisa, un ala rápida me rozó un instante y se perdió al punto...
Fue en mi corazón como un suspiro de su cuerpo, como un susurro de su corazón.

23
¿Por qué estás ahí sentada, sonando tus pulseras vanamente? ¡Anda y llena tu cántaro, que es hora ya de que
vuelvas a casa!
¿Por qué palmoteas el agua con tus manos, los ojos al camino, vanamente? ¡Anda y llena tu cántaro y vuélvete
a casa!
La mañana está pasando y el agua oscura se va. Y las olas se ríen y se hablan entre sí vanamente.
Sobre el alcor, las nubes errantes se acumulan. Se paran, te miran la cara y se sonríen vanamente. ¡Anda y llena
tu cántaro, y vuélvete a casa!

24
¡No me escondas tú el secreto de tu corazón! ¡Dímelo a mí, que soy tu amigo, solo a mí!... Dímelo tan dulce
como te sonríes, que no lo oirán mis oídos, sino mi corazón.
La noche es profunda; está la casa silenciosa; el sueño amortaja los nidos de los pájaros... ¡Anda, dime tú, en un
llorar vacilante, en un tímido sonreír, en una dulce vergüenza, en un dolor dulce, el secreto de tu corazón!

25
-Ven, hombre, no nos engañes. ¿Por qué brillan tus ojos así locos?
-Bebí no sé qué zumo de adormidera, y no sé qué locura es esta que tengo en mis ojos...
-¿No te da vergüenza?
-¿Y qué? Hay sabios y hay necios. Unos se vigilan y otros son descuidados. Hay ojos que se ríen y hay ojos
que lloran .. Y yo tengo en mis ojos la locura.
-¿Qué haces ahí, hombre, siempre en pie a la sombra de ese árbol?
-Mis pies no pueden con mi corazón, y estoy aquí, quieto, a la sombra.
-¿No te da vergüenza?
-Bueno. Unos corren y otros se entretienen. Hay quien está libre y hay encadenados. Y mis pies no pueden con
mi corazón.

26
-Sólo te pido lo que quieras darme.
-Sí, sí; ya te conozco, mendiguito satisfecho; ya sé que quieres cuanto tengo.
-Si te sobra una florecilla, dámela para mi corazón.
-¿Y si la flor tiene espinas?
-¡Dame también las espinas!
-Sí, sí; ya te conozco, mendiguito satisfecho; ya sé que quieres cuanto tengo.
-Si levantaras tus ojos amantes a mis ojos una vez, mi vida sería dulce más allá de la muerte.
-¿Y si solo tuviesen miradas crueles?
-¡Para siempre quedarán clavadas en mi corazón!
-Sí, sí; ya te conozco, mendiguito satisfecho; ya sé que quieres cuanto tengo.

27
-No cierres tu corazón al amor porque te dé tristeza, y ten esperanza.
-¡Qué oscuro hablas! No te puedo comprender...
-El corazón no puede darse sino en lágrimas o canción...
-¡Qué oscuro hablas! No te puedo comprender...
-Breve es el placer, como una gota de rocío, y mientras ríe, se muere. La pena, en cambio,
es larga y permanece... ¡Que el amor triste despierte en tus ojos!
-¡Qué oscuro hablas! No te puedo comprender...
-Por no esperar en capullo, entre la nieve eterna del invierno, el loto se abre al sol
y pierde cuanto tiene...
-¡Qué oscuro hablas! No te puedo comprender. ..

28
Tus ojos me preguntan tristes y quieren ahondar en mi
sentido como la luna en el mar.
Sin esconder ni retener nada, te he desnudado mi vida, desde el principio hasta el fin.
¡Por eso no me conoces!
Si yo fuera solo una joya, podría partirme en mil pedazos y hacerte una sarta para el cuello.
Si yo fuera solo una florecilla redonda y dulce, podría arrancarme de mi tallo y ponerme en tu pelo.
Pero ¿dónde están, amor, los confines de mi corazón?
Tú no conoces bien mi reino, aunque seas su emperadora. Si esto fuera solo un momento de placer,
florecería en una sonrisa fácil y tú podrías verla y comprenderla en un instante.
Si fuera esto solo un dolor, se derretiría en claras lágrimas y tú verías lo más hondo de su secreto
sin hablar él una palabra. Pero esto es el amor. Su dolor y su placer no tienen límites,
y son sin fin en él necesidades y tesoros. Está cerca de ti como tu vida misma, amor mío,
¡pero tú nunca podrás llegar a conocerlo del todo!

29
¡Háblame, háblame! ¡Dime en palabras lo que has cantado!

...¡Qué oscura está la noche! Las estrellas se hanperdido entre las nubes y el viento anda por las hojas...
Soltaré mis cabellos. Como otra noche me envolverá mi manto azul. Cogeré tu cabeza contra mi pecho,
y, en nuestra dulce soledad, hablaré bajo, junto a tu corazón... Cerraré mis ojos para oírte.
No te miraré a la cara .
Cuando tú hayas concluido, nos quedaremos los dos mudos y quietos. Solo se oirán los árboles en la sombra...
Palidecerá la madrugada y el día se irá abriendo. Nos miraremos en los ojos y cada uno se irá por su camino ...
¡Háblame, háblame! ¡Dime en palabras lo que has cantado!

30
Tú eres la nube crepuscular del cielo de mis fantasías.
Tu color y tu forma son los del anhelo de mi amor.
Eres mía, eres mía, y vives en mis sueños infinitos.
Tienes los pies sonrojados del resplandor ansioso de mi corazón,
¡segadora de mis cantos vespertinos!
Tus labios agridulces saben a mi vino de dolor. Eres mía,
eres mía, y vives en mis sueños solitarios.
Mi pasión sombría ha oscurecido tus ojos,
¡cazadora del fondo de mi mirada! En la red de mi música
te tengo presa, amor mío. Eres mía, eres mía,
y vives en mis sueños inmortales.

Paráfrasis del poema 30 de "El jardinero" por Pablo Neruda

En mi cielo al crepúsculo eres como una nube
y tu color y forma son como yo los quiero.
Eras mía, eres mía, mujer de labios dulces
y viven en tu vida mis infinitos sueños.

La lámpara de mi alma te sonrosa los pies,
el agrio vino mío es más dulce en tus labios,
oh segadora de mi canción de atardecer,
cómo te sienten mía mis sueños solitarios!

Eres mía, eres mía, voy gritando en la brisa
de la tarde, y el viento arrastra mi voz viuda.
Cazadora del fondo de mis ojos, tu robo
estanca como el agua tu mirada nocturna.

En la red de mi música estás presa, amor mío,
y mis redes de música son anchas como el cielo.
Mi alma nace a la orilla de tus ojos de luto.
En tus ojos de luto comienza el país del sueño.

 

 

El último trato

Una mañana iba yo por la pedregosa carretera,
cuando espada en mano, llegó el Rey en su carroza.
"¡Me vendo!", grité. el Rey me cogió de la mano y me dijo:
"Soy poderoso, puedo comprarte." Pero de nada le valió su poderío
y se volvió sin mí en su carroza.

Las casas estaban cerradas en el sol del mediodía
y yo vagaba por el callejón retorcido
cuando un viejo cargado con un saco de oro me salió al encuentro.
Dudó un momento, y me dijo: "Soy rico, puedo comprarte." 
Una a una ponderó sus monedas. Pero yo le volví la espalda y me fui.

Anochecía y el seto del jardín estaba todo en flor.
Una muchacha gentil apareció delante de mí, y me dijo:
"Te compro con mi sonrisa." Pero su sonrisa palideció
y se borró en sus lágrimas. Y se volvió sola otra vez a la sombra.

El sol relucía en la arena y las olas del mar rompían caprichosamente.
Un niño estaba sentado en la playa jugando con las conchas.
Levantó la cabeza y, como si me conociera, me dijo:
"Puedo comprarte con nada." Desde que hice este trato jugando, soy libre.


 

 

Gitanjali     ( Fragmentos )

I
No te atormentes por su corazón, corazón mío;
déjalo en la oscuridad. ¿Qué se yo si su belleza es sólo
de su cuerpo, y su sonrisa sólo de su cara? Déjame
aceptar sin preguntas este sencillo sentido
de sus miradas, y ser así feliz.

II
Igual me da si es un manto de ilusión el que sus brazos tejen
alrededor de mí, porque el manto es rico y raro;
y al engaño se le puede sonreír, y olvidarlo.


III
No te atormentes por su corazón, corazón mío; conténtate
si la música es verdadera, aunque no se pueda fiar en la palabra;
disfruta de la gracia que danza, como un lirio, sobre la mentirosa
superficie ondeante, y sea lo que fuere de lo que vive allá en el fondo.

IV
Deseaste mi amor, y, sin embargo, no me amabas.
Por eso mi vida se cuelga de ti como una cadena,
que te grita y se te aferra, más dura
cuanto más luchas por ser libre.

V
Mi desesperación ha llegado a ser tu compañera mortal,
y se agarra al más leve de tus favores, pretendiendo arrastrarte
hasta la caverna de las lágrimas.
Has destrozado mi libertad, y, con su ruina, te has
fabricado tu propia prisión.

VI
No supe lo que hacía un momento y vine.
Pero alza tus ojos que yo vea si queda aún alguna sombra
de los días pasados, una pálida nube, ya sin lluvia, en el horizonte.
Sopórtame un momento¡ aunque yo no sepa lo que hago.

VII
Las rosas están todavía en capullo, y no saben aún
cómo descuidamos coger flores este verano.
La estrella de la mañana tiene todavía el mismo
silencio palpitante; la luz primera está enredada aún
en las enredaderas que cuelgan de mi ventana,
como en aquellos días pasados.
Olvidé un momento que todo había cambiado, y vine.


VIII
Olvidé si tú me avergonzaste alguna vez, volviéndome
tu cara cuando yo te desnudaba mi corazón.
Sólo recuerdo las palabras que tropezaron en el temblor de tus labios;
las sombras de arrebatada pasión de tus ojos oscuros, como las alas
de un pájaro que busca su nido en el crepúsculo.
Olvidé que tú te acordabas, y vine.


IX
Esta mañana mi despertar fue dichoso, porque vi a mi amor.
El cielo era una sola alegría, y mi vida y mi juventud se consumaron.
Hoy mi casa es de verdad mi casa, y mi cuerpo mi cuerpo.
La suerte me ha sido amiga, y mis dudas se disipan.
¡Pájaros, cantad vuestra canción mejor!
¡Luna, derrama tu luz más bella!
¡Dispara, a millones, tus flechas, dios del amor!

 

 

Gitanjali  (Otra versión)

1
Fue tu voluntad hacerme infinito. Este frágil vaso mío tú lo derramas una y otra vez, y lo vuelves a llenar con nueva vida.
Tú has llevado por valles y colinas esta flautilla de caña, y has silbado en ella melodías eternamente nuevas.
Al contacto inmortal de tus manos, mi corazoncito se dilata sin fin en la alegría, y da vida a la expresión inefable.
Tu dádiva infinita sólo puedo recogerla con estas pobres manitos mías. Y pasan los siglos, y tú sigues derramando,
y siempre hay en ellas sitio que llenar.


2
Cuando tú me mandas que cante, mi corazón parece que va a romperse de orgullo. Te miro y me echo a llorar.
Todo lo duro y agrio de mi vida se me derrite en no sé qué dulce melodía, y mi adoración tiende sus alas, alegre
como un pájaro que va pasando la mar.
Sé que tú complaces en mi canto, que sólo vengo a ti como cantor. Y con el fleco del ala inmensamente abierta
de mi canto, toco tus pies, que nunca pude creer que alcanzaría.
Y canto, y el canto me emborracha, y olvido quien soy, y te llamo amigo, a ti que eres mi señor.


3
¿Cómo cantas Tú, Señor? ¡Siempre te escucho mudo de asombro!
La luz de tu música ilumina el mundo, su aliento va de cielo a cielo, su raudal santo vence todos los pedregales y sigue,
en un torbellino, adelante.
Mi corazón anhela ser uno con tu canto, pero en vano busca su voz. Quiero hablar, pero mi palabra no se abre en melodía;
y grito vencido. ¡Ay, cómo envuelves mi corazón en el enredo infinito de tu música, Señor!


4
Quiere tener mi cuerpo siempre puro, vida de mi vida, que has dejado tu huella viva sobre mí.
Siempre voy a tener mi pensamiento libre de falsía, pues tú eres la verdad que ha encendido la luz de la razón en mi frente.
Voy a guardar mi corazón de todo mal, y a tener siempre mi amor en flor, pues que tú estás sentado en el sagrario
más íntimo de mi alma.
Y será mi afán revelarte en mis acciones, pues que sé que tú eres la raíz que fortalece mi trabajo.


5
Sé indulgente conmigo un momento, y déjame sentarme a tu lado, que luego terminaré lo que estoy haciendo.
Mi corazón, si no te ve, no tiene sosiego, y mi trabajo es como un afán infinito en un fatigoso mar sin playas.
El verano ha venido hoy a mi ventana, zumbando y suspirando, y han venido las abejas, trovadores en la corte del bosque florecido.
Es el tiempo de sentarse quieto frente a ti, el tiempo de cantarte, en un ocio mudo y rebosante, la ofrenda de mi vida.


6
Anda, no esperes más; toma esta florcita, no se mustie y se deshoje.
Quizás no tengas sitio para ella en tu guirnalda; pero hónrala, lastimándola con tu mano, y arráncala, no sea que se acabe
el día sin que yo me dé cuenta; y se pase el tiempo de la ofrenda.
Aunque su color sea tan pobre, y tan poco su olor, ¡anda, ten esta flor para ti, arráncala ahora que es tiempo!


7
Mi canción, sin el orgullo de su traje, se ha quitado sus galas para ti. Porque ellas estorbarían nuestra unión, y su campanilleo ahogaría nuestros suspiros.
Mi vanidad de poeta muere de vergüenza ante ti, Señor, poeta mío. Aquí me tienes sentado a tus pies. Déjame sólo
hacer recta mi vida y sencilla, como una flauta de caña, para que tú la llenes de música.


8
El niño vestido de príncipe, colgado de ricas cadenas, pierde el gusto de su juego, porque su atavío le estorba a cada paso.
Por temor a rozarse o a empolvarse, se aparta del mundo, y no se atreve ni siquiera a moverse.
Madre, ¿gana él algo con ser esclavo de ese lujo que le aparta del polvo saludable de la tierra, que le roba el derecho de entrar
en la gran fiesta de la vida de todos los hombres?


9
¡Necio, que intentas llevarte sobre tus propios hombros! ¡Pordiosero, que vienes a pedir a tu propia puerta!
Deja todas las cargas en las manos de aquel que puede con todo, y nunca mires atrás nostálgico.
Tu deseo apaga al punto la lámpara que toca con su aliento. ¡No tomes sus dádivas malsanas con manos impuras!
¡Recoge sólo lo que te ofrece el amor sagrado!


10
Tienes tu escabel, y tus pies descansan, entre los más pobres, los más humildes y perdidos.
Quiero inclinarme ante ti, pero mi postración no llega nunca a la cima donde tus pies descansan entre los más pobres,
los más humildes y perdidos.
El orgullo no puede acercarse a ti, que caminas, con la ropa de los miserables, entre los más pobres,
los más humildes y perdidos.
Mi corazón no sabe encontrar su senda, la senda de los solitarios, por donde tú vas entre los más pobres,
los más humildes y perdidos.


11
Deja ya esa salmodia, ese canturreo, ese pasar y repasar rosarios. ¿A quién adoras, di, en ese oscuro rincón solitario
del templo cerrado? ¡Abre tus ojos, y ve tu Dios no está ante ti!
Dios está donde el labrador cava la tierra dura, donde el picapedrero pica la piedra; está con ellos, en el sol y en la lluvia,
lleno de polvo el vestido. ¡Quítate ese manto sagrado y baja con tu Dios al terruño polvoriento!
¿Libertad? ¿Donde quieres encontrar libertad? ¿No se ha atado él mismo, lleno de alegría a la Creación?
¡Sí, él está atado a nosotros todos para siempre!
¡Sal ya de tu éxtasis, déjate ya de flores y de incienso! ¿Qué importa que tus ropas se manchen o se andrajen?
¡Ve a su encuentro, ponte a su lado, y trabaja, y que sude tu frente!


12
¡Cuánto tiempo dura mi viaje, y qué largo es mi camino!
Salí en la carroza del primer albor, y caminé a través de los desiertos de los mundos,
dejando mi rastro por las estrellas infinitas.
La ruta más larga es la que sale más pronto a ti, y la más complicada enseñanza no lleva sino a la perfecta sencillez
de una melodía.
El viajero tiene que llamar, una tras otra, a todas las puertas extrañas para llegar a la suya; ha de vagar por todos
los mundos de afuera, si quiere llegar al fin a su santuario interior.
Mis ojos erraron por todos los confines antes de que yo los cerrara diciendo: "Aquí estás". Y el grito y la pregunta:
"¡Ay!, ¿dónde?", se derriten en las lágrimas de mil raudales y ahogan el mundo con el desbordamiento de su "¡Yo soy!".


13
La canción que yo vine a cantar, no ha sido aún cantada.
Mis días se me han ido afinando las cuerdas de mi arpa; pero no he hallado el tono justo, y las palabras no venían bien.
¡Sólo la agonía del afán en mi corazón!
Aún no ha abierto la flor, sólo suspira el viento.
No he visto su cara, ni he oído su voz; sólo oí sus pasos blandos, desde mi casa, por el camino.
Todo el día interminable de mi vida me lo he pasado tendiendo en el suelo mi estera para él; pero no encendí la lámpara,
y no puedo decirle que entre.
Vivo con la esperanza de encontrarlo; pero ¿cuándo lo encontraré?


14
Mis deseos son infinitos, lastimeros mis clamores; pero tú me salvas siempre con tu dura negativa.
Y esta recta merced ha traspasado de parte a parte mi vida.
Día tras día me haces digno de los dones grandes y sencillos que me diste sin yo pedírtelos, el cielo y la luz, mi cuerpo,
mi vida y mi entendimiento; y me has salvado, día tras día, del escollo de los deseos violentos.
A veces me retardo lánguido, a veces me despierto y me desvivo en busca de mi fin; pero tú, cruel, te escondes de mí.
Día tras día, a fuerza de rehusarme, de librarme de los peligros del deseo débil y vago,
me estás haciendo digno de ser tuyo del todo.


15
Estoy aquí para cantarte. Mi rinconcito está en este salón tuyo.
Nada tengo que hacer en este mundo tuyo; mi vida inútil no sabe más que saltar en melodías sin razón.
Cuando en el oscuro templo de la medianoche dé la hora de adorarte en silencio,
¡mándame que te venga a cantar, maestro mío!
Cuando el arpa de oro esté afinada en el aire matutino, ¡hónrame tú ordenando mi presencia!


16
Fui invitado a la fiesta de este mundo, y así mi vida fue bendita. Mis ojos han visto, y oyeron mis oídos.
Mi parte en la fiesta fue tocar este instrumento; y he hecho lo que pude.
Y ahora te pregunto: ¿no es tiempo todavía de que yo pueda entrar, y ver tu cara, y ofrecerte mi saludo silencioso?


17
Sólo espero al amor para entregarme al fin en sus manos. Por eso es tan tarde, por eso soy culpable de tantas distracciones.
Vienen todos, con leyes y mandatos, a atarme a la fuerza; pero yo me escapo siempre,
porque sólo espero al amor para entregarme, al fin, en sus manos.
Me culpan, me llaman atolondrado. Sin duda tienen razón.
Terminó el día de feria, y todos los tratos están ya hechos. Y los que vinieron en vano a llamarme, se han vuelto, coléricos.
Sólo espero al amor para entregarme al fin en sus manos.


18
Las nubes se amontonan sobre las nubes, y oscurece. ¡Ay, amor! ¿por qué me dejas esperarte, solo en tu puerta?
En el afán del mediodía, la multitud me acompaña; pero en esta oscuridad solitaria, no tengo más que tu esperanza.
Si no me enseñas tu cara, si me dejas del todo en este abandono, ¿cómo voy a pasar estas largas horas lluviosas?
Miro la lejana oscuridad del cielo, y mi corazón vaga gimiendo con el viento sin descanso.


19
Si no hablas, llenaré mi corazón de tu silencio, y lo tendré conmigo. Y esperaré, quieto, como la noche en su desvelo
estrellado, hundida pacientemente mi cabeza.
Vendrá sin duda la mañana. Se desvanecerá la sombra, y tu voz se derramará por todo el cielo, en arroyos de oro.
Y tus palabras volarán, cantando, de cada uno de mis nidos de pájaros, y tus melodías estallarán en flores,
por todas mis profusas enramadas.


20
Aquel día en que abrió el loto, mi pensamiento andaba vagabundo, y no supe que florecía.
Mi canasto estaba vacío, y no vi la flor.
Sólo de vez en cuando, no sé qué tristeza caía sobre mí; y me levantaba sobresaltado de mi sueño, y olía un rastro
dulce de una extraña fragancia que erraba en el viento del sur.
Su vaga ternura traspasaba de dolor nostálgico mi corazón. Me parecía que era el aliento vehemente del verano
que anhelaba completarse.
¡Yo no sabía entonces que el loto estaba tan cerca de mí, que era mío, que su dulzura perfecta había florecido
en el fondo de mi propio corazón!


21
¿Cuándo echaré mi barca a la mar? Las horas lánguidas se me pasan en la orilla ¡ay!
La primavera acabó de florecer y se ha ido. Y cargado de vanas flores marchitas, espero y tardo.
Se han puesto las olas clamorosas, y en la vereda en sombra de la orilla, las hojas amarillas aletean y caen.
¿Qué miras, di, en el vacío? ¿No sientes estremecerse el aire de una canción lejana que viene, flotando, de la otra orilla?


22
En la profunda oscuridad de julio lluvioso, tú vas caminando en secreto, mudo como la noche, evitando a los que te vigilan.
Hoy, la mañana ha cerrado sus ojos, sin hacer caso de la insistente llamada del huracán del este,
y un espeso manto ha caído sobre el azul siempre alerta del cielo.
Los bosques han dejado de cantar, las puertas de las casas están todas cerradas.
Tú eres el transeúnte solitario de la calle desierta.
¡Único amigo mío, mi más amado amigo; mira abiertas las puertas de mi casa; no pases de largo como un sueño!


23
¿Has salido, esta noche de tormenta, en tu viaje de amor, amigo mío?
-El cielo se queja como un desesperado-. ¡No puedo dormir! Abro mi puerta a cada instante, y miro a la oscuridad,
mas nada veo. Amigo mío, ¿dónde está tu camino, di?
¿Por qué vaga ribera de qué río de tinta, por qué lejano seto de qué imponente floresta, a través de qué intrincada
profundidad oscura vienes trenzando tu ruta hacia mí, amigo mío?


24
Si se ha acabado el día, si ya no cantan los pájaros, si el viento rendido ha flojeado, cúbreme bien con el manto de la sombra,
como has cerrado tiernamente las hojas del loto desfallecido en el crepúsculo.
¡Quítale la vergüenza y la pobreza al caminante que ha vaciado su alforja antes de acabar el viaje,
que tiene roto y empolvado su vestido, cuya fuerza está exhausta; renueva su vida, como una flor,
bajo el manto de la noche misericordiosa!


25
En la noche fatigada, déjame entregarme sin lucha al sueño, con mi confianza en ti.
¡No consientas que fuerce mi espíritu flojo a una pobre preparación para adorarte!
¿Acaso no eres tú quien corre el velo de la noche sobre los ojos rendidos del día,
para renovar su sentido con la refrescada alegría del despertar?


26
Vino, y se sentó a mi lado; pero yo no desperté. ¡Maldito sueño aquél, ay!
Vino en la noche tranquila. Traía el arpa en sus manos, y mis sueños resonaron con sus melodías.
¡Ay!, ¿por qué se van así mis noches? ¿Por qué no lo veo nunca cuando su aliento está rozando mi sueño?


27
¡Luz! ¿Dónde está la luz? ¡Enciéndela, ardor brillante del deseo!
Aquí está la lámpara, pero ¿y el aleteo de la llama? ¿Es éste tu destino, corazón? ¡Ay, cuánto mejor fuera la muerte!
La miseria llama a tu puerta, y te dice que tu señor está desvelado, que te llama en cita de amor, entre la sombra de la noche.
Los nubarrones cubren el cielo, la lluvia no para. ¡No sé qué es esto que se mueve en mí, no sé qué quiere decir esto que siento!
El resplandor momentáneo del relámpago me arrolla una sombra más profunda sobre los ojos.
Mi corazón busca a ciegas por el camino que va adonde la música de la noche me está llamando.
¡Luz! ¡Ay!, ¿dónde está la luz? ¡Enciéndela, ardor brillante del deseo!
-Truena, y el viento se abalanza clamoroso, y la noche está negra como la pizarra.
-¡No dejes que pasen las horas en la sombra! ¡Enciende la lámpara del amor con tu vida!


28
Firmes son mis ataduras; pero mi corazón me duele si trato de romperlas.
No deseo más que libertad; peor me da vergüenza su esperanza.
Sé bien qué tesoro inapreciable es el tuyo, que tú eres mi mejor amigo; pero no tengo corazón para barrer el oropel
que llena mi casa.
De polvo y muerte es el sudario que me cubre. ¡Qué odio le tengo! Y, sin embargo, lo abrazo enamorado.
Mis deudas son grandes, infinitos mis fracasos, secreta mi vergüenza y dura. Pero cuando vengo a pedir mi bien,
tiemblo temeroso, no vaya a ser oída mi oración.


29
Estoy llorando, encerrado en la mazmorra de mi nombre. Día tras día, levanto, sin descanso, este muro a mi alrededor;
y a medida que sube al cielo, se me esconde mi ser verdadero en la sombra oscura.
Este hermoso muro es mi orgullo, y lo enluzco con cal y arena, no vaya a quedar el más leve resquicio. Y con tanto
y tanto cuidado, pierdo de vista mi verdadero ser.


30
Salí solo a mi cita. ¿Quién es ese que me sigue en la oscuridad silenciosa?
Me echo a un lado para que pase, pero no pasa.
Su marcha jactanciosa levanta el polvo, su voz recia duplica mi palabra.
¡Señor, es mi pobre yo miserable! Nada le importa a él de nada; pero ¡qué vergüenza la mía de venir con él a tu puerta!


31
"Prisionero, ¿quién te encadenó?".
"Mi Señor", dijo el prisionero. "Yo creí asombrar al mundo con mi poder y mi riqueza, y amontoné en mis cofres
dinero que era de mi Rey. Cuando me venció el sueño, me eché sobre el lecho de mi Señor.
Y al despertar, me encontré preso en mi propio tesoro."
"Prisionero, ¿quién forjó esta cadena inseparable?"
Dijo el prisionero: "Yo mismo la forjé cuidadosamente. Pensé cautivar al mundo con mi poder invencible;
que me dejara en no turbada libertad. Y trabajé, día y noche, en mi cadena, con fuego enorme y duro golpe.
Cuando terminé el último eslabón, vi que ella me tenía agarrado."


32
Los que me aman en este mundo, hacen todo cuanto pueden por retenerme; pero tú no eres así en tu amor,
que es más grande que ninguno, y me tienes libre.
Nunca se atreven a dejarme solo, no los olvide; pero pasan y pasan los días, y tú no te dejas ver.
Y aunque no te llame en mis oraciones, aunque no te tenga en mi corazón, tu amor siempre espera a mi amor.


33
Entraron en mi casa con alba, diciendo: "Cabremos bien en el cuarto más pequeño".
Decían: "Te ayudaremos en el culto de tu Dios, y nuestra humildad tendrá de sobra con la parte de gracia que le toque".
Y se sentaron en un rincón, y estaban quietos y sumisos.
¡Pero en la oscuridad de la noche sentí que forzaban la entrada de mi santuario, fuertes e iracundos; que se llevaban,
con codicia impía, las ofrendas del altar de Dios!


34
Que sólo quede de mí, Señor, aquel poquito con que pueda llamarte mi todo.
Que sólo quede de mi voluntad aquel poquito con que pueda sentirte en todas partes, volver a ti en cada cosa,
ofrecerte mi amor en cada instante.
Que sólo quede de mí aquel poquito con que nunca pueda esconderte.
Que sólo quede de mis cadenas aquel poquito que me sujete a tu deseo,
aquel poquito con que llevo a cabo tu propósito en mi vida; la cadena de tu amor.


35
Permite, Padre, que mi patria se despierte en ese cielo donde nada teme elalma, y se lleva erguida la cabeza;
donde el saber es libre; donde no está roto el mundo en pedazos por las paredes caseras;
donde la palabra surte de las honduras de la verdad; donde el luchar infatigable tiende sus brazos a la perfección;
donde la clara fuente de la razón no se ha perdido en el triste arenal desierto de la yerta costumbre;
donde el entendimiento va contigo a acciones e ideales ascendentes...
¡Permite, Padre mío, que mi patria se despierte en ese cielo de libertad!


36
Mi oración, Dios mío, es ésta:
Hiere, hiere la raíz de la miseria en mi corazón.
Dame fuerza para llevar ligero mis alegrías y mis pesares.
Dame fuerza para que mi amor dé frutos útiles.
Dame fuerza para no renegar nunca del pobre, ni doblar mi rodilla al poder del insolente.
Dame fuerza para levantar mi pensamiento sobre la pequeñez cotidiana.
Dame, en fin, fuerza para rendir mi fuerza, enamorado, a tu voluntad.


37
Creí que mi último viaje tocaba ya a su fin, gastado todo mi poder; que mi sendero estaba ya cerrado,
que había ya consumido todas mis provisiones, que era el momento de guarecerme en la silenciosa oscuridad.
Pero he visto que tu voluntad no se acaba nunca en mí. Y cuando las palabras viejas se caen secas de mi lengua,
nuevas melodías estallan en mi corazón; y donde las veredas antiguas se borran, aparece otra tierra maravillosa.


38
¡Te necesito a ti, sólo a ti! Deja que lo repita sin cansarse mi corazón. Los demás deseos que día y noche me embargan,
son falsos y vanos hasta sus entrañas.
Como la noche esconde en su oscuridad la súplica de la luz, en la oscuridad de mi inconsciencia resuena este grito:
¡Te necesito a ti, sólo a ti!
Como la tormenta está buscando paz cuando golpea la paz con su poderío, así mi rebelión golpea contra tu amor y grita:
¡Te necesito a ti, sólo a ti!


39
Cuando esté duro mi corazón y reseco, baja a mí como un chubasco de misericordia.
Cuando la gracia de la vida se me haya perdido, ven a mí con un estallido de canciones.
Cuando el tumulto del trabajo levante su ruido en todo, cerrándome el más allá, ven a mí, Señor del silencio,
con tu paz y tu sosiego.
Cuando mi pordiosero corazón esté acurrucado cobardemente en un rincón, rompe tú mi puerta, Rey mío,
y entra en mí con la ceremonia de un rey.
Cuando el deseo ciegue mi entendimiento, con polvo y engaño, ¡Vigilante santo, ven con tu trueno y tu resplandor!

40
¡Cuánto tiempo hace que no llueve, Dios mío, en mi seco corazón! El horizonte está ferozmente desnudo, ni el más delgado
vapor de la nube más suave, ni el más vago indicio del fresco chubasco más lejano.
¡Manda tu tormenta furibunda, negra y mortífera, si quieres, y sobresalta de parte a parte el cielo, con el látigo de tu relámpago!
¡Pero, recoge, Señor, llama a ti este calor silencioso que todo lo penetra, quieto y cruel;
este calor terrible que quema al corazón su esperanza!
¡Que la nube de gracia descienda y se incline a mí, como la mirada llorosa de la madre, el día de la cólera paterna!


41
¿Dónde estás tú, amor mío? ¿Por qué te escondes detrás de todos, en la sombra?
¡Te empujan y te pasan por el camino polvoriento, creyendo que no eres nadie!
Yo no sé el tiempo que hace que te espero, cansado, con mis ofrendas para ti;
y los que van y vienen, toman mis flores, una a una, y dejan vacío mi canasto.
Pasaron mañana y mediodía. Es el anochecer, y mis ojos están caídos de sueño en la sombra.
Los hombres que vuelven a sus hogares, me miran sonriendo, y me avergüenzan.
Estoy sentada como una muchacha mendiga, con la falda por la cara.
Y cuando me preguntan qué quiero, bajo los ojos y callo.
¡Ay!, ¿cómo les voy a decir que te espero a ti, que tú me has prometido que vendrás? ¿Cómo me dejaría decir mi timidez que esta miseria mía es la dote que te guardo? ¡Ay!, ¡cómo aprieto este orgullo contra mí, en el secreto de mi corazón!
Sentada en la yerba, miro al cielo y sueño con el súbito esplendor de tu llegada. Llamean mil antorchas, los gallardetes de oro vuelan sobre tu carro, y los caminantes miran boquiabiertos cómo desciendes de tu asiento y me alzas del polvo, cómo sientas a tu lado a esta mendiguilla andrajosa, que tiembla de orgullo y de vergüenza como una enredadera en la brisa del verano.
Pero pasa el tiempo, y no se oyen las ruedas de tu carroza. ¡Cuánta procesión va y viene, palpitante, entre gritos y relumbrones de gloria! ¿Sólo eres tú quien tiene que seguir en la sombra, callado detrás de todos? ¿Sólo soy yo quien ha de esperar y llorar y gastar, en vano afán, su corazón?


42
En el alba, se murmuró que tú y yo habíamos de embarcarnos solos,
y que nadie en el mundo sabría nada de nuestro viaje sin fin y sin objeto.
Por un mar sin orillas, ante tu callada sonrisa arrobada, mis canciones henchirían sus melodías, libres como las olas,
libres de la esclavitud de las palabras.
¿No es la hora todavía? ¿Aún hay algo que hacer? Mira, el anochecer cae sobre la playa, y en la luz que se apaga,
los pájaros del mar vuelven a sus nidos.
¿Cuándo se soltarán las amarras, y la barca, como el último vislumbre del poniente, se desvanecerá en la noche?


43
Fue un día en que yo no te esperaba. Y entraste, sin que yo te lo pidiera, en mi corazón, como un desconocido cualquiera,
Rey mío; y pusiste tu sello de eternidad en los instantes fugaces de mi vida.
Y hoy los encuentro por azar, desparramados en el polvo, con tu sello, entre el recuerdo de las alegrías y los pesares de mis anónimos días olvidados.
Tú no desdeñaste mis juegos de niño por el suelo; y los pasos que escuché en mi cuarto de juguetes, son los mismos
que resuenan ahora de estrella en estrella.


44
Mi alegría es vigilar, esperar junto al camino, donde la sombra va tras la luz, y la lluvia sigue los pasos del verano.
Mensajeros, que traen nuevas de cielos desconocidos, me saludan y siguen aprisa por la senda. Mi corazón late contento
dentro de mí, y el aliento de la brisa que pasa me es dulce.
Del alba al anochecer, estoy sentado en mi puerta. Sé que, cuando menos lo piense, vendrá el feliz instante en que veré.
Mientras, sonrío y canto solo. Mientras, el aire se está llenando del aroma de la promesa.


45
¿No oíste, sus pasos silenciosos? El viene, viene, viene siempre.
En cada instante y en cada edad, todos los días y todas las noches, él viene, viene, viene siempre.
He cantado muchas canciones y de mil maneras; pero siempre decían sus notas: él viene, viene, viene siempre.
En los días fragantes del soleado abril, por la vereda del bosque, él viene, viene, viene siempre.
En la oscura angustia lluviosa de las noches de julio, sobre el carro atronador de las nubes, él viene, viene, viene siempre.
De pena en pena mía, son sus pasos los que oprimen mi corazón, y el dorado roce de sus pies es lo que hace brillar mi alegría.


46
No sé desde qué tiempos distantes estás viniendo a mí. Tu sol y tus estrellas no podrán nunca esconderte de mí para siempre.
¡Cuántas mañanas y cuántas noches he oído tus pasos! ¡Cuántas tu mensajero entró en mi corazón y me llamó en secreto!
Hoy, no sé por qué, mi vida está loca, y una trémula alegría me pasa el corazón.
Es como si hubiese llegado el tiempo de acabar mi trabajo. Y siento en el aire no sé qué vago aroma de tu dulce presencia.


47
Se me ha pasado la noche esperándolo en vano. Tengo miedo, no vaya a venir, de pronto, con la mañana, a mi puerta, cuando yo me haya quedado dormido de cansancio. ¡Amigos, dejadle franco el camino, no le prohibáis que pase!
Si el rumor de sus pasos no me despertara, os ruego que no vayáis a despertarme. ¡Y ojalá no me despertara tampoco el coro gritón de los pájaros, ni el alboroto del viento en la fiesta de la luz del amanecer! ¡No me despertéis, aunque mi Señor venga de pronto
a mi puerta!
¡Ay, sueño mío, precioso sueño, que sólo espera su roce para desvanecerse! ¡Ay, mis ojos cerrados, que se abrirían a la luz de su sonrisa, si él surgiera ante mí, como un sueño, de la oscuridad de mi sueño!
¡Que se aparezca él a mis ojos como la luz primera y la primera forma! ¡Que el primer estremecimiento de alegría le venga a mi alma amanecida de su mirar! ¡Que mi retorno a mí mismo sea volver de pronto a él!


48
El mañanero mar del silencio se quebró en ondas de cantos de pájaros. Las flores estaban contentas junto al camino.
Un tesoro de oro se derramó por entre las rajadas nubes. Pero nosotros seguíamos a prisa nuestro camino, sin hacer caso.
No cantábamos nuestra alegría ni jugábamos; no nos llegamos a la aldea a comprar ni a vender; no hablábamos ni sonreíamos,
ni nos parábamos a descansar. Ibamos más de prisa cada vez, con las horas.
Llegó el sol al cenit, y las tórtolas se arrullaron en la sombra; las hojas secas danzaron y volaron en el aire caliente del mediodía;
el pastorcillo se adormiló a la sombra del baniano. Y yo me eché, orilla del agua, y estiré mi cuerpo rendido sobre la yerba.
Mis compañeros me insultaron con desprecio y, erguidas las cabezas, sin mirar atrás ni pararse un instante, siguieron afanosos
y se perdieron en la brumosa lejanía azul. Cruzaron prados y colinas, pasaron extraños países distantes...
¡Sea tuyo todo el honor, escuadrón heroico del sendero interminable! Tu mofa y tu reproche me tentó a levantarme;
pero yo no respondí; me di por bien perdido en la cima de mi alegre humillación, a la sombra de una vaga felicidad.
La paz de la verde sombra, que el sol recamaba, se tendió lenta sobre mi corazón. Olvidé el porqué de mi viaje y perdí, sin lucha,
mi pensamiento en un laberinto de sombras y canciones.
Y cuando salí de mi sueño, mis ojos abiertos te vieron ante mí, anegando mi sueño en tu sonrisa. ¿Cómo había yo pensado
que era lago y penoso el camino, que no era necesario luchar tanto para alcanzarte?


49
Bajaste de tu trono, y te viniste a la puerta de mi choza.
Yo estaba solo, cantando en un rincón, y mi música encantó tu oído. Y tú bajaste y te viniste a la puerta de mi choza.
Tú tienes muchos maestros en tu salón, que, a toda hora, te cantan. Pero la sencilla copla ingenua de este novato te enamoró;
su pobre melodía quejumbrosa, perdida en la gran música del mundo.
Y tú bajaste con el premio de una flor, y te paraste a la puerta de mi choza.


50
Iba yo pidiendo, de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro apareció a lo lejos, como un sueño magnífico. Y yo me preguntaba, maravillado quién sería aquel Rey de reyes.
Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado. Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo.
La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin.
Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: "¿Puedes darme alguna cosa?".
¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo, y te lo di.
Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón para dárteme todo!


51
Oscureció. Nuestro trabajo estaba cumplido. Creíamos que había llegado ya el último huésped de la noche y que las puertas
de la aldea estaban todas cerradas. Alguno dijo que el Rey tenía que venir. Y nos reímos y dijimos: "No puede ser".
Creímos que habían llamado a la puerta, pero pensamos que sería el viento. Y apagamos las lámparas y nos echamos a dormir. Alguno dijo: "Es el Heraldo del Rey". Y nos reímos y dijimos: "No, es el viento".
Se oyó un ruido en la cerrazón de la noche. En nuestro duermevela, nos pareció un trueno lejano.
Y tembló la tierra y se mecieron los muros, sobresaltando nuestro sueño. Alguno dijo que era un rodar de ruedas.
Y contestamos adormilados: "No, debe ser el carro de las nubes".
Aún era de noche cuando sonó el tambor. Y oímos: "¡Despertad pronto!". Temblando de espanto, nos tomábamos
el corazón con las manos. Alguno dijo: "¡Mirad la bandera del Rey!". Y nos levantamos gritando: "¡No hay tiempo que perder!".
Aquí está el Rey, pero ¿y las antorchas, y las guirnaldas, y el trono para él? ¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza!
¿Dónde está el salón? ¿Dónde las colgaduras? Alguno dijo: "¿A qué viene ese lamento?
¡Saludadlo con manos vacías, entradlo en vuestros cuartos desnudos!".
¡Abrid las puertas! ¡Que suenen las trompetas! ¡Ha venido el Rey de nuestra triste casa oscura, en la profundidad de la noche! ¡Truena el cielo, y el relámpago estremece las tinieblas! ¡Saca tu esterilla andrajosa y tiéndela en el patio,
que nuestro Rey de la noche horrible ha venido, de pronto, en la tormenta!


52
Pensé pedirte la guirnalda de rosas de tu cuello, pero no me atreví. Y esperé la mañana, y cuando te fuiste,
tomé algunos pedacitos de flores de tu lecho. Y como una mendiga, buscaba por la aurora alguna hojita perdida.
¡Ay!, ¿y qué he encontrado?, ¿qué me queda de tu amor? ¡Ni flor, ni especias, ni frasco de perfume, sino tu espada terrible, destellante como una llama, pesada como el rayo!
La luz nueva de la mañana entra por la ventana y se tiende en tu lecho. El pájaro primero me pregunta piando:
"¿Qué encontraste, mujer?" ¡No, no es flor, ni especias, ni redoma de perfume, sino tu espada terrible!
Me siento a meditar, maravillada, en esta dádiva tuya. No sé dónde esconderla. Me da vergüenza ponérmela, tan débil como soy. Me duele cuando la aprieto contra mi pecho. Sin embargo, llevaré esta dádiva tuya, esta carga de dolor, en mi corazón.
Nada temeré en el mundo ya, y tú serás victorioso en todas mis luchas. Tú me has dado por compañera a la muerte,
y yo la coronaré con mi vida. ¡Aquí tengo tu espada para cortar mis ataduras! ¡Nada temeré ya en el mundo!
¡Lejos de mí, desde hoy, los adornos vanos! ¡Señor de mi corazón, ya no lloraré, ni desesperaré más por los rincones;
ya no seré nunca más tímida ni mimosa! ¡Me has dado, para adornarme, tu espada! ¡Lejos de mí, los adornos de muñeca!


53
¡Qué bella es tu pulsera encendida de estrellas, incrustada mágicamente con joyas de mil colores;
pero cuánto más bella es tu espada con su curva de relámpago, como las alas abiertas del pájaro divino de Vishnu,
cuando vuela tranquilo en la irritada luz roja del ocaso!
Se estremece como la última respuesta solitaria de la vida estática de dolor, al golpe decisivo de la muerte.
Brilla igual que la pura llama de la vida, cuando abrasa la impureza diaria en el destello furibundo.
¡Qué bella es tu pulsera encendida de estrellas! Pero tu espada, Señor del trueno, está forjada con belleza definitiva,
¡y es terrible a los ojos y al pensamiento!


54
Nada te pedí; ni siquiera te dije mi nombre al oído. Y cuando te despediste, me quedé silenciosa.
Yo estaba sola junto al pozo, donde caía la sombra oblicua del árbol. Las mujeres se volvían a sus casas
con sus cántaros morenos de barro rebosantes, y me gritaron: "¡Ven, que va a ser mediodía!".
Pero yo me retardaba lánguidamente, perdida en vagos pensamientos.
No oí tus pasos cuando venías. Cuando me miraste, tenías tristes los ojos; y con qué fatigada voz me dijiste bajo:
"¡Ay, qué sed tiene el pobre caminante!". Desperté sobresaltada de mis ensueños y eché agua de mi cántaro en tus palmas juntas...
Las hojas se rozaban sobre nuestras cabezas, el cuclillo cantaba desde la sombra invisible, y de la revuelta del camino
venía el perfume de las flores.
Cuando me preguntaste mi nombre, ¡me dio una vergüenza! Verdaderamente, ¿qué había hecho yo para merecer tu recuerdo?
Pero el recordar que yo pudiera quitarte tu sed con mi agua, se me ha quedado en el corazón,
y lo envolverá para siempre de su dulzura.
Ya pasó la mañana, el pájaro canta monótono, las hojas del árbol murmuran allá arriba. Y yo, sentada, pienso, pienso...


55
Aún está lánguido tu corazón, aún se te cierran los ojos de sueño.
¿No sabes que la flor está reinando, esplendorosa, entre espinas? ¡Despierta, despierta! ¡No dejes pasar el tiempo en vano!
Allá al fin del sendero guijarroso, en una solitaria tierra virgen, mi amigo está sentado solitario. ¡No lo engañes esperándote! ¡Despierta, despierta!
¿Qué si el cielo jadea y palpita en la brasa del mediodía? ¿Qué si la arena hirviente tiende su manto sediento?
¿No sientes alegría en la profundidad de tu corazón? ¿No se abrirá el arpa del camino, a cada paso tuyo, en suave música de dolor?


56
¡Qué plenitud la de tu alegría en mí! ¡Qué descendimiento a mí el tuyo! Señor de todos los cielos, si yo no existiera,
¿qué sería de tu amor?
Tú me tienes como compañero de tu tesoro; tus alegrías están jugando sin parar en mi corazón y tu voluntad está siempre recreándose en mi vida.
Por eso tú, Rey de reyes, te has adornado tan hermosamente, enamorado de mi corazón. Por eso te pierdes de amor en el amor
de tu amante. Y allí eres visto, en la perfecta unión de los dos.


57
¡Luz, luz mía, luz que llenas el mundo, luz que besas los ojos, que haces dulce el corazón!
¡Ay, cómo salta la luz, amor mío, en medio de mi vida! ¡Cómo hiere, amor mío, las cuerdas de mi amor! El cielo se abre,
y corre loco el viento, y la risa se desboca por toda la tierra.
Las mariposas tienden sus velas por el mar de luz, y sobre la cresta de las olas de luz, abren lirios y jazmines.
La luz se derrite en oro en cada nube, amor mío, y luego se derrama en pedrerías sin fin.
Un alborozo nuevo va de hoja en hoja, amor mío un gozo sin límites. ¡El río del cielo ha roto sus riberas, y todo brilla, inmensamente inundado de alegría!


58
¡Que todas las alegrías se unan en mi última canción: la alegría que hace desbordarse a la tierra en el exceso desenfrenado de la yerba; la alegría que echa a bailar vida y muerte, hermanas gemelas, por el vasto mundo; la alegría que la tempestad barre adentro, despertando y sacudiéndolo todo con su carcajada; la alegría que se sienta, en paz con sus lágrimas, en el abierto loto rojo del dolor; la alegría que tira cuando tiene; la alegría que lo ignora todo!


59
Sí, ya sé, amado de mi corazón, que todo esto, esta luz de oro salta por las hojas, estas nubes ociosas que navegan por el cielo,
esta brisa pasajera que me va refrescando la frente; ya sé que todo esto no es más que tu amor.
Esta luz de la mañana, que me inunda los ojos, no es sino tu mensaje a mi alma. Tu rostro se inclina a mí desde su cenit,
tus ojos miran abajo, a mis ojos y tus pies están sobre mi corazón.


60
En las playas de todos los mundos, se reúnen los niños. El cielo infinito se en calma sobre sus cabezas; el agua, impaciente,
se alborota. En las playas de todos los mundos, los niños se reúnen, gritando y bailando.
Hacen casitas de arena y juegan con las conchas vacías. Su barco es una hoja seca que botan, sonriendo, en la vasta profundidad. Los niños juegan en las playas de todos los mundos.
No saben nadar; no saben echar la red. Mientras el pescador de perlas se sumerge por ellas, y el mercader navega en sus navíos,
los niños recogen piedritas y vuelven a tirarlas. Ni buscan tesoros ocultos, ni saben echar la red.
El mar se alza, en una carcajada, y brilla pálida la playa sonriente. Olas asesinas cantan a los niños baladas sin sentido,
igual que una madre que meciera a su hijo en la cuna. El mar juega con los niños, y, pálida, luce la sonrisa de la playa.
En las playas de todos los mundos, se reúnen los niños. Rueda la tempestad por el cielo sin caminos, los barcos naufragan
en el mar sin rutas, anda suelta la muerte, y los niños juegan. En las playas de todos los mundos, se reúnen, en una gran fiesta,
todos los niños.


61
¿Sabe alguien de dónde viene el sueño que pasa, volando, por los ojos del niño? Sí. Dicen que mora en la aldea de las hadas;
que por la sombra de una floresta vagamente alumbrada de luciérnagas, cuelgan dos tímidos capullos de encanto,
de donde viene el sueño a besar los ojos del niño.
¿Sabe alguien de dónde viene la sonrisa que revuela por los labios del niño dormido? Sí. Cuentan que, en el ensueño
de una mañana de otoño, fresca de rocío, el pálido rayo primero de la luna nueva, dorando el borde de una nube que se iba,
hizo la sonrisa que vaga en los labios del niño dormido.
¿Sabe alguien en dónde estuvo escondida tanto tiempo la dulce y suave frescura que florece en las carnecitas del niño? Sí.
Cuando la madre era joven, empapaba su corazón de un tierno y misterioso silencio de amor, la dulce y suave frescura
que ha florecido en las carnecitas del niño.


62
Hijo mío, cuando te traigo juguetes de colores, comprendo por qué hay tantos matices en las nubes y en el agua ,
y por qué están pintadas las flores tan variadamente..., cuando te doy juguetes de colores, hijo mío.
Cuando te canto para que tú bailes, adivino por qué hay música en las hojas, y por qué entran los coros de voces de las olas
hasta el corazón absorto de la tierra..., cuando te canto para que tú bailes.
Cuando colmo de dulces tus ávidas manos, entiendo por qué hay mieles en el cáliz de la flor, y por qué los frutos se cargan secretamente, de ricos jugos..., cuando colmo de dulces tus ávidas manos.
Cuando beso tu cara, amor mío, para hacerte sonreír, sé bien cuál es la alegría que mana del cielo en la luz del amanecer,
y el deleite que traen a mi cuerpo las brisas del verano..., cuando beso tu cara, amor mío, para hacerte sonreír.


63
Tú me has traído amigos que no me conocían. Tú me has hecho sitio en casas que me eran extrañas.
Tú me has acercado lo distante y me has hermanado con lo desconocido.
Mi corazón se me inquieta si tengo que dejar mi albergue acostumbrado. Olvido que lo antiguo está en lo nuevo,
que en lo nuevo vives también tú.
En el nacimiento y en la muerte, en este mundo o en otro, en cualquier sitio donde tú me lleves, tú eres tú mismo, el único compañero de mi vida infinita, tú que estás atando siempre mi corazón, con lazos de alegría, a lo ignorado.
Pero cuando se te conoce, nadie es extranjero, ninguna puerta está cerrada. ¡Señor, concédeme esto que te pido:
que yo no pierda nunca la felicidad de encontrar lo único en este juego de lo diverso!


64
Por la ladera del río desolado, entre las yerbas altas, le pregunté: "Muchacha, ¿a dónde vas con tu lámpara bajo el manto?
Mi casa está oscura y sola. ¡Préstame tu luz!". Levantó sus ojos un instante, me miró al rostro en la penumbra, y dijo:
"¡He venido al río a echar mi lámpara en la corriente, ahora que muere en ocaso la luz del día!".
Y entre las altas yerbas me quedé mirando,
solitario, cómo la lucecita de la lámpara se iba inútilmente en la marea.
En el silencio de la noche que se echaba encima, le pregunté: "Tus luces están todas encendidas, muchacha.
¿A dónde vas con tu lámpara? Mi casa está oscura y sola. ¡Préstame tu luz!". Levantó sus ojos oscuros a mi cara,
y se estuvo dudosa un momento: "He venido -dijo al fin- a ofrecer mi lámpara al cielo". Yo me quedé mirando la lucecita,
que temblaba inútilmente en el vacío.
En la negrura sin luna de la medianoche, le pregunté: "Muchacha, ¿qué buscas, si tienes la lámpara junto a tu corazón?
Mi casa está oscura y sola. ¡Préstame tu luz!". Se paró un momento, pensándolo, y me miró fijamente en la oscuridad.
"He traído mi luz -dijo- para el Carnaval de las lámparas." Yo me quedé mirando cómo su lucecita se perdía inútilmente
entre las luces.


65
¿Qué divina bebida quieres tú, Dios mío, de esta rebosante copa de mi vida?
Poeta mío, ¿te encanta ver la creación con mis ojos; oír, silencioso, en los umbrales de mis oídos, tu propia armonía eterna?
Tu mundo teje palabras en mi pensamiento, y tu alegría las hace más melodiosas. Te me das, enamorado, y luego sientes toda
tu propia dulzura en mí.


66
La que, en un crepúsculo de destellos y vislumbres, vivió siempre en el fondo de mi corazón; la que nunca abrió sus velos
en la luz de la mañana, irá a ti, Dios mío, en mi última canción, como mi ofrenda última.
La cortejaron las palabras, pero no pudieron hacerla suya; y en vano la persuasión le ha tendido sus brazos vehementes.
He vagado por todos los países, con ella en el alma de mi corazón; y mi vida, a su alrededor,
se ha levantado y se ha caído, grande y débil.
Reinó sobre mis pensamientos y mis actos, sobre mis sueños y mis ensueños, y, sin embargo, vivió sola y aparte.
Los hombres que llamaron a mi puerta, preguntando por ella, se fueron desesperados.
Nadie en el mundo la pudo nunca mirar frente a frente; y espera, en soledad, tu reconocimiento.


67
Eres, a un tiempo, el cielo y el nido.
Hermoso mío, aquí en el nido, tu amor aprisiona el alma con colores, olores y música.
¡Cómo viene la mañana, con su cesta de oro en la diestra, donde trae la guirnalda de la hermosura, para coronar,
en silencio, la tierra!
¡Cómo viene el anochecer por las veredas no pisadas de los prados solitarios, que ya abandonaron los rebaños! Trae,
en su jarra de oro, la fresca bebida de la paz, recogida en el mar occidental del descanso.
Pero donde el cielo infinito se abre, para que lo vuele el alma, reina la blanca claridad inmaculada. Allí no hay día ni noche,
ni forma, ni color, ¡ni nunca, nunca una palabra!


68
Tu rayo de sol viene, con los brazos abiertos, a esta tierra mía, y se pasa el día en mi puerta. Luego, a la vuelta,
te lleva a tus pies nubes hechas de mis lágrimas, de mis suspiros y de mis canciones.
Enamorado y alegre, tú rodeas tu pecho estrellado con ese manto de nubes de niebla, y los pliegas innumerablemente,
y lo pintas de colores infinitos.
Es tan ligero, tan suave, tan tiernamente lloroso, tan oscuro, que tú, sereno y sin mancha los amas. Así puedes velar
tu terrible resplandor blanco con sus patéticas sombras.


71
Tu maya es que yo sea cuanto pueda ser, que eche, en mil vueltas, mil sombras de colores sobre tu resplandor.
Pones una valla a tu propio ser, y luego llamas, con voces infinitas, a tu ser separado. Y esta parte de ti mismo
es la que ha encarnado en mí.
Tu canción penetrante va resonando por todo el cielo en lágrimas multicolores y en sonrisas, en sustos y esperanzas.
Se levantan olas y vuelven a hundirse, se quiebran los sueños y se completan. Yo soy la propia derrota de tu ser.
La cortina que tú has echado, está pintada con figuras innumerables, por el pincel del día y de la noche. Tras ella
tienes tu asiento, tejido en un maravilloso misterio de curvas, sin una sola estéril línea recta.
La gran comitiva de nosotros dos llena el cielo. Todo el aire está vibrando con nuestra melodía, y las edades pasan
todas en este jugar al escondite, de nosotros dos.


72
Es él, mi más íntimo él, quien despierta mi vida con sus profundas llamadas secretas.
El, quien pone este encanto en mis ojos; quien pulsa, alegremente, las cuerdas de mi corazón en su múltiple armonía
de placer y de pesar.
El, quien teje la tela de esta maya con matices tornasoles de oro y plata, azul y verde; quien asoma por sus pliegues los pies,
cuyo contacto me enajena.
Los días pasan, mueren los años, y él sigue moviendo mi corazón con mil nombres, con mil disfraces,
en innumerables transportes de placer y de pesar.


73
La libertad no está para mí en la renunciación. Yo siento su brazo en infinitos lazos deleitables.
Siempre estás tú escanciándome, llenándome este vaso de barro, hasta arriba, con el fresco brebaje
de tu vino multicolor, de mil aromas.
Mi mundo encenderá sus cien distintas lámparas en tu fuego, y las pondrá ante el altar de tu templo.
No, nunca cerraré las puertas de mis sentidos. Los deleites de mi vista, de mi oído y de mi tacto, soportarán tu deleite.
Todas mis ilusiones arderán en fiesta de alegría, y todos mis deseos madurarán en frutos de amor.


74
Ha muerto el día, y la sombra anega la tierra. Voy al río, que ya es la hora, a llenar mi jarra.
El aire oscuro está afanoso con la música triste del agua, que me está diciendo que vaya, en el crepúsculo.
Nadie pasa por el callejón solitario. Se levanta el viento, y las olas tiemblan y se encabritan en el río.
No sé si volveré. No sé con quién me voy a encontrar. En el vado, el hombre desconocido toca, en su barquilla, su laúd.


75
Los regalos que nos das colman nuestras necesidades, y, sin embargo, vuelven a ti sin perder nada.
El río cumple su trabajo cotidiano, corriendo entre campos y aldeas; peor su corriente incesante serpentea
hacia ti para lavarte los pies.
La flor endulza el aire con su aroma; pero su último servicio es ofrecerse a ti.
Tu culto no empobrece en nada al mundo.
Las palabras del poeta dan a cada hombre el sentido que ellos quieren; pero su sentido definitivo va hacia ti.


76
Día tras día, Señor de mi vida, ¿te podré yo mirar frente a frente? Juntas mis manos, ¿te miraré frente a frente,
Señor de todos los mundos?
Bajo tu cielo inmenso, en silencio y soledad, con humilde corazón, ¿te miraré frente a frente?
En este trabajoso mundo tuyo, hirviente de luchas y fatigas, entre las presurosas muchedumbres, ¿te miraré frente a frente?
Cuando mi obra haya sido cumplida en este mundo, Rey de reyes, solo ya y silencioso, ¿te miraré frente a frente?


77
Te reconozco como mi Dios, y me estoy aparte. No te reconozco como mío, y me acerco a ti. Te miro como padre,
y me inclino ante tus pies. No tomo tu mano como la de un amigo.
Yo no estoy allí donde tú desciendes y te llamas mío; no voy a abrazarte contra mi corazón, a tratarte como compañero.
Eres mi Hermano entre mis hermanos; pero a ellos no les atiendo, ni divido con ellos mi ganancia, sino que comparto mi todo contigo.
Ni en el placer ni en el dolor estoy con los hombres, sino contigo sólo. Soy tímido para dar mi vida, y así no me echo
en las grandes aguas de la vida.


78
Cuando la creación era nueva, y todas las estrellas brillaban en su esplendor primero, los dioses celebraron asamblea en el cielo,
y cantaron: "¡Alegría pura, imagen de la perfección!".
Pero uno gritó de pronto: "Parece que la cadena de luz tiene en alguna parte una sombra, que se ha perdido una estrella".
Estalló la cuerda de oro de sus arpas, y, dejando la canción, clamaron todos desolados: "¡Sí; y la estrella perdida es la mejor,
la gloria de los cielos!".
Desde entonces, la buscan sin parar, gritando que el mundo ha perdido con ella su única alegría.
Y en el profundo silencio de la noche, las estrellas se suspiran sonriendo;
"¡Qué vana búsqueda! ¡La perfección inquebrantable está en todo!".


79
Si no es para mí encontrarte en esta vida, sienta yo siempre, al menos, que me ha faltado el verte. No me dejes olvidarlo un solo instante; no me quites de mis sueños las punzadas de esta pena, ni de mis horas despiertas.
Mientras pasan mis días en el mercado bullicioso de este mundo, mientras se van llenando mis manos con la ganancia cotidiana, sienta yo siempre que no he ganado nada. No me dejes olvidarlo un solo instante; no me quites de mis sueños las punzadas de esta pena, ni de mis horas despiertas.
Cuando me siento en el camino, rendido y anhelante, cuando me echo a dormir en el polvo, sienta yo siempre que aún tengo que hacer el largo viaje. No me dejes olvidarlo un solo instante; no me quites de mis sueños las punzadas de esta pena, ni de mis horas despiertas.
Cuando está mi casa adornada, y suenan las flautas y los risotones, sienta yo siempre que no te he invitado a ti.
No me dejes olvidarlo un solo instante; no me quites de mis sueños las punzadas de esta pena, ni de mis horas despiertas.


80
Soy como un jirón de una nube de otoño, que vaga inútilmente por el cielo. ¡Sol mío, glorioso eternamente;
aún tu rayo no me ha evaporado, aún no me has hecho uno con tu luz! Y paso mis meses y mis años alejado de ti.
Si éste es tu deseo y tu diversión, ten mi vanidad veleidosa, píntala de colores, dórala de oro,
échala sobre el caprichoso viento, tiéndela en cambiadas maravillas.
Y cuando te guste dejar tu juego, con la noche, me derretiré, me desvaneceré en la oscuridad; o quizás,
en una sonrisa de la mañana blanca, en una frescura de pureza transparente.


81
¡Cuántos días ociosos he sentido pena por el tiempo perdido! Pero ¿ha sido perdido alguna vez, Señor?
¿No has tenido tú mi vida, cada instante, en tus manos?
Escondido en el corazón de las cosas, tú nutres las semillas y las tornas en brotes, y los capullos en flores,
y las flores en frutos.
Estaba yo dormitando, rendido, en mi lecho ocioso, y pensaba que no hacía cosa alguna. Cuando desperté,
en la mañana, vi mi jardín lleno de flores maravillosas.


82
El tiempo es infinito en tus manos, Dios mío. ¿Quién podrá contar tus minutos?
Pasan días y noches, se abren los años y luego se mustian, como flores. Tú sabes esperar.
Tus siglos vienes, uno tras otro, perfeccionando la florecilla del campo.
Pero nosotros no podemos perder nuestro tiempo, y tenemos que echarnos de cabeza a nuestras ocasiones.
¡Somos demasiado pobres para llegar tarde!
Y así, el tiempo se va mientras yo se lo estoy dando a los otros que, irritados, lo reclaman.
Y así tu altar está sin una sola ofrenda.
Por la tarde, me apresuro temeroso, no vaya a estar cerrado tu portal. Pero siempre llego a tiempo.


83
Madre, yo te haré una cadena de perlas para tu garganta, con las lágrimas de
mi dolor.
Las estrellas forjaron con luz las ajorcas de tus pies; pero mi cadena va a ser para tu pecho.
Riqueza y nombradía vienen de ti, y tú puedes darlas o no a tu gusto. Pero mi dolor es sólo mío, y cuando te lo ofrezco,
tú me pagas con tu gracia.


84
La espina de la separación pasa el mundo y hace nacer formas innumerables en el cielo infinito.
Su pena es quien mira en silencio las estrellas de la noche, quien se pone lírica, con las rumorosas hojas,
en la sombra lluviosa de julio.
Su dolor es el que se echa sobre todas las cosas, el que se sume en el amor y en el afán, en el martirio y en la alegría
de los hogares humanos; el que fluye, derretido en canciones, de mi corazón de poeta.


85
Cuando los guerreros salieron del cuartel de su señor, ¿dónde habían escondido su poder, dónde habían dejado su armadura
y sus armas?
Iban pobres y desvalidos, y las flechas cayeron sobre ellos como chaparrones, el día que salieron del cuartel de su señor.
Cuando los guerreros volvieron al cuartel de su señor, ¿dónde habían escondido su poder?
Habían dejado la espada, el arco y la flecha. Traían la paz en las frentes, y los frutos de su vida se habían quedado tras ellos,
el día que volvieron al cuartel de su señor.


86
La Muerte, tu esclava, está a mi puerta. Ha cruzado el mar desconocido y llama, en tu nombre, a mi casa.
Está oscura la noche y tiene miedo mi corazón. Pero yo cogeré mi lámpara, abriré mi puerta, y le daré, rendido, la bienvenida; porque es mensajera tuya la que está a mi puerta.
La adoraré, llorando, con las manos juntas. La adoraré echando a sus pies el tesoro de mi corazón.
Y ella se volverá, cumplido su mandato, dejando su sombra negra en mi mañana. Y en mi casa desolada quedaré yo,
solo y mustio, como mi última ofrenda a ti.


87
Desesperado, la busco por todos los rincones de mi cuarto, pero no la encuentro.
Mi casa es pequeña, y lo que una vez se ha ido de ella, no vuelve a encontrarse. Pero tu casa, Señor, es infinita.
Y buscándola, he llegado a tu puerta.
Mírame bajo el dosel dorado del cielo de tu anochecer, mírame cómo levanto mis ojos ansiosos a tu cara.
He venido a la playa de la eternidad donde nada se pierde, ninguna esperanza, ninguna felicidad, ninguna visión de rostros vistos
a través de las lágrimas.
¡Ahora mi vida vacía en ese mar! ¡Húndela en la más profunda plenitud! ¡Haz que sienta, una vez sola, la dulce caricia perdida
en la totalidad del universo!


88
¡Divinidad del templo en ruinas! Ya no cantan tu alabanza las cuerdas rotas del Vina. Las campanas del anochecer
no claman ya la hora de tu oración. A tu alrededor, el aire está quieto y callado.
La brisa vagabunda de la primavera llega a tu desolación, y te cuenta de las flores, de las flores que ya nadie viene,
en adoración, a ofrecerte.
El que creyó en ti otro tiempo, vaga esperando el favor no concedido todavía. Y en el anochecer, cuando luces y sombras
se mezclan en la polvorienta oscuridad, él vuelve, jadeante, al templo arruinado, con hambre en el corazón.
¡Cuántos días de fiesta vienen callados a ti, Divinidad del templo en ruinas! ¡Cuántas noches de ofrendas se van, sin que nadie encienda tus lámparas!
Los artífices hacen imágenes nuevas, que se lleva la corriente del olvido cuando llega la hora. ¡Sólo tú, Divinidad del templo
en ruinas, sigues sin culto, en abandono inmortal!


89
Callen mis palabras bulliciosas, callen mis gritos, que así lo quiere mi Señor. Desde hoy, hablaré en susurro, y una suave melodía llevará la palabra de mi corazón.
Todos van, presurosos, al mercado del Rey. Allí están ya los tratantes. Pero yo tengo mi descanso inoportuno en lo mejor del día, cuando es mayor el trabajo.
¡Que broten, pues, las flores de mi jardín a destiempo, que las abejas del mediodía vengan a zumbar perezosas!
¡Qué de horas perdidas en esta lucha del bien y del mal! Pero mi compañero de juego de los días ociosos, se deleita ahora tomándome el corazón; y no sé qué es esta llamada repentina, ni por qué inútil volubilidad.


90
-¿Qué ofrecerás a la muerte el día que llame a tu puerta?
-Le tenderé el cáliz de mi vida, lleno del dulce mosto de mis días de otoño y de mis noches de verano.
¡No se irá con las manos vacías! Todas las cosechas y todas las ganancias de mi afán, se las daré, el último días,
cuando ella llame a mi puerta.



91
¡Muerte, último cumplimiento de la vida, Muerte mía, ven, y háblame bajo!
Día tras día, he velado esperándote, y por ti he sufrido la alegría y el martirio de la vida.
Cuanto soy, tengo y espero, cuanto amo, ha corrido siempre hacia ti, en un profundo misterio. Mírame una vez más, y mi vida será tuya para siempre.
Las flores están ya enlazadas, y lista la guirnalda para el esposo. Será la boda y dejará la novia su casa, y, sola en la noche solitaria, encontrará a su Señor.


92
Sé que vendrá un día en que no veré más esta tierra. La vida se despedirá de mí en silencio, y me echará la última cortina
sobre los ojos.
Pero las estrellas velarán por la noche, y se alzará la mañana como antes, y las horas se henchirán, como las olas de la mar, levantando dolores y placeres.
Cuando pienso en este último momento, se cae al valle de los instantes, y veo, a la luz de la muerte, tu mundo, con sus tesoros indolentes. Inapreciable es el más pobre de sus asientos, inapreciable la más pequeña de sus vidas.
¡Váyanse enhorabuena las cosas que anhelé en vano, las cosas que fueron mías; y que sólo posea yo de veras lo que nunca quisieron ver mis ojos, lo que siempre desprecié!


93
Me han llamado. ¡Decidme adiós, hermanos míos! ¡Adiós, me voy!
Aquí os dejo la llave de mi puerta; renuncio a todo derecho sobre mi casa. Sólo os pido buenas palabras de despedida.
Vivimos mucho tiempo juntos, y recibí más de lo que pude dar. Y ahora es de día, y la lámpara que iluminó mi rincón oscuro
se ha apagado. Me llaman, y estoy dispuesto para mi viaje.


94
Ya me voy. ¡Deseadme buena suerte, amigos míos! La aurora sonroja el cielo, y mi camino parece hermoso.
Me preguntáis qué me llevo. Mis manos vacías y mi corazón lleno de esperanza.
Me pondré sólo mi guirnalda nupcial, por que el vestido pardo del peregrino no es mío; y aunque el camino sea peligroso,
va sin temor mi pensamiento.
Cuando mi viaje llegue a su fin, saldrá la estrella de la tarde, y las melancólicas armonías del crepúsculo se abrirán
tras el pórtico del Rey.


95
Pasé, sin darme cuenta, el umbral de esta vida.
¿Qué poder fue el que me hizo abrir en este inmenso misterio, como un capullo, a medianoche, en el bosque?
Cuando, a la mañana, vi la luz, sentí al punto que yo no era un extraño en este mundo, que lo desconocido sin nombre
ni forma me había tenido en brazos, en la forma de mi madre.
De igual manera, al salir a la muerte, esto mismo desconocido me parecerá familiar. Y como amo tanto esta vida,
sé que amaré lo mismo la muerte.
El niño, cuando su madre le quita el seno derecho, se echa a llorar; pero al punto encuentra en el izquierdo su consuelo.


96
Cuando me vaya, sea ésta mi palabra última: que lo que he visto no puede ser mejor.
Gusté la miel oculta de este loto que se abre en el océano de la luz, y así fui bendito. Sea esta mi última palabra.
He jugado en esta casa de juguetes de formas infinitas; y vislumbré, jugando, a aquel que no tiene forma.
Mi cuerpo entero ha vibrado al contacto de aquel que es intangible. Si aquí debe ser el fin, sea. Esta es mi última palabra.


97
Cuando yo jugaba contigo, nunca te pregunté quién eras. Yo no conocía timidez ni miedo. Mi vida era vehemente.
Al amanecer, me llamabas tú de mi sueño, como un hermano, y me llevabas corriendo de selva en selva.
Nada me importaba, entonces, el sentido de las canciones que me cantabas. Mi voz sólo recogía la tonada, y a su compás
bailabas mi corazón.
Hoy, que ya no es tiempo de jugar, ¿qué repentina visión es ésta que se me aparece? El mundo está mirándote a los pies, sobrecogido, temblando con todas sus estrellas silenciosas.


98
Te adornaré con los trofeos y las guirnaldas de mi derrota. No es mío el escapar vencedor.
Sé bien que se estrellará mi orgullo, que mi vida romperá sus cadenas, de tanto dolor, que mi corazón vacío sollozará fuera, melodioso como una caña hueca, que la piedra se derretirá en lágrimas.
Sé bien que no quedarán siempre cerradas las cien hojas de un loto, que será descubierto el secreto escondite de su miel.
Desde el cielo azul, un ojo me verá y me llamará en silencio. Nada quedará de mí, nada, y recibiré a tus pies la muerte completa.


99
Cuando yo tenga que dejar el timón, sabré que habrá llegado la hora de que lo tomes tú.
Lo que haya que hacer será hecho al punto. ¿A qué esta lucha?
¡Pues quita ya las manos, corazón mío, y acepta calladamente tu derrota; considera qué suerte la tuya de quedarte tan bien,
donde estás tan tranquilo!
Por encender mis lámparas, que apaga cada vientito, me olvido, una vez y otra, de todo lo demás.
Pero ya voy a hacer lo que debo, y esperaré a oscuras, en mi estera tendida en el suelo; y cuando tú quieras, Señor,
ven callado, y siéntate conmigo.



100
Desciendo a las profundidades del mar de las formas, en busca de la perla perfecta de lo que no la tiene.
No más este navegar, de puerto en puerto, con mi barco viejo de naufragios. Ya se fueron los días en que era mi gozo
ser juguete de las olas.
Y ahora tengo ansia de morir en lo inmortal.
Llevaré el arpa de mi vida al tribunal que está junto al abismo sin fin de donde sube la música no tocada.
Y acordaré mi música con la música de lo eterno, y cuando haya cantado su sollozo último, pondré mi arpa muda
a los pies de lo callado.


101
Toda mi vida te busqué con mis canciones. Ellas me llevaron de puerta en puerta, y con ellas tanteé a mi alrededor, buscando, buscando mi mundo.
Lo que he aprendido en mi vida, ellas me lo enseñaron; me abrieron sendas secretas, encendieron a mis ojos todas las estrellas
que hay sobre el horizonte de mi corazón.
Mis canciones me guiaron, cada día, a los misterios del placer y del dolor. Y ahora, ¿a qué portal de qué palacio me han traído,
en este anochecer en que acaba mi camino?


102
Me jacté ante los hombres de haberte conocido, y en todas mis obras ven tu retrato. Vienen y me preguntan: "¿Quién es?"
No sé qué responder, y digo: "La verdad es que no lo sé". Se burlan de mí y se van desdeñosos. Y tú sigues sentado allí, sonriendo.
He hablado de ti en canciones perdurables, cuyo secreto brota mi corazón. Vienen y me preguntan: "¿Qué quiere decir todo eso?" No sé qué responderles, y digo: "¡Ay, quién sabe lo que quiere decir!" Y se ríen de mí y se van despreciándome.
Y tú sigues sentado allí, sonriendo.


103
Permite, Dios mío, que mis sentidos se dilaten sin fin, en un saludo a ti, y toquen este mundo a tus pies.
Como una nube baja de julio, cargada de chubascos, permite que mi entendimiento se postre a tu puerta, en un saludo a ti.
Que todas mis canciones unan su acento diverso en una sola corriente, y se derramen en el mar del silencio, en un saludo a ti.
Como una bandada de cigüeñas que vuelan, día y noche, nostálgicas de sus nidos de la montaña, permite, Dios mío,
que toda mi vida emprenda su vuelo a su hogar eterno, en un saludo a ti.

 

 

Juguetes

¡Qué feliz eres, niño, sentado en el polvo,
divirtiéndote toda la mañana con una ramita rota!
Sonrío al verte jugar con este trocito de madera.
Estoy ocupado haciendo cuentas,
y me paso horas y horas sumando cifras.
Tal vez me miras con el rabillo del ojo y piensas:
«¡Qué necesidad perder la tarde con un juego como ese!»

Niño, los bastones y las tortas de barro
ya no me divierten; he olvidado tu arte.
Persigo entretenimientos costosos
y amontono oro y plata.
Tú juegas con el corazón alegre con todo cuanto encuentras.
Yo dedico mis fuerzas y mi tiempo
a la conquista de cosas que nunca podré obtener.
En mi frágil esquife pretendo cruzar el mar de la ambición,
y llego a olvidar que también mi trabajo es sólo un juego.

 

 

Las flores de la primavera salen...

Las flores de la primavera salen,
como el apasionado dolor del amor no dicho;
y con su aliento, vuelve el recuerdo de mis canciones antiguas.
Mi corazón, de improviso, se ha vestido de hojas verdes de deseo.
No vino mi amor, pero su contacto está en mi cuerpo
y su voz me llega a través de los campos fragantes.
Su mirar está en la triste profundidad del cielo, pero
¿dónde están sus ojos? Sus besos zigzaguean por el aire,
pero sus labios, ¿dónde están?

 

 

Me dijo bajito: "Amor mío, mírame en los ojos...

Me dijo bajito: "Amor mío, mírame en los ojos.
"Le reñí, agria, y le dije: "Vete." Pero no se fue.
Se vino a mí y me cogía las manos... Yo le dije: "Déjame."
Pero no se fue.

Puso su mejilla en mi oído. Me aparté un poco,
me quedé mirándolo, y le dije: "¿No te da vergüenza?"
Y no se movió. Sus labios rozaron mi mejilla. Me estremecí,
y le dije: "¿Cómo te atreves, di?" Pero no le dio vergüenza.

Me prendió una flor en el pelo. Yo le dije: "¡Es en vano!"
Pero no cedía. Me quitó la guirnalda de mi cuello, y se fue.
Y lloro y lloro, y le pregunto a mi corazón:
"Por qué, por qué no vuelve?"

 

 

Me parece, amor mío, que antes de rayar el día de la vida...

Me parece, amor mío, que antes de rayar el día de la vida
tú estabas en pie bajo una cascada de felices sueños,
llenando con su líquida turbulencia tu sangre.
O, tal vez, tu senda iba por el jardín de los dioses,
y la alegre multitud de los jazmines, los lirios y las adelfas
caía en tus brazos a montones y, entrándose en tu corazón,
se hacía algarada allí.
Tu risa es una canción, cuyas palabras se ahogan
en el gritar de las melodías; un rapto del olor de unas flores
no vistas; es como la luz de la luna que rompiera a través
de la ventana de tus labios, cuando la luna está escondiéndose
en tu corazón. No quiero más razones; olvido el motivo.
Solo sé que tu risa es el tumulto de la vida en rebelión.

 

 

No puedo ofrecerte una sola flor...

No puedo ofrecerte una sola flor
de todo el tesoro de la primavera,
ni una sola luz de estas nubes de oro.
Pero abre tus puertas y mira; y coge,
entre la flor de tu jardín,
el recuerdo oloroso de las flores
que hace cien años murieron.

¡Y ojalá puedas sentir en la alegría de tu corazón
la alegría viva que esta mañana de abril te mando,
a través de cien años, cantando dichosa!

 

 

Pájaros perdidos

1
Pájaros perdidos de verano vienen a mi ventana, cantan,
y se van volando.
Y hojas amarillas de otoño, que no saben cantar,
aletean y caen en ella, en un suspiro.

2
Vagabundillos del universo, tropel de seres pequeñitos,
¡dejad la huella de vuestros pies en mis palabras!

3
Para quien lo sabe amar, el mundo se quita su careta de
infinito. Se hace tan pequeño como una canción, como un
beso de lo eterno.

4
Las lágrimas de la tierra le tienen siempre en flor
su sonrisa.

5
El desierto terrible arde todo por el amor de una yerbecita;
y ella le dice que no con la cabeza, y se ríe, y se va
volando...

6
Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán
ver las estrellas.

7
En tu camino, agua bailarina, la arena te pordiosea
tu canción y tu fuga.
¿No quieres tú cargarte con la coja?

8
Tu cara anhelante persigue mis sueños como la lluvia por
la noche.

9
Una vez, soñamos los dos que no nos conocíamos. Y nos
conocíamos. Y nos despertamos a ver si era verdad que nos
amábamos.

10
Como el anochecer entre los árboles silenciosos, mi pena,
callándose, callándose, se va haciendo paz en mi corazón.

11
No sé qué dedos invisibles sacan de mi corazón, como una
brisa ociosa, la música de las ondas.

12
-Mar, ¿qué estás hablando?
-Una pregunta eterna.
-Tú, cielo, ¿qué respondes?
-El eterno silencio.

13
¡Oye, corazón mío, los suspiros del mundo, que está
queriendo amarte!

14
El misterio de la vida es tan grande como la sombra en
la noche. La ilusión de la sabiduría es como la niebla del
amanecer.

15
No te dejes tu amor sobre el precipicio.

16
Me he sentado, esta mañana, en mi balcón, para ver el
mundo. Y él, caminante, se detiene un punto, me saluda y
se va.

17
Menudos pensamientos míos, ¡con qué rumor de hojas
suspiráis vuestra alegría en mi imaginación!

18
Tú no ves lo que eres, sino su sombra.

19
¡Qué necios estos deseos míos, Señor, que están turbando
con sus gritos sus canciones! ¡Haz Tú que solo sepa yo
escuchar!

20
No soy yo quien escoge lo mejor, que ello me escoge a mí.

21
Si me está negado el amor, ¿por qué, entonces, amanece;
¿por qué susurra el viento del sur entre las hojas recién nacidas?
Si me está negado el amor, ¿por qué, entonces,
la medianoche entristece con nostálgico silencio a las estrellas?

22
Sé que esta vida, aunque no madure el amor, no está perdida del todo.

23
¡No sea yo tan cobarde, Señor, que quiera tu misericordia en mi triunfo,
sino tu mano apretada en mi fracaso!

 

 

Para que yo no te conozca tan pronto, juegas conmigo...

Para que yo no te conozca tan pronto, juegas conmigo.
Me ciegas con tus repentinas risas para que no te vea tus lágrimas...
Conozco, conozco tu arte. ¡Nunca dices lo que quieres decir!

Por miedo a que yo no te tenga en lo que vales,
me evitas de mil modos. Te apartas de la multitud
para que yo no te confunda con ella... Conozco, conozco tu arte.
¡Nunca vas por donde quisieras ir!

Como puedes más que nadie sobre mí, te callas.  Me dejas
mis regalos con descuido juguetón... Conozco, conozco tu arte.
¡Nunca aceptas lo que quisieras aceptar!

 

 

Perdóname hoy mi impaciencia, amor mío...

Perdóname hoy mi impaciencia, amor mío.
Es la lluvia primera del verano, y la arboleda del río
está jubilosa, y los árboles de kadam, en flor,
tientan a los vientos pasajeros con copas de vino de aroma.
Mira, por todos los rincones del cielo los relámpagos
dardean sus miradas, y los vientos se yerguen por tu pelo.
Perdóname hoy si me rindo a ti, amor mío. Lo de cada
día anda oculto en la vaguedad de la lluvia; todos los
trabajos se han parado en la aldea; las praderas están
abandonadas. Y la venida de la lluvia ha encontrado en tus
ojos oscuros su música, y julio, a tu puerta, espera, con
jazmines para tu pelo en su falda azul.

 

 

Puse en mi bandeja cuanto tenía, y te lo di...

Puse en mi bandeja cuanto tenía, y te lo di.
¿Qué traeré a tus pies mañana?
Soy como el árbol que, huyendo el verano floreciente,
mira al cielo, levantadas sus ramas desnudas de flores.
Pero ¿no hay, entre todas mis ofrendas pasadas, una sola flor
que haya hecho inmarcesible la eternidad de las lágrimas?
¿Te acordarás, me darás las gracias con los ojos
cuando llegue yo a ti con las manos vacías,
en la despedida de mis días estivales?

 

 

Ramillete

                                       (Del poeta bengalí Satyendranaz Dayta)

Mis flores eran como leche, miel y vino.
Las até con una cinta dorada, en ramillete,
pero burlaron mi cuidado vijilante y huyeron lejos;
y solo me queda la cinta.
Mis canciones eran como leche, miel y vino.
Estaban presas en el ritmo de mi corazón palpitante,
pero tendieron sus alas y huyeron lejos, ¡tesoros de mis horas ociosas!,
y mi corazón late en silencio.
La hermosa que amé era como leche, miel y vino.
Sus labios, como el rosa del alba; sus ojos, negros como abeja.
Yo callaba mi corazón, no fuera a asustarla, pero ella se fue,
como mis flores y mis canciones; y me ha dejado mi amor solo.

 

 

Regalo de amante

Anoche, en el jardín, te ofrecí el vino espumeante
de mi juventud. Tu te llevaste la copa a los labios,
cerraste los ojos y sonreíste;
y mientras, yo alcé tu velo, solté tus trenzas y traje sobre mi pecho tu cara dulcemente silenciosa; anoche,
cuando el sueño de la luna rebosó el mundo del dormir.

Hoy, en la calma, refrescada de rocío, del alba, tú vas camino del templo de Dios, bañada y vestida de blanco,
con un cesto de flores en la mano. Yo, a la sombra del árbol, me aparto inclinando la cabeza; en la calma del alba,
junto al camino solitario del templo.

 


 

Si acaso piensas en mí, te cantaré cuando el anochecer lluvioso...

Si acaso piensas en mí, te cantaré cuando el anochecer lluvioso
suelta sus sombras por el río, arrastrando, lento, su luz vaga hacia el ocaso;
cuando lo que queda del día es ya demasiado poco para trabajar o jugar.
Te sentarás sola en el balcón que da al Sur, y yo me pondré a cantarte
en el cuarto oscuro. El olor de las hojas mojadas entrará por la ventana,
en el crepúsculo creciente, y los vientos tormentosos
clamorearán en los cocoteros.
Traerán la lámpara encendida al cuarto, y entonces me iré yo. Y tú, quizá, entonces, escucharás la noche,
y oirás mi canción cuando esté yo callado.

 

 

Soñé que estaba ella sentada a mi cabecera...

Soñé que estaba ella sentada a mi cabecera,
y alborotaba tiernamente mi cabello con sus dedos,
suscitando la melodía de su contacto.
La miré a la cara, luchando con mis lágrimas,
hasta que la angustia de las palabras no dichas
quebró mi sueño como una burbuja.
Me incorporé. La Vía Láctea se veía arder por mi ventana,
como un mundo de silencio inflamado.
Y me pregunté si en aquel momento estaría ella soñando
un sueño que viniera, bien con el mío.

 

 

Te amo, sí ¡Perdóname mi amor!...

Te amo, sí ¡Perdóname mi amor!
Pajarito que yerras tu camino, como tú, estoy cazada.
Cuando mi corazón se estremeció de dicha,
perdió su velo y se quedó desnudo.
Cúbrelo tú de piedad, ¡y perdóname mi amor!

Si no puedes amarme, ¡perdóname mi pena!
¡Pero no me mires así, desde tan lejos!
Me arrastraré callada  a mi rincón 
y m sentaré en la sombra, tapando con mis dos manos
la vergüenza desnuda. No me mires , no me mires,
¡y perdóname mi pena!

Si me amas, ¡perdóname mi alegría!
No te rías de mi descuido porque ves que mi corazón
se me va en este mar de ventura.
Cuando me siente yo en mi trono,
y reine sobre ti, tirana de mi amor;
cuando, como una diosa, yo te conceda mis favores,
sé tú indulgente con mi orgullo,
¡y perdóname mi alegría!

 

 

Te cojo las manos, y mi corazón, buscándote a ti...

Te cojo las manos, y mi corazón, buscándote a ti,
que siempre me eludes tras palabras y silencios,
se hunde en la oscuridad de tus ojos.
Sin embargo, sé que debo estar contento en este amor,
con lo que viene a rachas y huye, porque nos hemos encontrado
por un momento en la encrucijada de los caminos.
¿Soy yo tan poderoso que pueda llevarte a través de este
enjambre de mundos, por este laberinto de veredas?
¿Tengo yo alimento para sostenerte por el oscuro pasaje bostezante,
de arcos de muerte?

 

 

Versiones, paráfrasis y recreaciones

Traducciones de Eduardo Carranza

1. Laúd de amor

La estrella
  
   EL río avanza, mansamente, abriendo la noche. Las estrellas, desnudas,
tiemblan en el agua. El río traza una línea de rumor en el silencio.
   He abandonado mi barca al capricho de las aguas. Tendido cara al cielo
pienso en ti que duermes, extraviada entre los sueños.
   Talvez ahora me sueñes, amor mío de nocturnos, húmedos ojos estrellados.
   Pronto mi barca ha de pasar frente a tu casa, amor mío, extendida en tu sueño
como un río. Talvez por mí palpite tu dormida boca entreabierta.
   Llega una ráfaga de fruta y de jazmín. Este viento ha pasado por tu casa y en él
toco tu sueño y aspiro tu aroma y beso tu boca, amor mío que talvez ahora
andas conmigo, en un jardín, por tu sueño. Detrás de tu oreja, entre los cabellos,
húmedos del baño todavía, arde un jazmín, en tu sueño.
   Dame la mano y mírame a los ojos, en tu sueño, amor mío, y suavemente,
arrástrame  al círculo mágico en que ahora, dormida, sonríes.
   Ya veo, entre la sombra de la orilla, una lucecita que me mira con amoroso parpadeo.
Es tu casa: para mí la más dulce, la más cercana y lejana de las estrellas, amor mío.

* * * * *

Canción

I
Siento que en mí palpitan todas las estrellas.
El mundo corre por mi vida como un hermoso río.
Las flores han pasado a través e mi sangre.
Y toda la primavera de aguas y jardines se alza
de mi corazón como un humo azul, y el aliento
de todas las cosas canta como una flauta en mis
sienes.

II
Cuando la tierra se adormece llego a tu puerta.
En lo alto callan las estrellas y tengo miedo de cantar.
Velando espero hasta que tu sombra pasa por el balcón
de la noche. Entonces regreso silencioso y lleno de ti.
Luego, en la canto a la orilla del camino.
El aire matinal escucha temblando y las flores vuelven hacia mí
su rostro de pétalos.
Los viajeros se detienen de pronto para mirarme frente a frente:
es como si mi canto a cada uno le llamara por su nombre.

* * * * *

Voto

   Dímelo  con tus ojos y cogeré los frutos de mi huerto en donde el tiempo
se ha trocado en dulzura y con ellos llenaré una cesta que tenga forma
de corazón o de navío para ti que estás tan lejos, en el jardín de la tarde.
   La estación avanza, avanza con pie dorado, llena de grave esplendor.
La flauta del nostálgico calla en la sombra. Dímelo con tu silencio y la flauta
gemirá por ti, entre todas la más lejana.
   Dímelo apenas con tu sonrisa y me daré a la vela sobre el río, hacia ti,
rodeada por la lejanía. El viento de marzo se levanta e infla el pecho de las velas
y las olas.
   Mi huerto exhala toda su alma a la hora entristecida en que la luz
cierra sus párpados. Llámame con tu alma desde tu casa, en la playa de la lejanía,
al otro lado del crepúsculo.

* * * * *

La ventana

   De repente se abrió de par en par esta mañana, la ventana
de mi corazón que mira a tu corazón.
   Y maravillosamente vi mi nombre, aquel con que me nombra
tu voz más íntima y querida, escrito sobre las hojas y las flores en tu corazón.
Y esperé silencioso.
   Un instante se alzó, volando, el visillo que separa tus cantos de los míos.
   Y descubrí que en la claridad de tu mañana, en tu corazón, alguien cantaba
mis canciones futuras, las que no he soñado ni cantado todavía. Y para aprender
mis propias canciones, me senté, silencioso, a tus pies.

* * * * *

Canción 2

   Escucha, corazón mío: en esta flauta canta la música del perfume de las flores
silvestres, la música voluble de las hojas y del agua que huye entre árboles
y grillos, la música de la penumbra sonora de alas y rumoreante de abejas.
   La flauta ha perfumado y encantado su sonrisa en los labios de mi amiga y
derrama por mi vida su magia y su aroma.

* * * * *

El río

   Cae el día. La luz cede ante el pecho de la sombra. Es tiempo de que vaya
al río para llenar mi cántaro.
   El rumor del agua me llama por el aire como una fresca voz aleteante.
Iré al río por el crepúsculo melancólico. El viento se levanta, único pasajero
por el camino solitario. Un largo estremecimiento se desliza sobre el agua.
   Voy hacia el río y no sé si llegaré. Tampoco sé si volveré. Me invade una vaga
ansiedad... Quizá tenga de pronto un encuentro imprevisto...  A lo lejos,
en su barca, un hombre desconocido toca su laúd.

* * * * *

Soledad

   Sentado a la puerta de mi cabaña canto en voz baja. La mañana, a mis pies,
me mira con sus puros ojos de doncella. Por el camino ríen y cantan los
enamorados. ¡Y nadie viene a acompañarme!
   Sentado a la puerta de mi cabaña sueño las nubes. El medio día me contempla
con sus quietos ojos. En la floresta dorada se miran los amantes. ¡Y nadie viene
a acompañarme!
   Sentado a la puerta de mi cabaña callo nostálgico. La tarde me mira con sus ojos
de cervato. Hacia el río, en la penumbra morada, se esfuman las parejas. ¡Y nadie
viene a callar conmigo!
   Sentado en la puerta de mi cabaña suspiro y estoy triste. La noche me mira con
sus ojos estrellados. En el aire cálido palpitan besos y caricias. ¡Y nadie viene
a acompañarme!

* * * * *

La carta

1. Al despertar encontraba su mensaje en la mano de la mañana.
    Como no aprendí a leer no sé lo que me diría.
    Siga el sabio entre sus libros. Nada le preguntaré.
    Y, ¿acaso el sabio podría comprenderlo?

2. Llevaré la carta a mi frente y luego la apretaré contra mi corazón.
    Cuando llegue la noche y asomen las estrellas una a una, la abriré
sobre mis rodillas, la miraré, cerraré los ojos y me quedaré silencioso.
   Las hojas, entre luna y secreteo, me la leerán con su fina voz; el río pasará
tarareando la letra de mi carta; y las siete estrellas del conocimiento me la
cantará por los cielos.
   Sin embargo, no encuentro exactamente lo que busco; no comprendo bien
lo que quisiera aprender; pero este mensaje que no he sabido descifrar me hace
dulce y alegre la jornada y mi pensamiento se ha trocado en melodía.

 

 

2. Reino dorado

Los niños

   En la última playa del mundo los niños se reúnen. El infinito azul
está a su lado, al alcance de sus manos. En la orilla del mundo,
más allá de la luna, los niños se reúnen, y ríen, gritan y bailan entre
una nube de oro.

   Con la arena rosa, dorada, violeta -en el alba, al medio día, por la tarde-
edifican sus casas volanderas. Y juegan con las menudas conchas vacías.
Y con las hojas secas aparejan sus barcas y, sonriendo, las echan al
insondable mar. Los niños juegan en la ribera del mundo, más allá del cielo.
   No saben navegar, ni saben lanzar las redes. Los niños pescadores de perlas
se hunden en el mar y, al alba, los mercaderes se hacen a la vela; los niños
entretanto acumulan guijarros de colores y luego, sonriendo, los dispersan.
No buscan tesoros escondidos, ni saben echar las redes.
   Sube la marea, con su ancha risa, y la playa, sonríe con su pálido resplandor.
Las ondas en que habita la muerte cantan para los niños baladas sin sentido,
como canta una madre que mece la cuna de su hijo. La ola baila y juega con los
niños y la playa sonríe con su pálido resplandor.
   En la última ribera del mundo los niños se reúnen. Pasa la tempestad por el cielo
solitario, zozobran los navíos en el océano sin caminos, anda la muerte,
anda la muerte, y los niños juegan, entre una nube de oro. En la orilla del mundo,
más allá de la luna, los niños se reúnen en inmensa asamblea de risas y de danzas
y de juegos y de cantos.

* * * * *

Arrullo

   El sueño que aletea sobre los párpados del niño: -¿Quién me dirá de dónde vino?
-Yo. Me cuentan, me han contado, que el sueño vive en la lejanía, en la aldea azul
de las hadas: allí; a la sombra de la floresta que alumbran las luciérnagas con su tierno relámpago diminuto,
se inclinan dos flores encantadas, parecidas a los ojos del niño,
entre su aroma. Y es de allá de donde viene el sueño a cerrar con su beso los párpados del niño.
   La sonrisa que aletea, como un tenue centelleo, sobre los labios del niño cuando
duerme: -¿Quién me dirá en dónde nació? -Yo. Me cuentan, me contaron, que la mano
de la luna nueva, rozó el borde de una nube de otoño y allí, soñada por la mañana húmeda
de rocío, una sonrisa nació: la sonrisa que, parecida al brillo de una lámpara bajo el agua, palpita en los labios
del niño cuando duerme.
   ¿Y esa tibia frescura que en la piel del niño recuerda, a un tiempo, al trigo ya la rosa, antes
en dónde se escondía? -Envolvía en un silencioso y amoroso misterio el corazón de la madre
cuando era una doncella con el corazón lleno de sueños y de música: esa frescura que se
extiende por el cuerpo del niño como una débil onda tibia.

* * * * *

La madre canta

   Cuando te traigo juguetes de colores, niño mío, entiendo el tornasol del agua y de la nube y entiendo por qué
un hada pinta las flores por la noche y entiendo el arco-iris sobre el campo
y el nácar en la playa de la luna: cuando te doy juguetes de colores.
   Cuando canto para que bailes, mi niño, sé por qué la música plateada del viento entre las
ramas y el coro de las olas alrededor del mundo y la cadencia de la luz sobre las hojas: cuando
canto para que tú bailes.
   Cuando en tus pequeñas manos ávidas pongo dulces y golosinas, comprendo para qué la miel
en el cáliz de la flor y para qué la savia azucarada que en secreto madura la fruta, como el amor
un corazón: cuando pongo dulces y golosinas en tus pequeñas manos ávidas.
   Cuando abrazo tu cara de jazmín y canela para hacerte sonreír, mi niñito querido, comprendo la dicha que se extiende
por el cielo límpido de la mañana y la delicia en que la
brisa de verano envuelve mi cuerpo y la onda del trigal al medio día: cuando te abrazo para que sonrías.

 

 


3. Las cosas y el espíritu

La belleza

   Yo oprimo sus manos; yo la estrecho contra mi corazón.
   Yo intento enlazar con mis brazos su perfume, beber su sonrisa con mis besos,
beber también su mirada con mis ojos.
   Mas, ay, nada queda en mis 'brazos, en mis labios, en mis 0jOS. ¿Pudo alguien tocar el azul
del cielo?
Yo me empino hacia la belleza y corro .tras
ella; mas la belleza se me escapa y sólp me deja
su apariencia entre las manos.
Nostálgico y cansado vuelvo a este juego di-
vino. ¿Cómo podrían las manos de mi cuerpo,
coger la flor que sólo el alma puede rozar?

* * * * *

Invocación a la noche

 1.  Oh noche, noche morena, hazme tu poeta!
   Durante miles de años los hombres han velado, mudos, a la sombra de tu estrellado
poderío: déjame cantarte por todos ellos.
   Llévame en tu alado carro que silenciosamente se desliza de mundo en mundo,
¡oh tú! nocturna noche, magnífica y oscura!

2. A veces un espíritu ansioso entra, furtivo, en tu corte, y errando por tu mansión
sin luz interroga vanamente los aires.
   Y a veces algún corazón traspasado por la
flecha de júbilo que lanza el arquero desconocido, prorrumpe en su misterioso canto
que estremece la tiniebla hasta sus cimientos.
   A ti las almas conturbadas vuelven sus ojos y quedan temblando de pronto, ante tu cielo
parpadeante, como quien descubre un tesoro.
   Hazme tu poeta, oh noche, el poeta de tu insondable silencio.

* * * * *

La luz

   La luz! ¡La luz! He aquí la luz que inunda el mundo y nos besa los ojos y el corazón,
¡la luz!
   ¡Ah! la luz danza, delirante, en el centro de la vida, como en medio de una pradera!
Mi amor, amada mía, si la luz lo toca con sus dedos, suena dulcemente como una campana
de cristal. El cielo se abre. El viento huye saltando como una muchacha transparente.
Y una como risa apasionada se desborda por toda la tierra.
Sobre el corazón de la luz, amada mía, la mariposa abre sus alas tan tiernas casi como las alas
de tu sonrisa. Sobre la cresta de las ondas de la luz se encienden los jazmines.
   La luz, amada mía, pone a las nubes un halo de oro y azul, y parece una reina vestida de su propia belleza.
   Un inmenso júbilo se extiende, de hoja en flor y de flor en ola en torno al mundo. El río
del cielo ha borrado sus orillas. ¡Y la ola del gozo nos ahoga!

* * * * *

El fuego

1. Oh fuego,  hermano mío, yo te canto un canto delirante. Eres la imagen brilladora y púrpura de la libertad.
Alzas tus brazos hacia el cielo y tus dedos ávidos pulsan las arpas del aire.
Y danzas tu danza ligera y terrible al son de tu propia música.

2. Cuando finen mis días, cuando mi alma rompa los límites, en ti arderán, hasta ser pávida
ceniza, mis ojos, mis manos y mis pies.
   Mi cuerpo se hará uno con el tuyo, mi corazón será arrebatado en tu frenético torbellino,
y la llama trémula que era mi vida se fundirá con tu llama única.

* * * * *

La vida

   El mismo río de vida que circula por mis venas noche y día, circula por las venas del mundo y canta,
en lo hondo, con pulso musical.
   Y es una vida idéntica a la mía la que a través del polvo de la tierra alza su verde alegría en
innúmeras briznas de hierba, y estalla en olas tiernas y furiosas de hojas y flores.
   Y la misma vida, hecha flujo y reflujo, mece al océano, cuna del nacimiento y de la muerte.
   Mis sentidos se exaltan al tocar esta vida universal. Y siento la embriaguez de que sea en mi
sangre donde en este momento palpita y danza el latido de la vida que huye a través del tiempo.

* * * * *

Canción 3

   A la rama que suavemente roza mi ventana como un anhelo vago, o una caricia, o un pensamiento,
¿qué aliento la mueve?
   El agua que rueda y canta, por el sol, por la luna, ¿qué boca sedienta busca?
   La luz que está como un ramo sobre la mesa en que escribo, ¿de qué corazón, de qué mirada
enamorada viene?
   Y con esa voz que casi no es y como que me nombra, pasando en breve ráfaga por la calle
solitaria de la media noche, ¿cuál entre mis muertos queridos me nombra?

* * * * *

El camino

   Allí donde existen los caminos, pierdo mi camino.
   En el ancho mar, en lo azul del vasto cielo nadie trazó rutas jamás.
   Las alas de los pájaros y su canto, la llamita de las estrellas, las flores en ronda de las
estaciones, ocultan el sendero.
   Y he preguntado a mi corazón: ¿Acaso tu sangre, el paso de la sangre, no conoce el camino
invisible?

* * * * *

En el límite de la mañana

   Hemos llegado al límite del invierno.
   Desde aquí vemos ya a la primavera tendida en el campo. Vuelven los colores tras
un largo asueto. Y la luna se asoma en un claro balcón. ¡Oh alma mía!
   Mira el pequeño río azul que nos separa de la estación dichosa. Respira el dulce viento
que viene de la lejanía inaugurando las flores a su paso. Mira el puentecillo delgado como
un suspiro, que hemos de atravesar esta noche. Mira el mañana a los ojos, ¡oh, alma mía!
   Deja de este lado del río tu pálida sonrisa y tu mirada triste. Deja las palabras cansadas y
las antiguas canciones. Despójate del pasado como de una vieja túnica. Entonemos los
cantos que despiertan el porvenir. Y corramos enlazados a cruzar el puente que nos
separa del mañana florido y encantado. Alma mía, ¡oh alma mía!

 

 

4. Amor

Amor

     He besado con mis ojos y con mi tacto la adorable superficie de este mundo.
Y, como un velo bordado de árboles y pájaros, lo he plegado sobre mi corazón.
Y tantos pensamientos y sentimientos he vertido en sus días y en sus noches
que mi vida y el mundo se han fundido y son ya una sola sustancia amorosa.
   Y amo mi vida porque amo la claridad del cielo que toda está en mí.
   Abandonar este mundo es una realidad tan poderosa como amarlo.
   Mas si este amor hubiera de ser engañado y burlado por la muerte, el gusano de una
desilusión semejante roería todas las cosas y hasta las estrellas, extinguidas,
se derrumbarían en ceniza.
   Y cuando toco el sitio de mi corazón estoy tocando el mundo y el amor inmortales!

* * * * *

Imagen de la vida

   A la flor era semejante mi vida, en su aurora: a la flor que, abierta cuando la brisa
de la primavera viene a golpear en su puerta, deja caer uno, o dos pétalos, e ignorante
de su tesoro, no siente su pérdida.
   Ahora cuando pasó la juventud, mi vida se parece al fruto que ya nada tiene que perder:
y espera, espera a alguien, para darse toda entera, con toda su pesadumbre de dulzura.

* * * * *

El aventurero

   He pagado mis deudas, he cortado mis ataderas, las puertas de mi casa están
abiertas, he olvidado mis amores: ¡soy libre, y me voy por el ancho mundo!
   En cuclillas, agrupados en su rincón, los otros tejen la tela gris de sus vidas,
o cuentan su oro entre el polvo, o beben su triste vino, o cantan lánguidas
canciones: y me llaman para que regrese a su lado.
   Pero yo he forjado mi espada y he vestido mi armadura, y mi caballo piafa de
impaciencia.
   ¡Soy libre, es la mañana y parto a conquistar mi reino.

* * * * *

El poeta

   El alma del poeta danza y delira sobre la ola de la vida, entre el clamor de vientos
y mareas.
   Y cuando el sol esconde su frente y el cielo entristecido cae sobre el mar como los
párpados sobre los ojos fatigados, el poeta, dejando su pluma y con la cabeza en la mano,
deja huir su pensamiento hacia el abismo del silencio, hacia la niebla del eterno secreto.

 

 

5. Canciones a lo divino

Cancioncilla

   Descendiste de lo alto de tu trono y te paraste en la puerta de mi cabaña.
   Yo cantaba solitario en un rincón y mi melodía encantó tu oído. Bajaste de
tu altura y te detuviste a la entrada de mi cabaña.
   Muchos son los maestros cantores de tu palacio en cuyos aires, a toda hora,
vuela la música.
   Pero el himno ingenuo de este aprendiz ganó tu amor. Yo musitaba una delgada
cadencia melancólica y tu oído supo distinguirla entre la gran sinfonía del mundo.
Y, con una flor como recompensa, bajaste y te detuviste en la puerta de mi cabaña
a escuchar la cancioncilla silvestre.

* * * * *

Oración

   Sí, Dios mío, yo lo entiendo muy bien: la luz de pie celeste cuya danza se confunde
con la danza de las hojas; las indolentes nubes que navegan hacia el ocaso; la brisa
pasajera, errando por mi frente como una mano de frescura: todo es es sólo tu amor,
y nada más que tu amor sobre mi vida.
   Mis ojos se han lavado en la claridad matinal y tu mensaje ha descendido hasta mi
corazón. En lo alto, tu rostro diáfano se inclina; tus ojos me han mirado a los ojos y
contra  tus pies bate mi corazón como una ola.

* * * * *

El dueño

   El mundo te pertenece ahora, y por siempre jamás.
   Y porque nada puedes desear, oh Rey mío, tampoco puedes hallar placer en
tus riquezas.
   Y para ti, ellas son como si no existieran.
   Por esto, en el transcurso lento de los días me das lentamente lo tuyo, para luego,
sin término, reconquistar en mí tu reino.
   Día tras día, tu sol se alza a través de mi corazón, y te amas en mí, y te reflejas en
esta imagen tuya que es mi vida.

* * * * *

El guía

   Mis canciones te han buscado toda la vida.
Ellas me guiaron de puerta en puerta, de mirada en mirada, de fruta en fruta y de
sonrisa en sonrisa. Y con ellas palpando mi universo, he tocado la vida circulante.
   Mis canciones me enseñaron todo lo que jamás aprendí y me mostraron la escondida
senda y alzaron un lucero azul sobre el horizonte de mi corazón.
   A través de los días mis canciones me guiaron hacia la misteriosa comarca del placer
y del dolor.
   Y ahora, cuando llega la tarde y se aproxima el final del viaje, ¿hacia el pórtico de
qué vago palacio me conducen mis canciones?

* * * * *

El viaje

   Creía yo que mi viaje tocaba a su término, que había llegado al límite de mi reino
y de mi poderío, que el sendero se extinguía bajo mis pies como a veces el sueño en el
súbito despertar. Creía que mis provisiones de fuerza y de ensueño estaban agotadas
y que el momento había llegado de retirarme a una penumbra silenciosa.
   Pero tu voluntad, Señor, y tu amor, no tienen fin en mí. Y he aquí que cuando las viejas
palabras languidecían en mi lengua ya las nuevas melodías danzaban en mi corazón.
Y he aquí  que donde los viejos caminos se borraban, a mis pies se abría una nueva
vereda bordeada de maravillas.

* * * * *

El que espera

   He aquí que ésta es mi sola delicia: esperar y esperar a la orilla del camino, en donde
la sombra persigue a la luz y la lluvia viene andando sobre las huellas del verano.
   Los mensajeros, con las nuevas y el aire de otros cielos pasan veloces, me saludan
y se apresuran a lo largo del camino. Mi corazón se desborda de júbilo y es dulce el hálito
de la brisa volandera.
   Del alba al crepúsculo estoy en mi puerta: sé que de repente vendrá el dichoso instante
en que veré.
   Entre tanto sonrío y canto, solitario. Entre tanto por el aire se expande el perfume
de la promesa.

* * * * *

La promesa

   Vino a sentarse a mi lado y no me desperté. ¡Maldito sea mi sueño!
   Vino entre la noche apacible con su arpa en la mano y mis sueños se llenaron de música.
   ¡Ay!, he perdido mis noches y mis noches: ¡porque aquel cuyo aliento roza mi sueño,
escapa siempre a mis ojos!

* * * * *

La oración

   Cuando el corazón está seco y árido, desciende sobre mí resuelto en lluvia de
bondad y de frescura.
   Cuando la vida, borrada su gracia, se haga dura y torva, ven a mí en floración de cantos.
   Cuando el tumulto eleve en todas partes su vocerío y su ráfaga, aventándome lejos, por el
suelo, ven a mí, Señor del silencio, con tu paz y tu serenidad.
   Cuando mi corazón miserable solloce abandonado en un rincón de su cárcel, abre de par
en par la puerta con tu aliento, Rey mío, y ven a mí con la gloria de un rey.
   Cuando el deseo ciegue mi espíritu, con su ilusión y con su polvo, Tú, el solo santo, Tú,
el vigilante, ven a mí con tu relámpago y tu trueno.

* * * * *

El cantador

   Estoy aquí para cantar. Es mi destino y mi parte en la fiesta del mundo. En esta
sala que es tuya, tengo un rincón para sentarme y cantar en voz baja.
   Soy un ocioso en tu atareado mundo, Señor. Mi vida inútil sólo sabe expresarse
en vagos acordes sin sentido, como el árbol en silabeo de hojas brilladoras, como el río
en impensada cadencia de agua y viento, como el cielo en anhelante balbuceo de nubes.
   Cuando sea la hora de adorarte, cuando en la basílica húmeda y azulada de la media noche,
suene el reloj de las estrellas, llámame, Señor, y yo me alzaré ante Ti, para cantar.
   Cuando en el aire tierno y límpido la mañana iza su arpa de oro, llámame a tu presencia
y he de cantar pulsando la luz de la mañana.

* * * * *

El discípulo

   Tu lenguaje, Señor, es muy sencillo, mas no así el de los discípulos que hablan en
tu nombre.
   Yo comprendo la voz de tus olas y el silencio de tus árboles. Comprendo la escritura
de tus estrellas con que nos explicas el cielo.
   Comprendo la líquida redacción de tus ríos y el idioma soñador del humo en donde se
evaporan los sueños de los hombres.
   Yo entiendo, Señor, tu mundo, que la luz nos describe cada día con su tenue voz.
Y beso en la luz la orilla de tu manto.
   El viento pasa enumerando tus flores y tus piedras. Y yo, de rodillas, te toco en la
piedra y en la flor. A veces pego mi oído al corazón de la noche para oír el eco de tu corazón.
   Tu lenguaje es muy sencillo, mas no así el de los discípulos que hablan en tu nombre.
Pero yo te comprendo, Señor.

* * * * *

Oración 2

   Que yo nunca rece para ser preservado de los peligros: sino para alzarme ante ellos y mirarlos cara a cara.
Que no pida la extinción de mi dolor: sino el coraje que me falta para sobreponerme a él.
   Que no confíe en aliados en la guerra de la vida sobre el campo de batalla del alma: que sólo espere de mí.
   Que no implore, espantado, mi salvación: que tenga la fe necesaria para conquistarla.
   Dame no ser ingrato: pues a tu misericordia debo mis triunfos.Y si sucumbo, acude a mí con tu brazo fuerte.
¡Y dame la paz, y dame la guerra!

* * * * *

El último viaje

   Sé que en la tarde de un día cualquiera el sol me dirá su último adiós, con su mano
ya violeta, desde el recodo de occidente. Como siempre, habré musitado una canción,
habré mirado una muchacha, habré visto el cielo con nubes a través del árbol que se asoma a mi ventana... 
   Los pastores tocarán sus flautas a la sombra de las higueras, los corderos triscarán en la
verde ladera que cae suavemente hacia el río; el humo subirá sobre la casa de mi vecino...
   Y no sabré que es por última vez...
   Pero te ruego, Señor: ¿podría saber, antes de abandonarla, por qué esta tierra me tuvo entre
sus brazos? Y ¿qué me quiso decir la noche con sus estrellas, y mi corazón, qué me quiso decir mi corazón?
   Antes de partir quiero demorarme un momento, con el pie en el estribo, para acabar la
melodía que vine a cantar. ¡Quiero que la lámpara esté encendida para ver tu rostro, Señor!
Y quiero un ramo de flores para llevártelo, Señor, sencillamente.

 

 

5. Apólogos

Apólogo del misterio

   No has oído su paso silencioso? El viene, viene, viene eternamente.
   A cada instante, en todas las épocas y edades, cada día, cada noche, él viene,
viene, viene desde siempre.
   Yo he cantado muchas canciones de diversa entonación, pero en ellas cada nota,
cada palabra, clamaba siempre: él viene, viene, viene eternamente.
   En los días embalsamados del absorto abril, por el camino secreto de la selva,
él viene, viene, viene eternamente.
   Entre la angustia tempestuosa de  las noches de julio, sobre el carro resonante
de las nubes, él viene, viene, viene eternamente.
   Entre una pena y otra pena tan sólo hay el espacio de su paso que me oprime el
corazón; y mi alegría sólo amanece al roce dorado de su pie.
   ¡El viene, viene, viene eternamente!

* * * * *

Apólogo de la perfección

   Cuando la creación estaba recién nacida y las estrellas brillaban, unánimes, con
su primer esplendor virginal, los dioses se reunieron sobre el cielo en dichosa asamblea
y cantaron: "¡Oh, espejo de la perfección! ¡Oh, júbilo sin sombra! "
   Mas uno de los dioses exclamó de pronto: "Parece que hay en alguna parte un vacío en
esta cadena de claridad y que una de las estrellas se ha perdido."
   La melodía de oro de las arpas se calló; el canto se detuvo y los dioses clamaron desolados:
   "Es verdad, y era la más bella esa estrella perdida. ¡Era la gloria y diamante sumo de los
cielos!"
   Desde aquel día la buscan sin cesar y de uno a otro este lamento se trasmite:
"¡Con esa estrella el mundo ha perdido su alegría! "
   Entre tanto, en el profundo silencio de la noche, las estrellas sonríen y murmuran entre sí:
"¡Vana es la búsqueda: la perfección sin pausa reina doquier!"

* * * * *

Apólogo de la esperanza en Dios

   Había salido yo, mendigo de puerta en puerta, por el camino de la ciudadcuando de un recodo surgió
tu carroza de oro semejante a un sueño matinal. Y mi alma se inclinó de asombro ante quien parecía
el Rey de todos los reyes !
   Y mis esperanzas se alzaron y pensé: he aquí que ha llegado el fin de los días tristes;
y ya me alistaba a recoger las ricas limosnas esparcidas en el polvo.
   La carroza se detuvo frente a mí. Tu mirada cayó sobre mi pobreza y, sonriendo,
descendiste al camino. Yo sentí que había llegado la grande y única oportunidad de mi vida.
   Entonces, tendiéndome tu mano derecha, dijiste: "¿Que tienes para darme?"
   ¡Oh!, ¿que regia burla era esta de tenderle la mano a un mendigo para mendigar? Quedé un
instante confuso y perplejo; luego, lentamente, saqué de mi alforja un grano de trigo y te lo di.
   Mas cuál sería mi sorpresa, cuando, por la tarde, al vaciar mi saco en el suelo, encontré un
granito de oro entre mis pobres granos. Lloré amargamente y me lamenté de la sordidez de
mi corazón que no supo darte cuanto poseía.

* * * * *

Apólogo de la gracia

   Ellos conocían el camino y se fueron a buscarte a lo largo del estrecho sendero;
pero yo erraba lejos, en la noche, pues era ignorante.
   Yo no era lo suficientemente sabio para tener miedo de ti en la oscuridad, y por esto encontré tu puerta por casualidad.
   Los sabios me rechazaron y me ordenaron que regresara, pues no había seguido el sendero
estrecho.
   Lleno de duda iba a regresar, cuando me estrechaste, fuertemente, contra ti; y cada día
crece la cólera de los sabios contra mí.

* * * * *

Satyakama

   El sol se ocultaba tras la orilla occidental  del río en medio del espeso bosque.
   Los jóvenes discípulos habían llevado sus rebaños al establo, y sentados en ronda
en torno al fuego, escuchaban a su Maestro Gautama, cuando un extranjero adolescente, aproximándose,
le entregó un presente de flores y de frutas. Y se inclinó hasta sus pies y le habló así con una pura voz:
"Señor, he venido a ti para que me guíes por el sendero de la suprema Verdad."
   "Mi nombre es Satyakama."
   "Que la bendición sea sobre tu frente", dijo el Maestro.
   "¿A qué casta perteneces, hijo mío?, pues sólo un brahmín puede aspirar a la suprema
Sabiduría."
   "Maestro, respondió el adolescente, no sé cuál es mi casta. Iré a preguntárselo a mi madre."
   Esto dicho, Satyakama se despidió; atravesó el vado y regresó a la choza materna que se
levantaba en el extremo del arenoso desierto, cerca del pueblo soñoliento.
   La lámpara ardía débilmente en el cuarto, y la madre esperaba el regreso de su hijo en la
penumbra de la puerta.
   Le estrechó contra su corazón, besó sus cabellos y le interrogó sobre su visita al maestro.
   "¿Cuál es el nombre de mi padre, madre querida?", preguntó el adolescente.
   "El Maestro Gautama me ha dicho: sólo un brahmín tiene el derecho de aspirar a la más
alta Sabiduría."
   La mujer, bajando los ojos, murmuró:
"En mi juventud era yo muy pobre y servía a varios amos. Y tú llegaste un día a los brazos
de tu madre Jabala, amor mío..."
   Los primeros rayos del sol brillaban sobre las altas ramas de la selva de los ermitaños.
   Los discípulos, húmedos aún los cabellos del baño matinal, estaban sentados bajo el árbol
inmemorial, ante su Maestro.
   Y Satyakama se presentó.
   Se inclinó profundamente hasta los pies del santo y guardó silencio.
   "Dime, le preguntó el gran predicador, ¿de qué casta eres tú?"
   "Señor, respondió el adolescente, no lo sé. Mi madre, cuando se lo pregunté, me contestó:
"He servido a varios amos en mi juventud y tú llegaste un día a los brazos de tu madre
Jabala..."
   Se alzó un murmullo semejante al bordoneo de las abejas cuando alguien turba la paz de la
colmena; y los discípulos rumoreaban ya su protesta contra la impúdica osadía del joven paria.
   Gautama el Maestro, levantándose de su sitial, tendió los brazos y estrechó al joven contra
su corazón, diciendo: "Eres el mejor de los brahmines, hijo mío, pues posees la más noble
de todas las herencias: la Verdad."

* * * * *

El tesoro

   ¿Quién de nosotros se encargará de alimentar a los hambrientos?" -preguntó el señor Buddha a sus discípulos,
cuando el hambre se abatía sobre Shravasti.
   Ratnakar, el banquero, inclinando la cabeza, dijo:
   -"Una fortuna mucho más grande que la mía sería necesaria para alimentar a los hambrientos."
   Jaysen, jefe de los ejércitos del rey, dijo:
   -"Gustoso daría mi sangre y mi vida, pero no hay alimento suficiente en mi casa."
   Dharmapal, que poseía grandes dehesas, musitó:
   -"El dios de los vientos arrasó mis campos y ni siquiera sé cómo podré pagar los impuestos
del rey."
   Entonces Supriya, la hija del mendigo, se levantó:
   Humildemente se inclinó ante la asamblea, diciendo:
   -"Yo alimentaré a todos esos miserables."
   -"¿Y cómo? -exclamaron todos sorprendidos~. ¿Cómo esperas cumplir tu promesa?"
   -"Soy entre todos la más pobre -dijo Supriya-, y ésa es mi fuerza. Mi tesoro y mi abundancia los buscaré
a vuestras puertas. Como nada tengo que abandonar, allí clamaré que se os ablanden las entrañas."

* * * * *

Sanatan

   Sanatan desgranaba su rosario a la orilla del Ganges cuando un brahmín harapiento llegó
a su lado y le dijo: "Socórreme, que soy pobre. "
   -"Nada queda en mi escudilla de limosnas", dijo Sanatan, "pues he distribuido todo lo que
poseía.
   -"Pero nuestro señor Shiva se me apareció en sueños", respondió el brahmín, "y me aconsejó
que viniera a buscarte".
   Entonces Sanatan recordó que había recogido una piedrecilla sin valor entre los guijarros
de la ribera y la había escondido en la arena pensando que podría ser útil a alguien.
   Con el dedo señaló el sitio al brahmín que, asombrado, desenterró la piedra.
   El brahmín sentóse en el suelo y se puso a meditar, solitario, hasta el momento en que el
sol desapareció tras los árboles, a la hora violeta en que los pastores llevan sus rebaños al redil.
   Entonces, levantándose, se acercó lentamente a Sanatan y le dijo: "Maestro, dame la más
pequeña parte de esa riqueza que consiste en desdeñar todas las riquezas del mundo."
   Y eso dicho, arrojó al río la piedrecilla sin valor.

* * * * *

El templo

   Señor, dijo el cortesano a su rey-, Norottam, el santo, jamás se ha dignado entrar en el recinto
de tu glorioso templo."
   "Canta las alabanzas de Dios bajo los brazos abiertos de los árboles a la orilla del camino
principal. Y el templo permanece vacío."
   "En torno a él se agitan hombres, mujeres y niños, como las abejas que desdeñan el cuenco
de oro lleno de miel y vuelan alrededor del loto blanco."
   El rey, herido en el centro de su corazón, se fue adonde estaba Norottam sentado sobre
la hierba.
   Y le preguntó: "Padre, ¿por qué abandonas mi templo, el de la cúpula de oro, y te sientas
fuera, en el polvo, para predicar el amor de Dios?
   -"Porque Dios no está en tu templo" -dijo Norottam.
   El rey, frunciendo el ceño, respondió:
   -¿Sabes que muchos millones de oro fueron gastados por mi magnificencia para levantar
esta bordada maravilla del arte que fue consagrada a Dios con suntuosas e inolvidables
ceremonias?"
   -"Lo recuerdo -contestó Norattam-; fue precisamente en el año en que millares de personas,
con sus casas y sus campos incendiados, en vano clamaban socorro a tu puerta."
   Y Dios pensó: "Esta vil criatura que no puede brindar socorro a sus hermanos, me construye  una morada! "
   "Y se fue con los hambreados y sin techo bajo los brazos abiertos de los árboles, a la orilla de
los caminos.
   "Y esa dorada pompa de jabón está vacía. Sólo habita allí el orgull0 humeante del incienso.
   El rey gritó encolerizado:
   -"Sal de mi país."
   Tranquilamente el santo replicó:
   -"Bien, destiérrame de donde ya has desterrado a tu Dios."
   Y partió por el ancho camino polvoriento entre los pobres que le tendían sus brazos.

* * * * *

El esposo

El poeta Tulsidas estaba absorto en sus meditaciones, a la orilla del Ganges, en el lugar solitario
donde se quema a los muertos.
  Y  vio a una mujer sentada a los pies del cuerpo de su marido y lujosamente vestida como si
fuera a una boda.
   Ella se le dirigió y prosternándose dijo: "Permite, oh maestro, que siga a mi esposo, con tu
bendición."
   "¿Por qué apresurarse tanto, hija mía?", preguntó Tulsidas, " ¿esta tierra no es acaso del
mismo que creó los cielos?"
   "No es por el cielo por lo que suspiro sino por  mi marido", dijo la mujer.
   Tulsidas sonrió al contestarle: "Vuelve a tu casa, hija mía. Antes de que pase un mes habrás
encontrado a su marido."
   La mujer se fue llena de alegre esperanza. Tulsidas iba a buscarla cada día y le proponía
graves pensamientos para que meditara, hasta que un día su corazón estuvo lleno de amor
divino hasta los bordes.
   El mes habla terminado casi cuando vinieron los vecinos y le preguntaron: "Mujer, ¿has en-
contrado a tu marido?"
   Sonriente, la viuda respondió: "Lo encontré.
   Curiosos replicaron: "¿En dónde está?"
   "Mi Señor está en mi corazón y los dos somos uno", les dijo.

* * * * *

Upagupta

Upagupta, el discípülo de Ruda, dormía en el polvo tendido contra la muralla de la ciudad de Mathura.
   Todas las lámparas estaban apagadas, todas las puertas cerradas, todas las estrellas escondidas
en el cielo nebuloso de agosto.
   ¿De quién serían esos pies tintineantes de ajorcas que de pronto rozaban su pecho?
   Se despertó, vacilante, y la lámpara de una mujer le hirió los ojos con su claridad.
   Era una danzarina, constelada de joyas, y que envolvía su hermosura ebria del vino de la
juventud, en un manto azul pálido.
   Bajó ella su lámpara y vio el rostro del joven, de una austera belleza.
   "Perdona, oh joven asceta;', dijo la mujer, "y acepta el venir a mi casa, pues la seca tierra
polvorienta no es un lecho digno de ti".
   "Mujer", respondió el asceta, "sigue tu camino; cuando los tiempos estén maduros yo
vendré a ti.
   De repente, el resplandor de la tempestad hizo trizas la tiniebla nocturna.
   Del extremo del horizonte venía la tempestad rugiendo y la mujer temblaba de miedo.

   Las ramas de los árboles, en las orillas del camino, se inclinaban al peso de las flores y su
fragancia.
   La melodía jubilosa de las flautas flotaba a lo lejos enlazada con la brisa primaveral.
   Las gentes celebraban la fiesta de las flores.
   Desde lo alto del cielo la luna llena entreabría las sombras para mirar hacia la ciudad.
   El joven asceta caminaba por la calle desierta en tanto que sobre su cabeza, en las ramas del
manglar, cantaba el ruiseñor su queja desvelada.
   Upagupta franqueó las murallas de la ciudad y se detuvo al pie de los baluartes.
   ¿Quién era esta trémula criatura, esta mujer que herida por la peste negra gemía a sus pies,
a la sombra del muro?
   El asceta sentóse a su lado y puso la cabeza femenina sobre sus rodillas; con agua humedeció sus labios
y con un bálsamo confortó su cuerpo.
   "¿Quién eres tú, oh misericordioso?", preguntó la mujer.
   "El tiempo de mi visita ha llegado al fin y heme aquí", respondió el joven asceta.

* * * * *

El brazalete

   Veloz y límpido, el Jumna corría por el valle precipitándose entre sus orillas escarpadas.
   En torno se agrupaban las boscosas colinas surcadas por las torrenteras.
   Govinda, el gran predicador, estaba sentado sobre una roca y leía las escrituras, cuando
Raghunath, su discípulo, orgulloso de sus riquezas, se inclinó ante él diciendo:
"Te traigo mi humilde presente, indigno de ser aceptado."
   Y depositó a los pies del santo un par de brazaletes de oro ornados con piedras de mucho
precio.
   El maestro tomó uno, lo hizo voltear en torno a su dedo y los diamantes despidieron su
resplandor insigne.
   De pronto el brazalete, deslizándose de su mano rodó por la pendiente orilla y fue a caer
al río.
   "¡Ay!", exclamó Raghunath, y se lanzó a la corriente.
   El maestro continuó su lectura, y el agua, escondiendo el tesoro arrebatado, siguió su curso.
   Caía la tarde cuando Raghunath regresó cansado y aterido.
   Casi sin aliento dijo al santo: -"Podría encontrarlo con que me dijeras tan sólo el sitio en
donde cayó."
   Entonces el maestro alzando el otro brazalete, lo arrojó al río diciendo:  "Está allí".

 

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