"...Entre paréntesis me plagian los poetas muertos."



"Doble flor petrificada"

Eduardo Arranz


 

 

Reseña biográfica

Poeta y ensayista cubano nacido en La Habana en 1940.
Hijo de inmigrantes judíos,  en 1960 se trasladó con su familia a los EE.UU., donde reside desde entonces.
Por más de treinta años fue profesor de Lengua y Literatura en español en Queens College de Nueva York,
donde también ocupó la jefatura del Departamento de Literatura Comparada.
Ha recibido las becas Cintas y Gulbenkian, además del  Premio Julio Tovar de Poesía en 1974.
De su amplia obra poética merecen destacarse: "Este judío de números y letras" 1975, "Jarrón de las abreviaturas"
en 1980, "Et mutabile" 1995, "Dípticos" 1998, "Rupestres" 2001, "Stet" 2006 y "Trazas" 2007.           ©

 


 

De Ánima:

Algunos poetas muertos nos plagian...

En la vieja ciudad los canales de desagüe bordean los contenes...

Había anotado en una hoja de papel cuadriculado unos números...

Harapos del espíritu santo harapos del espantapájaros...

Me acerqué a la ventana contemplé un canal de aguas...

Me voy...

No sé qué es el cabrilleo de la luz al mediodía en un canal de agua...

Señor, de la enramada broten cocuyos...

Un campo de achicoria...

Una escalera de caracol...

Una tediosa adolescencia en una isla tropical...

Voy a participar del movimiento de las constelaciones...

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De Ánima:

Algunos poetas muertos nos plagian...

Algunos poetas muertos nos plagian.

Su negro abrazo nos ciñe.

Afincan, abren las fauces.

Recobran el don que perdieron.

Mis minutisas poseen.

Poseen mis saetas el calicó y la gualdrapa.

Se apropian de mi padre el sastre.

Marcan con jaboncillo (rojo) la casa del judío.

A mi madre bordando junto a un brocal usurpan.

De su útero extirpan mi voz la destejen.

Sus letras negras exudo la carcoma de sus palabras.

De sus plagios, yo. De su continuidad, mi muerte.

Ante la puerta de bronce con el guardián de caftán.

Sombrero de castor (rapada, cabeza) otra puerta de bronce.

Entre paréntesis me plagian los poetas muertos.

Entre paréntesis revuelven mis estertores.

De mis cenizas, resplandecen.

Sus negros versos ( témpanos, de carbón).

Escoria este baile de máscaras los cubos de mis ideogramas (desbordados).

 

 

En la vieja ciudad los canales de desagüe bordean los contenes...

En la vieja ciudad los canales de desagüe bordean los contenes

La vaca se inclina a lamer gozosa de moho.

Y mi madre estrellada tras los blancos sanguiñuelos en flor suma las lentejuelas
               de su vestido se ríe delante de una coqueta.

A punto de salir, la llaman (o será que la denominan): bailó. Las lentejuelas de
               su vestido se deslizan fulgurando por
               los desagües de la ciudad (trizas)
               las estrellas.

Llámala (llámala) vaca, tu lengua es verde: síguela bordeando los contenes mi
               madre desemboca en los antiguos canales
               de irrigación (sólo queda vida en
               las afueras, de la ciudad): revístela.

El único recurso del agua que corre o se estanca será sentarnos (yo mismo,
               contigo) pasados los cuadros de labranza,
               en la linde del bosque: besarte en
               la frente (madre) estrellada (asistir)
               a la formación de las aves en
               primavera (ver) marcar tu frente al
               rojo vivo: baja dos veces el testuz;
               recibe primero la corona en el
               pescuezo (flores, de cerezo): y
               luego el vestido largo de faya
               (recién casada) a tus espaldas
               (rehecha) la trenza (roto, saco
               de aguas).

 

 

Había anotado en una hoja de papel cuadriculado unos números...

Había anotado en una hoja de papel cuadriculado unos números.

Quemé la hoja no había quemado los números.

Me acerqué a la ventana contemplé un canal de aguas pensé en el salto del
                  delfín: una garza posándose en las marismas.

Estas aves se nutren de mariscos minúsculos.

Pegué la frente al cristal de la ventana entrecerrando los ojos: estas garzas crecen
                  vuelan procrean nutriéndose de unos mariscos del tamaño
                  de la punta de mis dedos.

¿Y eso es de Dios? ¿Eso, de Dios? Quemé (muy adentro) los números.

Y me senté en la silla de pino al pie de la ventana a leer en voz alta los Cantos de
                  Novalis que publicó su amigo Tieck: leí hasta el oscurecer
                  canturreando hasta entrada la madrugada sobre fiestas
                  tranquilas (stille Peste) que yo recuerde así fueron
                  también en altos (piso segundo) detrás de una ventana
                  (Estrada Palma) el único número que aún queda inscrito
                  en mis sienes (515) aparece desdibujado a la entrada.


 

 

Harapos del espíritu santo harapos del espantapájaros...

Harapos del espíritu santo harapos del espantapájaros.

La virgen sobre el asno recorre las empedradas calles de hallandale su efigie en los
                canales de agua su manto blanco fulgura en
                las colinas de hallandale.

Hecho visible cúpulas reales alcázares en las aguas reflejados pencas de agua
                lacerando el asno de la virgen.

Hace seis meses que veo la misma procesión de muertos de jerusalén a hallandale.

Pus yugular fibroma hez verdes melanomas descascarando el bronce de las
                campanas aneurismas de cera las torres de hallandale.

Molinillo de horas de plegarias da vueltas quiero que maría vestida de mantillo
                toque a la puerta.

Negro abalorio negro abalorio reglamenta la roturación del cuerpo a su
                resurrección de su resurrección a un cántico de
                caracoles policromados ciñendo los harapos
                de maría la gualdrapa destrozada de la bestia
                las aguas estancadas al pie de las colinas.

Manto de luz espíritu santo manto verde la estearina goteando en los pinares en
                los espejos de hallandale salve la hoz salve la
                siega salve la oscilación (amarilla) (haced
                del polvo, trizas) de las escobas.


 

 

Me acerqué a la ventana contemplé un canal de aguas...

Me acerqué a la ventana contemplé un canal de aguas pensé en el salto del
delfín: una garza posándose en las marismas.

Estas aves se nutren de mariscos minúsculos.
vuelan procrean nutriéndose de unos mariscos del tamaño
de la punta de mis dedo6.
eso es de Dios? ¿Eso, de Dios? Quemé (muy adentro) los números.

 

 

Me voy...

Me voy
a Beulah
a Beulah
me voy
a mirar
al viejo
rabí
bailar
alrededor
del castaño
alrededor
del pozo
del aprisco
del lecho
de Betsabé:
fuente
de luz
fuente
de piedad,
zarza
ardiente
su pelo,
zarza
ardiente
los ojos:
ya va a
girar.
Y miro
y miro
la rueca
la veleta,
tornasol
el agua
tornasol
las hojas.
A Beulah
llegó el
rabí:
nada
escapa a
su mirada
recta,
recta:
obra
primera
del Juicio
Final.
Y me llama
a Beulah
a Beulah
me llama:
a dar la
vuelta
alrededor
del ascua,
la ceniza,
aro del
último
fuego
carnal:
se detuvo.
A mis pies
reverbera
un caftán,
sombrero
de castor,
manto y
filacterias.
Me inclino.
Me sobrecojo.
Alzo
el viejo
espejismo
del lago,
arena
y ceniza
se deslizan
entre mis
dedos.
Beulah
Beulah
el viejo
rabí una
llamarada,
ascua en
la escala.

 

 

No sé qué es el cabrilleo de la luz al mediodía en un canal de agua...

No sé qué es el cabrilleo de la luz al mediodía en un canal de agua.

La garza erguida siente hambre en su curva no sé si siente hambre o come
                   garza,

Y los insectos que devora no sé qué tienen que ver con la luz al mediodía
                   cabrilleando en un canal de agua.

Me quito la camisa no sé si la semilla de algodón o lino dio la horma las tijeras
                   el dedal el hilo del cortador que fue toda una vida mi padre
                   confeccionando de unas semillas, trajes.

Yo no sé si fueron trajes venideros.

No tengo la menor idea yo no sé del cuerpo interior de mi mujer la hechura de
                    sus alumbramientos no sé en verdad del sufrimiento de
                    Doña Leonor sus hijos el hidalgo caballero Don
                    Manoel de Sousa Sepúlveda su esposo en la historia
                    trágico marítima que estoy leyendo en el confort de
                    mi cuarto domingo año dos mil un lugar llamado
                    hallandale.

Somnoliento no sé si el que recuesta la cabeza entrecierra los ojos sobre un alto
                    cúmulo (cuatro) de almohadas (a causa de una hernia de hiato)
                    es quien escribe estos versos (no sé) o los escribe el
                    hambre de la erguida garza al curvarse el hambre de
                    vida del padre (sastre) muerto (hace más de una
                    década) ó el insecto que devora devora (ensimismado)
                    tan tranquilo tan hecho a su imperio.

 

 

Señor, de la enramada broten cocuyos...

Señor, de la enramada broten cocuyos brote flor de cerezo un cuenco de cere-
                     zas a la mesa una mesa de cerezo un mueble consola doce cuencos
                     multiplicados para los comensales de la comarca (Señor) el
                     cerezo aún cuajado para las bandadas interminables de paros
                     carboneros herreruelos gorriones.

Omnipresente, ciega mis ojos a todo impedimento que viene del miedo haz que
                     reencuentre como corresponde a mis progenitores sus
                     progenitores formando corro celeste a la alta puerta de
                     Jerusalén de la cintura (talle) del brazo bailando un
                     danzonete en la quietud de una puesta de sol en un
                     horizonte jade.

Omnisciente, encuentre yo el vestido amarillo de Ajmátova enterrado entre unas
                      piedras a la orilla del mar me siente a su lado a verla (escucharla)
                      componer un poema en Slepnyovo en Tsarskoye  Selo
                      sobre el vestido amarillo que escondió entre unas piedras
                      se echó a nadar desnuda al mar (Señor) trenza mis cabellos
                      vísteme de seda amarilla estampada con flores de cerezo un
                      broche de jade la piel jaspeada de aquel color que tuve en mi
                      adolescencia señálame en arco (vuelta de carnero) el camino
                      de regreso (¿sabré si he de quedar en alto en un punto de luz
                      encrucijada de cuatro vientos cuatro puntos cardinales al eje
                      todos a un eje, culminados?).

Rey de Reyes concédeme el borde el terrón la hoja del laurel de Indias a punto
                      de desprenderse el grumo de la arcilla la miga la escoria el cendal
                      el harnero la harina candeal y la paja las barbas del maíz la
                      panoja corolas sépalos raíces adventicias corpúsculos de la
                      astilla un cisco del cisco una esquirla de serrín el hilo la
                      hilacha la gota de hiel en la boca de la mosca a la miel (Señor)
                      para mi hambre para mi hambre.

 


 

 

Un campo de achicoria...

Un campo de achicoria.

La vaca pastando la vaca pastando.

El campo agostado un último ramillete de achicoria en el florero de casa.

Círculos en derredor de sí misma el aura tiñosa.

Secos los campos muerta la flor de achicoria en el florero.

La tiñosa cebándose la tiñosa cebándose de la víscera azul de la res.


 

 

Una escalera de caracol...

Una escalera de caracol

A manera de símbolo me rapo la cabeza.

Una postura de loto intermedia (respiración) diez minutos.

Guadalupe me trae una taza de anís estrellado.

El ajuar de los reyes las arras de príncipes, potestad de las crines.

Subo al altillo, Aldebarán: bajo a desayunar, efigies

Siervo: y Dios, cáliz de las miríadas labor hilada de golpe {bordado) de las
                    encrucijadas con nada coincide.

 

 


Una tediosa adolescencia en una isla tropical...

Una tediosa adolescencia en una isla tropical.

Sólo recuerdo una mesa unos padres a la mesa una hermana: suma de millares de
                     días con sus mediodías (a la una de la tarde,
                     el almuerzo).

¿Qué vestían mis padres; quiénes eran? No recuerdo uno solo de los vestidos de
                     mi hermana (¿en qué pensaba?). ¿Y la mesa; y la mesa?

Bosques barnices entalladuras (incontables formas geométricas): una penumbra
                     inabarcable ocupa el espacio de una mesa de comedor.

Siete años todos los días treinta minutos la hora del almuerzo (cuatro)
                     personajes, a una mesa: mi hermana es de terebinto mis padres
                     rombos
                     dando vueltas sobre un vértice (mudo) de caoba:
                     y yo miro y yo miro una pupila negra una pupila
                     roja (veo) el ojo de ébano del padre el ojo de pino rojo
                     de la madre cruzarse en la superficie de un espejo, al
                     fondo: salimos en silencio, del comedor. A los pulidos
                     círculos concéntricos de una madera preciosa
                     (lisa) (lisa) a la incorpórea superposición de cuatro
                     figuras tras las dos ventanas, de ajimez.


 

 

Voy a participar del movimiento de las constelaciones...

Voy a participar del movimiento de las constelaciones.

Astilla o chispa del meteoro.

El agua está plácida el pez se esconde en los arrecifes: voy a cantar siguiendo el
                     sinuoso camino del riachuelo a una desembocadura de
                      juncos: un caramillo, a la boca.

Un pañuelo de hierbas un abanico de anémonas.

Descarto prosopopeyas metalepsis anagoges y demás proposiciones del
                     conocimiento formal.

Me desbanco: soy carnal, canto. Abrádeisme, madre, puertas del palacio (canto)
                     siguiendo ahora el contorno de mi silueta.

Un mantel (en) la pradera extensa (ábaco, las constelaciones): amapolas a la
                    desembocadura (lirios) (nébedas).

Llámame, avetoro: llama a mi silueta, garza. La boca cuajada de bardana ya crece
                     el algodoncillo en la pana de mis pantalones.

Aleluya la marta el ratón almizclero (alforfón, la boca) su flor atestando el
                     granero (postura de loto).


 

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