A Barcelona

A mi Dios

Don Jaime en San Jerónimo

El canto materno

El hundimiento

El lecho de espinas

Llamaron a mi corazón

Sum Vermis


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A Barcelona   (fragmentos)

Cuando te miro en la falda de Montjuïc sentada,
me parece verte en los brazos del gigantesco Alcides
que por proteger a la hija de su costado nacida
transformándose en sierra se hubiese quedado aquí.

Y al ver que siempre sacas rocas de sus montañas
para tu caserío, que crece cual árbol en sazón,
parece que le diga a las olas y al cielo y a las montañas:
¡Miradla; carne de mi carne, y ya tan mayor!

Para que tus naves, que vuelven con alas de golondrina,
hacia el Cap-del-Riu, a la sombra no vayan a encallar,
él levanta todas las noches un faro con su mano derecha
y por guiarlas entra andando en el mar.

El mar duerme a tus plantas besándolas cual vasalla
que escucha de tus labios el código de sus leyes;
y si dices «¡atrás!», hace sitio a tu muralla
como si Marquets y Llances aún fuesen sus reyes.

Al nacer amazona, de murallas te coronaste.
Mas pronto tu crecimiento rompió el estrecho
tres veces te lo ceñiste, tres veces 10 rompiste,
saltando por encima del recinto de piedra cual un león.

¿Por qué atarte los brazos con ese cinto de torres?
No cuadra a una matrona la faja de los niños;
es mejor que las derribes de un manotazo, y las borres.
¿Ciclópeas murallas quieres? Dios te las da mejores.

Dios te las da de una hilera de cimas que te coronan,
gigantes de la marina de los de montaña al pie,
de firmes de uno en otro las ásperas manos se dan,
formando a tus espaldas un nuevo Pirineo.

Con Montealegre encaja Nou-pins; con Finestrelles,
Olorde; con Collserola, Carmel y Guinardons;
los lechos de los ríos que siegan ese muro son las puertas;
Garraf, Sant Pere Martir y Mongat, los torreones.

El alto Tibidabo, roble que a sus plantones domina,
es la soberbia acrópolis que domina a la ciudad;
el agudo Montcada, un hierro de lanza gigantesca
que una estirpe de héroes allí clavada dejó.

Sean ellos los eternos términos de tus ensanches;
los ruinosos muros ofrécelos, a pedazos, al mar,
en donde de un puerto sin medida serán los anchos brazos
que puedan un bosque de naves aprisionar.

Como tú, devoran ribazos y campos, y se tornan pue
las alquerías que te rodean, ciudades los caseríos,
como niñas hacia sus madres corriendo a grandes
¿a dónde llevarán sus aguas los ríos, sino al mar?

Y creces y te derramas; cuando la planicie te falta
trepas por las laderas amoldándote a sus vertientes;
en todas las que te rodean un barrio tuyo se esparce
que, ola tras ola, hacia arriba tú vas empujando.

Gigantes que hacia la serranía hoy tus brazos
tiendes, cuando allí llegues mañana, ¿qué harás?
Harás como una inmensa hiedra que, abrigando las tierras,
sube a ceñir un árbol del bosque con cada brazo.

¿Ves extenderse a Poniente un prado de esmeralda?
Otro Nilo lo forma con sus arenas de oro,
donde, si no te basta la falda de Montjuic,
podrían ensancharse tus tiendas y tu corazón.

Aquellas verdes riberas floridas que dora el sol,
Sant Just Desvern, al que sombrean naranjos y pinos,
los bosques de Valldoreix, de Hebron y Valldaura,
tejen tu futura corona de jardines.

¿Y esa bandada de pueblos que viven en la costa?
Son ninfas catalanas que vienen a abrazarte,
blancas gaviotas que el viento del siglo acerca
para que con tus alas de águila las enseñes a volar.

Un día, La Murtra, la Verge del Port, la Bonanova
serán tus templos, si son ahora el nido de tus amores;
los Agudells, mudando en blanco su verde ropaje,
inclinarán sus te~tas para ser tus miradores.

Uncidos querrían besar tus pies con sus olas,
esclavos de tu grandeza, Besòs y Llobregat,
y ser de tus reductos  avanzadas troneras
los pechos de Cataluña, Montseny y Montserrat.

Entonces, temiendo entonces que los quieras por cabecera,
volviendo los ojos a los Alpes, el Pirineo vecino
preguntará, secándose la blanca cabellera,
si el París del Sena aquí se trasplantó. (...)

-Adelante, ciudad de los Condes, de río a río extendida ya,
adelante, hasta donde tope tu nave con el Omnipotente;
te arrebataron la corona; mas no el mar;
del mar aún eres reina; tu cetro es un tridente.

El mar, un día de tu poder esclavo, te llama,
cual dos portones abriéndose Suez y Panamá:
cada uno con una India riente te invita,
con Asia, las Américas, la tierra y el océano.

No te arrebataron el mar, ni el llano ni la montaña
que se levanta a tu espalda como un manto,
ni ese cielo que un día fuera mi tienda de campaña,
ni ese sol que un día fuera faro de mi nave;

ni el genio, esa estrella que te guía, ni esas alas,
la industria y el arte, prendas de un bello porvenir,
ni ese dulce aroma de caridad que exhalas,
ni esa fe... ¡y un pueblo que cree no puede morir!

Aún tiene tu cielo todas sus fl0res diamantinas;
sus héroes tiene la patria, sus liras el amor;
aún Clemencia Isaura rosas y englantinas
da cada primavera como presente al trovador.

Tu espléndido presente de nuevos tiempos es aurora;
soñando hojea el libro del pasado;
trabaja, piensa, lucha, mas cree, aguarda y reza.
Quien levanta o hunde los pueblos es Dios, que los creó.

Versión de José Batlló

 

 

A mi Dios

                                                    Confitebor tibi in cithara, Deus,
                                                                     Deus meus (Salmo XLII)


Por derramarme sobre la frente rosadas perlas
          se mecen el pino y el madroño,
por mí trinan tórtolas y mirlos,
          mas yo canto por vos.

Por vos que el canto pusisteis en mis labios,
          la cítara en mis dedos,
y en mi vacío corazón la dulce fe de los abuelos
          que el espíritu ensancha.

Llenarémelo de amor para dároslo,
          lo veréis entero aquí;
harémelo huerto florecido para coronaros;
          ¿queréis más de mí?

¿Queréis que con vuestra Cruz haga la guerra,
          la guerra del amor?
¿Que descalzo recorra toda la tierra,
          buscándoos amadores?

¿Queréis gota a gota la sangre de mis venas?
          ¡A chorros os la daré!
¿Mis miembros uno a uno, más entretelas?
          ¡Todo yo me lo arrancaré!

Mis pensamientos, afectos y memoria
          quitádmelos si queréis;
¿queréis que renuncie hasta a la Gloria?
          ¡Señor, no me la deis!

Mas, ay, no queráis tanto, dulcísimo Jesús;
          de quien os ha sido traidor ,
cual un amable hijo amadisimo,
          quered tan sólo el amor .

Quered que ensaye aquí los trinos
          del ave del paraíso,
para hacéroslos luego más regalados
          con sistro de oro feliz.

Quered que deje las mundanas rosas
          por las de eterno aroma,
que ponga los pies sobre todas las cosas,
          y a Vos sobre mi corazón.

Al Rey del cielo que a todos nos invita,
          ¿quién el corazón le negará?
A un Dios que ama con ese amor sin medida,
          ¿quién no lo querrá?

¡Quién fuese aire de abril, del llano y de la sierra
          para juntaros el incienso!
¡Quién fuese torrente, para inundar la tierra
          con vuestro amor inmenso!

Oh, si se pudiese en vuestro fuego arder,
          no se diluiría tanto,
ni serían las grandezas polvo y ceniza
          que el aire va aventando.

A vuestro aliento que omnipotente la lleva
          latiría como un corazón,
ahriendo del vuestro a cada poco la puerta
          sus latidos de amor.

Su dulce perfume, al subir a las nubes,
          deshecho llovería como miel,
y el morir tan sólo sería volar
          de un cielo a otro cielo.

Mas, ay, la tierra al canto de vuestra gloria
          aún no se despierta, no;
pero cantemos; el idilio que aquí moría
          ya halla en el cielo resonancia.

La cigarra en verano, ¡pobre cigarra!,
          se afana cantando,
y yerta y colgada en los romeros de un ala
          suele en invierno brillar.

Así, al ver alguien mi fosa cavada
          no lejos de mi cuna,
dirá: «¡Pobre cigarra enamorada,
          murió cantando al Sol!»

Versión de José Batlló




Don Jaime en San Jerónimo

Por ver bien a Cataluña,
Jaime primero de Aragón
sube al pico de San Jerónimo
a la salida del sol:
¡qué pedestal para la estatua!
¡Para el gigante, qué mirador!
Las águilas que anidaban
en la cumbre la hacen sitio;
sólo el cielo miraban ellas,
él mira a la tierra también;
¡qué grande y hermosa le parece,
amada de su corazón!
En su cielo tiene pájaros y ángeles,
en sus campos flores y verdor,
en sus cuadrillas la alegría,
en sus familias, amor,
guerreros en sus murallas,
veleros en sus puertos,
naves de paz y de guerra
ansiosas de emprender el vuelo.
Las olas besan sus plantas,
la estrella besa su frente
bajo un cielo de alas inmensas
que es su real pabellón.
En su trono de montañas
tiene el Pirineo por refugio,
por almohada verdes bosques,
por alfombra prados de flores
por donde juegan y se deslizan
torrentes y arroyuelos,
como por un campo de esmeraldas
anguilas de plata y oro.
Del Llobregat ve las orillas,
las vegas del Besos
que conoce por las arboledas
como las rosas por el olor.
Las villas a su alrededor
parecen rebaños de corderos
que, abrevando al atardecer,
aguardan la luz del nuevo día.
Llena le habla de Lérida
que el granero de Roma fue;
Albiol, de Tarragona,
tan antigua como el mundo;
Puigmal, de las dos Cerdañas,
como dos canastos de flores;
Montseny, de Vic y Gerona;
Albera, del Rosellón;
Cardona, de sus salinas;
Urgel, de sus mieses de oro;
Montjulc, de Barcelona,
a la que ama por encima de todo.
Mirando a Cataluña
se siente tomado el corazón.
«¿Qué puedo hacer por mi amada?»
se repite lleno de amor,
«si del cielo desea una estrella,
desde aquí se la alcanzo yo».
«No desea una estrella del cielo»,
le responde una dulce voz,
«la más bella que existía
le fue colocada en la frente.
Devolvedle a dos hermanas
que tomó el moro traidor,
una yendo a coger perlas
junto al mar de Montgó,
la otra nadando entre cisnes
cerca de donde volaba el buitre».
Volvió los ojos hacia Mallorca,
como un palomo la divisó,
nadando entre cielo yagua,
vestida con un rayo de sol;
a Valencia no la avistó,
mas sí los alcores
que del huerto de la sultana
son muralla y mirador.
Desenvaina la espada
y levanta el trueno de su voz:
«¿Hermanas de Cataluña
y aún llevan el yugo?
Rey moro que las tomaste,
a mis rodillas quiero verte.»
Si los moros lo avistasen,
las dejarían por miedo,
como dejaron a Cataluña
cuando, de Otger entre los leones,
Rolando les lanzó una maza
desde la cumbre del Canigó.
Cuando vuelve los ojos a la sierra,
busca a quien le respondió:
en la ermita más alta
tiene la Virgen un altar de oro,
nadie hay en la capilla
y ella tiene el labio abierto.
Poniendo a sus pies la espada,
cae en tierra de rodillas:
«A rescatar las cautivas,
María, conducidme vos:
A mi pecho daréis coraje,
a mi brazo, fuerza y brío,
y si al subir a la sierra
me llamaban rey hermoso,
cuando vuelva a visitaros
¡me llamarán el Conquistador!»

Versión de José Batlló

 

 


El canto materno

Postrado el padre en miserable lecho
está por espantosa y cruel dolencia;
cercano halla el final de su existencia
y sollozos exhala de su pecho.

Piensa que, bajo el hoy paterno techo,
mañana su familia, en la indigencia,
por siempre llorará su eterna ausencia,
de duelo horrible el corazón deshecho.

Allí, mientras se queja el infelice,
la dulce esposa canta, y él le dice:
-¿Cómo cantas, mujer, mientras me aflijo?

Muestra el niño que tiene entre los brazos,
y dice -con el alma hecha pedazos:-
-Canto... porque no llore nuestro hijo.

Versión de Ots y Lleó

 

 


El hundimiento

Entre rayos y olas destrozados hervían
de Calpe los jirones, que arrastraban detrás
los esquinados bloques que al cóncavo salían
a ver la luz del cielo que no vieron jamás.

Ante el fragor del caos se abisman nuevamente
sobre el sillar que siempre les sirvió de sostén
y en el antro siniestro de aquella mar rugiente,
truenan y se estremecen con hórrido vaivén.

La que tálamo fuera de Hespérides hermosas,
se hunde y sus picachos ruedan al valladar;
y exhala tristes ayes y voces angustiosas
cual hembra que, en mal parto, la vida va a dejar.

Al monte abren sepulcro las llanuras rajadas
lanzando resoplidos terribles al crujir;
ya no caen ciudades ni torres almenadas;
de un mundo en la agonía mortal es el gemir.

El Minhocao enorme que duerme en sus entrañas
al ver que así las rajan, ardiendo de furor,
sale entre los escombros de pueblos y montañas
y los monstruos marinos se ocultan con pavor.

Mas otros, el abismo escupe entre las rocas
que en el árbol que cruje tenían su nidal;
ogros y basiliscos de ennegrecidas bocas
y enormes sierpes boas de erizado dorsal.

Cual dique que se rompe, la tempestad revienta
en rayos fulgurantes y sierpes carmesí
y al paso de las olas que Atlántida sustenta,
sus raíces profundas arranca tras de sí.

Sobre su cuerpo danzan las iras del Eterno;
su frente y pecho aplastan la furias de Satán,
mientras hacia el abismo, los genios del Averno
cual gnomos contrahechos, la empujan con afán.

Y encima de los montes cual toros sin barrera,
el mar Mediterráneo las olas ve en la lid,
que con enormes rocas chocan en su carrera
y a empellones las tiran sin decirles: «Huid».

Del torbellino en alas pelea el mar helado
con islas, continentes y hielos en montón,
que en lajas los arroja del uno al otro lado
seguido por las naves, las fieras y el ciclón.

A lo lejos, la Atlántida en su tálamo echada,
con la voz de poniente responde al ronco mar;
y para abrir la presa de su sierra encrestada,
enormes moles de agua le arroja sin parar.

El muro de peñascos cae con estruendo
como a las duras hachas el roble secular;
y ruedan las almenas a su fragor tremendo
mientras se desmorona su asiento circular.

Se aterra; y sus escombros en alas de las Furias,
las olas levantiscas reciben en montón,
rellenando los llanos que hollaron mil centurias
y arrancando los montes que respetó el ciclón.

Chocaron; con sus aguas, sus aguas se juntaron
y al fragor de los rayos y del trueno al bramar,
con eternal abrazo la su amistad sellaron
entre flotantes selvas e islotes sin formar.

Cuando Dios rompa el mundo, así entre sus despojos
se verá al sol rodando cual despeñado alud,
buscando a tientas, ciego, sus resplandores rojos
y a la Parca a los muertos llamando en su ataúd.

Mas la voz del arcángel domina los rugidos
y le envía más furias, rayos y tempestad.
«¡Cerrad con ella polos del Norte y Sur unidos!,
¡fieras, a dentelladas su cuerpo destrozad!»

Y con el raudo azote de su rojiza espada
las hostiga, iracundo, chispeando al rasgar
y el reino derruido y la aldea incendiada
juntan sus fieras voces a las del ronco mar.

Versión de Ots y Lleó

 

 


El lecho de espinas

                                    In lectulo meo per noctes quoesivi quem
                                    diligit anima mea: quoesivi illum, et non
                                                                                             inveni (Cant. III)


En mi lecho de fl0res
mi labio lo ama;
no lo ama, no,
tan sól0 lo sueña.
Si el Amor no llega,
yo me moriría.
Si el Amor no llega-
yo me moriré.

Lo buscan mis brazos,
mi gemido lo llama:
«¿Dónde estáis, Amador,
puñadito de mirra?
Decídmelo, por favor,
si queréis que venga.
No hay sueño en mis ojos,
cuando el brazo no os tiene,
cuando vos marcháis
lejos está la elegría.
Saldré a buscaros ,
cual cierva herida
que busca la fuente,
la fuente de agua viva.»
Tropieza a los soldados
que guardan la villa:
«¿No habréis visto
al Amor de mi vida?»
Me han quitado el manto,
el manto de viuda,
y con sus manos crueles
me han amortecido;
mas, ay, de sus golpes
apenas me dolía,
que me quita el dolor
más suave herida.
Un poco más allá
gemir oía.
Lo veo en la Cruz
donde, llamándome, expira,
clavados pies y manos,
la cabeza entre espinas.
Los gemidos que hace,
yo bien los entendía.
Si el Amor no llega
yo me moriría.
Si el Amor no llega,
yo me moriré.
Cuando lo veo morir,
mi corazón suspira;
me abrazo a la Cruz
cual a una cepa de viña.
«Jesús, ya no quiero
el lecho que me placía,
os lo hice de flores
y lo queréis de espinas;
si en el vuestro me queréis,
en él yo dormiría,
clavados pies y manos,
la cabeza entre espinas,
y una lanzada en el corazón
que me arrebate la vida.»

Versión de José Batlló

 

 


Llamaron a mi corazón

A mi corazón llamaron:
corrí a abrir con vida y alma.
Veo en la puerta a mi Amor
con una cruz que me espanta.
-Pasad, si os place, Señor,
pasad, que ésta es vuestra casa;
si sólo una choza es,
haced de ella vuestro alcázar.
Y, haciendo mi noche día,
Jesús entró en mi morada;
pero al entrar en mi pecho
dejó la cruz en mi espalda.

Versión de L. Guarner

 

 


Sum vermis

                                                   Non vivificatur nisi prius
                                                   moriatur ( 1° Cor., 15, 36).
                                                             E carcere ad oethere.
                                                             Dant vincula pennas.


Miradme aquí, Señor, a vuestras plantas,
de todo bien desnudo, enfermo y pobre,
de mi nada perdido en el abismo.
Vil gusano de tierra, por un rato
be venido a arrastrarme a la ceniza.
Mi cuna fue un grano de polvo
y otro grano será mi sepultura.
Quisiera ser algo para ofreceros,
pero Vos me queréis pequeño e inútil
y desnudo de gloria y de prestigio.

Haced de mí lo que queráis, hoja seca
de las que el viento lleva, gota de agua
de las que el sol, sobre la hierba, seca,
o si queréis, motivo de escarnio.
Yo no soy nada, mas mi nada es vuestra;
vuestra es, Señor, y os ama y os quiere.
Haced de mí lo que queráis; no soy digno
de andar a vuestros pies; cual árbol estéril,
arrancadme de raíz de la tierra;
devastadme, abatidme, aniquiladme.

Venid a mí, congojas del martirio,
venid. Oh cruces, mi oro y mi fortuna,
ornad mi frente, engalanad mis brazos.
Venid, laurel y palmas del Calvario,
si hoy ásperas me sois, pronto me será
a vuestra sombra dulce sentarme.
Espina del dolor, ven a punzarme;
corre a abrigarme con tu manto, oh injuria;
calumnia, a mi alrededor lodo apila,
miseria, ven para llevarme a rastras.

Versión de José Batlló

 

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