"...Ámame sólo como amarías al viento
que nada sabe del alma de las rosas,
ni de los seres inmóviles del mundo..."

"Narcissus"

John William Waterhouse


 

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Genil, Córdoba en 1917.
Después de licenciarse en Filosofía y Letras dedicó mucha parte de su tiempo al cultivo de las letras,
fundando y dirigiendo la Revista «Cántico» en compañía de Juan Bernier y Pablo García Baena.
Fue además crítico literario, prosista y autor de varios ensayos sobre cante flamenco.
Entre sus obras, se destacan: «El río de los ángeles», «Elegías de Sandua», «Elegía de Medina Azahara», 
«Psalmos» y «Dulcinea». Obtuvo el premio Adonais en 1949.
Falleció en 1968. ©

 



Ámame sólo

Amor a orilla del río

Astro

Cántico del cuerpo sin alma

Cántico del río

Contemplación

Desnudo

Elegía I     

Elegía II

Elegía III

Elegía  VI

Elegía  VII   

Elegía IX

Elegía X   

Elegía XI

Elegía XII

Elegía  XVII

Encuentro nocturno

Hora de amor

Invierno  

Invitación a la dicha

La vuelta a la poesía

Mas no supieron nunca

Mientras tierna mejilla...

Nocturno romántico
 
Nombre y olvido

Palabras  

Poeta árabe

Primavera de 1947

Psalmo XVI

Psalmo XXVIII   

Respuesta  

Retrato de un poeta

Siesta

Vino antiguo

Visitación


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Ámame sólo como amarías al viento...

Ámame sólo como amarías al viento
cuando pasa en un largo suspiro hacia las nubes;
Ámame sólo como amarías al viento
que nada sabe del alma de las rosas,
ni de los seres inmóviles del mundo,
como al viento que pasa entre el cielo y la tierra
hablando de su vida con rumor fugitivo;
ámame como al viento ajeno a la existencia
quieta que se abre en flores,
ajeno a la terrestre
fidelidad de las cosas inmóviles,
como al viento cuya esencia es, ir sin rumbo,
como al viento en quien pena y goce se confunden,
ámame como al viento tembloroso y errante.

 

 

Amor a orilla del río

Qué buscas por el río entre los blancos álamos,
oh, amor, oh, amor de manos de jacinto?
¿Qué buscas esta tarde de setiembre?
¿Qué agradable misterio halaga tus sentidos inefables?
En los cañaverales juega el viento
desnudo como un niño en la orilla del río.
Las espinosas zarzas
forman sombrías grutas goteantes de rocío.
Yo persigo tu sombra invisible;

vivo preso en tu aire; consumido
en los salvajes arenales que el sol quema implacable.
Di, ¿qué buscas en las grutas espinosas
a la orilla de los ríos?
Mientras sigo tus pasos,
la tierra es para mí como un vapor de plata;
los guijarros del cauce del arroyo
me abrasan sin piedad los pies desnudos.
¿Cómo pasaste por aquí, cómo pasaste
sin lastimar tus pies, oh, amor desnudo?


 

 

Astro

Muerta la flor, la flor que ama el amante,
muerto el amante, amado de la luna,
la luna queda -soledad colmada-,
            flor, amante, recuerdo...

 

 

Cántico del cuerpo sin alma

Oh cuerpo mío,
oh tempestad de ansia,
oh cuerpo abierto como el mar a todos los influjos del mundo,
lánguido, triste, azotado por los otoños,
solitario bajo la luna de junio,
bajo la luna dormido...

¡Duerme! Oh cuerpo mío, duerme,
oh cuerpo oscuro, semejante al negro cauce de un arroyo en estío,
cuando el aire es un inmenso jazmín diluido
sobre los valles y los prados de la noche.

Oh cuerpo mío,
amorosamente abandonado a la arena de las playas,
allá en la sierra, donde el río con sus olas verdes de pino,
sin cántico ni espuma, ríe y pasa,
duérmete allí; ¿no sientes escurrirse a tu lado con las aguas,
el alma?

¿No sientes -al fin libre-
la gracia poderosa de la encina
y el amor siempre verde de los pinos
infundirse a ti? Di, ¿no sientes
salir de ti el alma tenebrosa que oculta como un velo
                                                                       ardiente y opaco
cuanto amas, oh cuerpo, cuerpo mío?

 

 

Cántico del río

Oh qué dulzura.
qué extraña y admirable dulzura,
descender abrazados, desnudos, al fondo oscuro del río,
desnudos y abrazados para siempre,
y así, gozosos, líquidos, disolvernos en ondas,
en claras ondas plateadas, verdes...

Oh reflejar los almesos, los álamos,
copiar la desierta belleza de los molinos en ruinas,
sentir temblar sobre nuestras miradas transparentes
cuanto se desmaya en el aire;
la mañana, la luna, los pájaros, las nubes,
las barcas silenciosas, las torres amarillas...

Oh qué dulzura,
qué extraña y admirable dulzura,
sentirse acariciado largamente
por las inquietas imágenes temblorosas
de los seres que viven en la orilla del río...

 

 

Contemplación

De onda en onda, grácil se mecía;
de cielo en cielo, el sol; de soto en soto,
errante amor, la frente coronada
de vid silvestre y líquidos reflejos.

De brisa en brisa, la canción; de rama
en rama, el verde pájaro canoro;
de corazón en corazón risueño,
el clamoroso ciervo del deseo.

Entre las piedras, rota adolescencia
su bella soledad gozando amante,
piedra amorosa entre amorosas piedras.

Para vivir su amor, cantar su gloria,
yo estoy en onda, cielo, soto, brisa,
rama, deseo, corazón y muero.

 

 

Desnudo

Estoy desnudo, el sol con fuego dice
cuanto diría el hombre enamorado.
Basta el silencio a confesarlo todo,
si tendido en la orilla de algún río
el hombre calla y en su pecho, mudo,
un sol como el del cielo resplandece.

Ya lo sabemos todo. Que son rojos
los labios que se besan en la orilla,
que la vida es un breve y dulce abrazo
y que con la mañana una alegría
sin nombre nos invade silenciosa.

Ya no necesitamos las palabras.
Ya basta el sol que besa, basta el río
que nos lleva en sus ondas lentamente,
el viento que los ojos acaricia,
la verde sombra que en la boca tiembla.

 

 

Elegía I

Mi alma es casi dichosa y casi triste
porque el cielo es el mismo cielo de nuestra dicha
y el amor que me inspira,
ay, es el mismo amor de aquellos días.

Y por eso mi alma, triste y dichosa a un tiempo,
es igual que una virgen embriagada
o una antigua bacante
que ríe y llora ebria en las colinas,
y está loca de vientos y de lunas,
de soles y de pinos y de altura,
y llora y ríe sin saber qué hace
y sus pies en las flores despiertan leve música
y el torrente acompaña sus éxtasis salvajes
y el crepúsculo besa sus mejillas
y la creación resuena a su voz amorosa
y le responde con ardientes ecos,
y a través de la sombra
con sus astros lejanos le contestan los cielos.

Así, mi alma no sabe qué dice ni qué calla
y está casi dichosa y casi triste
y sin saber por qué llora y sonríe
y canta y se lamenta,
y va como una virgen destrenzada y desnuda
por valles y montañas,
y los pastores huyen a su paso
y las mozas se ocultan para verla,
y su fervor por todo es tan divino,
y su amor tan ardiente
que nadie lo comparte,
y por eso va sola
por las verdes colinas y las montañas grises,
sola, casi dichosa y casi triste.

 



Elegía II

¿A qué he venido entre los verdes árboles
del bosque traspasado de armonía?
¿Por qué canta la vida con sus labios ardientes
de roja miel una canción lasciva?
    
¿Qué insinúan las aguas
al desgarrar sus muslos de espumas en las rocas?
¿Por qué al pasar las frescas alamedas
me invita una voz leve y tenue en su sombra?


¿Qué amor bello y desnudo lo mismo que el verano
me llama por mi nombre e invisible suspira?
¿Qué amor, qué loco amor va siguiendo mis pasos,
inflamando la tierra erizada de espigas?

¿A qué he venido en este mediodía
al bosque solitario?
¿Por qué me pierdo entre los verdes árboles
alargando a su sombra turbadora mis brazos?


 

 

Elegía III

Árboles de la sierra que nos visteis pasar,
vosotros que aspiráis por todo vuestro cuerpo
el azul perfumado, la púrpura del día.
Vosotros, sin palabras, cuyo tierno murmullo
no alarmaría ni a una paloma adormecida,
decidme, verdes árboles, por qué mi alma suspira.

Colinas y laderas salpicadas de lirios,
vosotros que nos visteis pasar por Piedrahita
soñando bajo el sol y a la vuelta perdidos,
pálidos y perdidos en la luna de mayo,
decidme, esta dulzura tan triste que resbala
por mi alma desnuda, ¿es el amor acaso?

¿Es acaso el amor esta melancolía
y esta inquietud más bella que todos los deseos?
¿Es el amor acaso este ardor y este frío
que al besarme la luna besa todo mi cuerpo?

Largo fue el día de mayo y fragante la noche.
Como sombras pasamos entre los juncos húmedos.
El viento se enredaba en los avellanares.
El arroyo expiraba en un verde gemido
y el viento se extendía sobre nosotros mudo.


 

 


Elegía VI

Te amé a los quince años. Tú tenias mi edad.
Te amé en la sierra verde bajo un sol de domingo,
cuando al volver de misa paseaba tu familia
por la larga avenida de viejos eucaliptos.

Te amé bajo los pinos de agujas amarillas,
sobre la tierra ocre perfumada de menta.
Te amé sobre las rocas tapizadas de musgo,
sobre los prados verdes y las crujientes eras.

Te amé. Te amé. Es cuanto puedo decir ahora,
mas no recuerdo cuándo empezamos a amarnos.
Todo empezó lo mismo que un claro día de junio
sobre la tierra en flor teníamos quince años.

¿Sería, sin embargo, otoño, primavera
o invierno? Ay, quién sabe cuál era la estación.
¿Te acuerdas tú? La Vida era un rosal al viento...
Ven y dime en qué tiempo empezó nuestro amor.

¿Qué importa que los años nos hayan separado,
qué importa si el recuerdo es lo mismo que un valle
por el cual caminamos cantando, sonriendo
y cogiendo sus flores de perfume inefable?

Oh amada cuyo nombre lejano y melancólico
mi corazón agita como el viento a los bosques,
ven y dime aquel tiempo de pinos murmurantes,
de arroyos, de montañas, de nubes y de amores.

Ven y dime que tú también me amaste entonces
en la sierra, en los pinos y en los negros ocasos.
Oh, dime que me amaste cuando sobre la tierra
ardiente y amarilla teníamos quince años.

 

 

Elegía VII

En Sandua aúlla el viento por los viejos tejados
por los muros ruinosos y la negra veleta.
El avellano esfuma su contorno en la niebla
y el torrente ensordece los valles desolados.

Los nogales sacuden sus mil hojas de agua
anunciando el otoño en los campos aún verdes.
Las nubes se derrumban como un trono solemne
sobre la silenciosa calma de las montañas.

Los violentos despojos de la oscura tormenta
en las aguas salvajes se destiñen y flotan.
En los rosales queda todavía una rosa
y al aspirarla mi alma se inunda de tristeza.

Y no sé si esa rosa solitaria y tardía
es acaso la pena que quedó aquí una tarde
y que luego en silencio dio un aroma suave
y ahora me pone triste después de tantos días.

No lo sé... Sin embargo, me detengo en la puerta
de la casa en ruinas perdida entre los montes
y la sombra angustiosa de los próximos bosques
cae sobre mi vida cada vez más espesa.

He cruzado el umbral... La soledad recorre
el patio oscurecido con sus plantas de musgo:
El suelo está mojado. Los muros están húmedos.
En las ventanas fulge un instante la tarde.

Oh abrir esa ventana al viento y a la lluvia,
a los fuegos del cielo y a las hojas marchitas
y sentir al pasar las largas galerías
seguirme mis pisadas pavorosas y oscuras.

Oh llegar al lejano dormitorio que abre
al campo dos balcones con cortinas de nubes
y besar en la sombra los recuerdos más dulces,
los recuerdos aquellos que no sospecha nadie.

Oh Sandua en ruinas al borde del torrente
que en los avellanares se despeña estruendoso
¿qué busca en tus tejados y en tu veleta el viento?
¿por qué la lluvia azota tus rotas cristaleras
y se sienta en tus bancos, fatigado, el otoño?

Oh Sandua de muros negros y amarillentos
que un solo rosal tienes y una rosa tan solo
¿por qué mi corazón lo mismo que un arroyo
quiere besar tus pobres paredes derruidas
como cuando la Sierra se desborda en otoño?

Oh Sandua a la sombra del nogal milenario
que da calma y frescura por las tardes al pozo
¿por qué está siempre el cielo nublado sobre ti?
¿por qué la soledad pasea por tu patio
y en tu torre suspira desolado el otoño?

¿Qué frases de otro tiempo se extinguen en tus salas,
qué recuerdos pesados y dulces como lágrimas,
qué dicha temblorosa, qué apagados sollozos,
qué risas como flores en los labios cansados,
qué esperanza amarilla como un cielo de otoño?

Oh Sandua que mueres un poco cada día,
conserva tus fantasmas: yo no he de despertarlos.
Conserva ese misterio que alienta en tus ruinas
que no he de profanar tampoco tu misterio
ni turbar tu silencio con mi melancolía.

No he de abrir a la vida tus ventanas cerradas,
no he de evocar tu historia junto a la chimenea
y no he de recorrer tus largas galerías,
pues algo que se siente y que nunca se explica
me detiene en el patio igual que en una tumba.

Y cuando vuelvo a Córdoba, que brilla en la llanura
entre los encinares, al fin de la cañada,
me digo que la vida es tan indiferente
como el valle desierto donde mueres, oh Sandua,
y me digo también que en un valle tan dulce
y sombrío, mi vida sería semejante
a tus grises ruinas ahogadas por las nubes.

Y al volver la cabeza para ver por vez última
tu torreón lejano bañado por la luna
me parece que mi alma es ese triste arcángel
que gira en la veleta al impulso del viento,
y mi vida una casa que ya no habita nadie
que invaden las malezas y las brumas de otoño,
una casa en ruinas perdida entre los montes,
olvidada en un valle salvaje y melancólico...


 

 

Elegía IX

El patio oye el suspiro de otros días en sus arcos.
En las paredes húmedas se estremecen las yedras.
Lilas, jazmines y ceIindas
tiemblan gozosos en el aire tibio
bajo el beso fugaz de las abejas,
pero celindas, lilas y jazmines,
yedras de oro y arcos ruinosos
no saben cómo un día nos amamos.

Llena la fuente está de claras ondas,
de agua clara y azul igual que el cielo,
la fuente pura y fría
a la sombra delgada de las damas de noche
que dejan su perfume flotar por la negrura...


 

 

Elegía X

En las tardes de mayo cuando el aire brillaba
con un azul radiante y en las olas del musgo
se mecía la blanca flor de la sanguinaria,
te amaba casi más que a nadie en este mundo.

Por tus ojos tan graves del color de la hierba,
por tus cabellos negros y tus hombros desnudos,
por tus labios suaves un poco temblorosos,
te amaba casi más que a nadie en este mundo.

Aunque no te lo dije tú acaso lo sabías,
por eso una mañana en el bosque de pinos
me saliste al encuentro a través de la niebla
y de las verdes jaras cubiertas de rocío.

Era yo entonces estudiante, todos los días
a las nueve tenía clase en el Instituto,
pero aquella mañana me fui solo a la Sierra
y me encontré contigo en el gran bosque húmedo.

Mis amigos me daban consejos excelentes
y me hablaban de ti sin velar sus escrúpulos,
y yo les respondía: «Odio vuestra prudencia»,
pues casi más que a nadie te amaba en este mundo.

Mis padres me reñían a la hora del almuerzo.
Me decían que iba a perder todo el curso,
pero yo soportaba sus riñas en silencio
y ellos seguían hablando, amargos, del futuro.

Yo me decía mientras: «¿Qué importan los amigos,
qué importa el porvenir, los padres, los estudios,
si las tardes de mayo son tan claras y bellas
y te amo, amor mío, más que a nadie en el mundo?

¿Qué importan estas cosas si me estás esperando
en el vasto pinar, al borde del camino,
y tus ojos son verdes como las hojas verdes
y tu aliento fragante lo mismo que el tomillo?

¿Qué importan las palabras si tus labios son rojos
como la roja adelfa y la flor del granado
y sólo hablan de amor, de risas y de besos
y mi alma es el aire que respiran tus labios?

¿Qué consejo podría distraer al Amor
de los tiernos deseos que en su pecho suspiran,
si el Amor es lo mismo que un zagalillo ebrio
coronado de pámpanos en mitad de las viñas?»

-Así te hablaba entonces mi corazón, ¿te gustan
todavía sus palabras?
Así te amaba entonces mi corazón, ¿recuerdas
todavía su amor?

Y una de aquellas tardes te dije que algún día
escribiría en mi casa solitario
esta Elegía triste y bella como el recuerdo
y tú me interrumpiste besándome los labios.

No creíste, ah, nunca creíste que pudiera
acabar el amor de aquella primavera,
pero la vida es siempre más larga que el amor
y si la dicha es bella como una flor de mayo,
como una flor de mayo breve es también su flor.


 

 

Elegía XI

Cuando derrite el cielo el sol de julio
buscan los bueyes las espesas sombras;
los segadores de color cobrizo,
las frescas jarras y los pozos húmedos,
las cabras, los retoños del olivo,
y yo -lento y errante por el día-
la terrestre dulzura de tu cuerpo.
          
Pues la verbena en flor, la verde prímula
y las vidas silvestres cuyos pámpanos
sombrean la roja frente de los sátiros,
y el soto umbrío que un arroyo baña
y que al pasar el viento vibra todo
como lira de hojas plateadas,
y las colgantes dríadas que enroscan
sus guirnaldas de azules campanillas
en el tronco del álamo sonante,
y la zarza espinosa donde tiembla
-sombra y rocío- un dios enamorado,
no tienen para mi alma la dulzura
de la dorada gracia de tu cuerpo.
          
Como la rosa móvil y redonda
del girasol sigue el curso del astro,
como el agua en la fuente campesina
se arquea y luego cae en claro chorro,
como el fruto maduro comba grávido
la rama que sustenta su opulencia,
como el águila gira por el cielo
y se cierne, voraz, sobre el rebaño,
así mi alma gravita, gira y cae
fruto, flor, agua y águila, en tu cuerpo.

 

 

Elegía XII

Dicen que el mes de mayo es el mes del amor,
pero yo me pregunto si hay alguna estación
que no lo sea, pues octubre te trajo al lado mío
y noviembre con sus grandes nubes y sus tormentas
fue el mes en que mi corazón dio sus rosas primeras.

Y en enero paseando por los campos, miramos
la luna entre los árboles como un fruto de plata
y luego te besé por el carril sombrío
que baja de la Huerta de los Arcos.

Y en marzo, cuando son tibias las lluvias,
unos celos furiosos, me asaltaron
porque me hablaste apasionadamente
de Juan Ramón -como si ya lo amaras-
y yo, intentando en vano ahogar mi tristeza
me fui, vencido y hosco, por las húmedas sendas.

Y en abril, cuando Córdoba huele a Semana Santa,
los altares cubiertos de flores redoblaron
nuestro amor y en la sombra violeta de los templos
juramos sernos fieles para toda la vida,
igual que aquellas aves que vimos una tarde
volar solas las dos por el aire suave.

Y en junio nuestro amor buscaba en los arroyos
las espesas moreras cuya sombra
nos trasportaba al tiempo de las dulces bucólicas.
Venías a tenderte a mi lado en la arena
y nunca como entonces fueron bellos tus ojos
ni dorado tu pecho, ni encendidos tus labios.

Y en agosto te fuiste con tu familia a Málaga
de veraneo, y yo quedé en Córdoba solo,
y tu recuerdo, diariamente, al caer la tarde,
se alzaba por el Sur lo mismo que la luna,
y las aguas heladas de la alberca nocturna
y la cerveza amarga y fría, y los refrescos,
y los vinos que me ofrecían los amigos
no consiguieron desvanecer tu imagen
ni apagar en mi alma el deseo -de tu cuerpo.

Y, sin embargo, hay quien dice que la primavera
es el tiempo de los enamorados,
pero yo me pregunto si hay alguna estación que no lo sea.

 


 

Elegía XVII

Amanece en las calles. Córdoba se despierta.
Ya es de día. Te amo.
Ya van camino del río los areneros
con sus palas, sus asnos.
El invierno se va. La niebla se disuelve
en torno de los álamos.

Crecido viene el río como mi corazón.
Tu recuerdo desborda como el río mi vida
inundándola toda con sus aguas violentas
donde flotan almiares, animales que aúllan,
negros troncos de árboles y despojos y ruedas.

Oh tú que una mañana -se diría esta misma-
paseaste conmigo, de mi brazo. mirando
los rojos remolinos estrellarse en el puente
que custodia impasible un arcángel de mármol.

Todo era igual. Diríase que no ha cambiado nada.
En San Francisco tocan las campanas a misa.
La Posada del Potro ha abierto ya sus puertas
y hay en el suelo paja que cayó de los carros,
y labriegos, y mulos que beben en la fuente.

Todo es igual. Diríase que no ha cambiado nada.
Amanece y te amo. Aún es Córdoba bella...
Tu casa está cerrada. ¿Me esperas todavía?
¿Duermes, o acaso esperas que llegue hasta tu
puerta?

Imposible. Aquel tiempo ya pasó para siempre.
Pero dime que todo es una pesadilla.
Dime que no han pasado los años, amor mío.
Dime que no has dejado de amarme, dulce amiga.


 

 


Encuentro nocturno

Al final del verano,
en las murallas rotas
donde viejos molinos dispersan por las islas sus ruedas
[mutiladas,
a la hora en que la tierra
suspira por la luna
te encontré...
Yo ignoraba
a qué cimas de amor y de hermosura
se alzaría mi vida.
Las palmeras
y adelfas aromaban el lugar fresco.
El cielo
dominaba a la tierra. Todo era
aroma, amor y ansia...
Los hombres, a esta paz y esta tortura
la llaman noche.
Agótase
humillada la luz ante tal honda
oscuridad que funde cielo, tierra,
amante, amor, amado.
Para este beso no encontraron nombre.

Mi alma es casi dichosa y casi triste
porque el cielo es el mismo cielo de nuestra dicha
y el amor que me inspira,
ay, es el mismo amor de aquellos días.

Y por eso mi alma, triste y dichosa a un tiempo,
es igual que una virgen embriagada
o una antigua bacante
que ríe y llora ebria en las colinas,
y está loca de vientos y de lunas,
de soles y de pinos y de altura,
y llora y ríe sin saber qué hace
y sus pies en las flores despiertan leve música
y el torrente acompaña sus éxtasis salvajes
y el crepúsculo besa sus mejillas
y la creación resuena a su voz amorosa
y le responde con ardientes ecos,
y a través de la sombra
con sus astros lejanos le contestan los cielos.>

Así, mi alma no sabe qué dice ni qué calla
y está casi dichosa y casi triste
y sin saber por qué llora y sonríe
y canta y se lamenta,
y va como una virgen destrenzada y desnuda
por valles y montañas,
y los pastores huyen a su paso
y las mozas se ocultan para verla,
y su fervor por todo es tan divino,
y su amor tan ardiente
que nadie lo comparte,
y por eso va sola
por las verdes colinas y las montañas grises,
sola, casi dichosa y casi triste.

 
 

 

Hora de amor

Hora de amor. Qué dios envenena mi alma
con labios que sonríen y ojos verdes
mientras la tarde en su jardín me encierra
y me incendia y abrasa con sus pájaros.

Pasos míos, ¿adónde me lleváis?
¿Por qué verdes veredas?
¿A qué rincones plácidos o lugares de duelo?

Hora de fuego lánguido
cuando el día es un cisne que canta en su agonía
con bella luz que nunca se repite,
hora de amor sombríamente dulce,
arráncame de mí, quiero huir de mí mismo,
ser aire, tierra, planta,
sin alma, sin conciencia,
beso, caricia, soplo,
rama en el viento, verde hoja al aire.

No hay tierra en mí. Soy fuego
desesperado, inútil como astro en la noche
pero bello en mi luz solitaria que sufre.
Soy fantasía del agua que nadie ve en la noche,
sueño que al despertar no se recuerda
mas que pone en los labios y el rostro su hermosura,
amor, amor oculto que florece
en el cáliz de junio.

La llama que así misma se devora,
la lluvia sobre el agua,
las gotas de perfume que ruedan por su pétalo,
el rayo que en el seno de la nube se esconde,
oh, amor, son formas tuyas
que en mí suspiran, presas, por su amante.

 


 

Invierno

El árbol chorreando ante la iglesia
bajo la lluvia espesa y fina era
una esperanza muerta en el invierno.
Sobre la húmeda torre, los celajes
deshechos y blanquísimos mostraban
el cuerpo azul diáfano del cielo
recién poseído por el sol.
                                          Abajo,
la vida oscura, ciega, sin futuros,
calles acuosas, árboles sin hojas,
empañados cristales...
                                        En la altura
una vida de luz, de amor, de gracia,
ajena a todo sentimiento y bella
en su impasible gloria...
                                           Yo, enlutado,
desterrado, desde un portal oscuro
contemplando imposibles paraísos.


 

Invitación a la dicha

                                                   Es dulce ser amado pero amar,
                                                                oh dioses, qué ventura...
                                                                                                    Goethe


Ámame ahora que tengo los cabellos negros
y una corona de junco
y el perfume del agua y de la jara
en los brazos desnudos.

Ámame ahora que tengo en los ojos
la suave llama de la tarde
y la gracia de la sonrisa
y la leve frescura de los manantiales.

Ámame ahora que tengo en los labios
el fuego deslumbrante del Mediodía
y la serenidad del cielo en las mejillas.

Ámame ahora que tengo en el cuello
el resplandor de los lirios quemados.
Ámame ahora que corre por mis hombros
el torrente divino del deseo.
Ámame ahora que tengo el pecho ebrio
como una flor de vino.

Ahora y no luego, ahora y no mañana,
ahora que besa mi alma todo tu cuerpo
confundiendo su aliento al de mis labios.

Bésame ahora que es primavera
y el chamariz canta y vuela en un árbol,
ahora, amor mío, que estamos en mayo
y zumban en el aire las abejas,
ahora que todo es hermoso y feliz,
ahora y no mañana,
ahora y no luego.

Bésame los labios, el cabello, los hombros
ahora que en los huertos florecidos
es tan dulce la flor primera del granado.

Dame todo tu amor ahora, amor mío,
¿no ves que soy en la tierra dichosa,
dulce como el árbol del paraíso?

Ahora que soy un manantial virgen
donde cada onda es una caricia,
una colina verde
donde cada florecilla es un labio encendido,
un valle misterioso
donde cada viento es un suspiro,
un río de amores
cuya música frágil es tu nombre.

¿No son nuestros estos días tan bellos?
¿No es hermosa la tierra bajo el sol y la luna?
¿No habla todo de amor desde el alba a la tarde?

¡Ámame!
¡Ahora y no mañana; ahora y no luego!

 

 

La vuelta a la poesía

I
No lo creía entonces. Pasaron meses, años.
Menos yo y este amor, todo ha cambiado ahora.
No creí que pudiera volver a ti, poesía.
Lo necesario estaba en las cosas que mueren.

Lo necesario era tan bello y pasajero.
Tú allá en la lejanía seguías fiel y pura.
Tú allá en tu cielo claro seguías siendo el alba.
Lo necesario estaba en la tierra de paso.

Pasaron meses, años. Tu remota presencia
surgía en ocasiones, tal la súbita diosa
a Odiseo, en un dulce temblor de la enramada,
con relumbre de labio que sabe a sal e incienso.

Pero yo no creía volver a ti ya nunca.
Lo necesario estaba en el cuerpo adorado.
Tu lejanía altiva no tentaba mis ansias.
Tu hermosura inhumana helaba mis sentidos.

Mas a pesar de todo no te dije adiós nunca.
Lo necesario era placer y desengaño.
Tú estabas en tu cielo cumpliendo tu destino.
Yo cumplía mi destino de hombre entre los hombres.

II
No sé dónde buscarte. Fantasía
no eres, ni árbol triste en frío lienzo,
ni muda estatua ni palabra sólo,
ni música siquiera; amor acaso.

Amor que no seas tú yerra el camino.
Tú sola sabes hasta ti guiarnos.
Rama es la vida en tu crujiente fuego
que del hombre, sonoro, se alimenta.

Agua que pasa y hierba has puesto dulce
en mi mirada. Fuente, sol y flores
has encerrado en mi corazón,
y pájaros sensibles en mis manos.

Para que todo te vea y te sienta,
para que en mí palpiten las criaturas
espontáneas, vírgenes, dichosas,
para que todo -y yo- seamos tuyos.

 

 

Mas no supieron nunca...

Mas no supieron nunca
que nos amamos,
y la fuente que llora
solitaria en la sombra
nunca vio reflejarse nuestra dicha
en la dulzura inmóvil de sus ondas.

La galería sueña con sus viejos retratos
en marcos de oro, y con sus paisajes
de monterías invernales,
donde hay un dulce ciervo que brama porque un perro
hinca furiosamente los colmillos
en sus ijares espumosos,
pero la galería que duerme desde el tiempo
de aquellas cacerías en la Sierra
nunca supo que nos amamos.

El comedor se alumbra con los pámpanos
de la parra que escala los balcones.
Se perfuma en un hálito de fruteros repletos
de fresas, de manzanas y de peras,
y el viejo aparador de caoba se yergue
en la severidad de hace cien años,
mas nunca supo, envuelto en el vaho otoñal,
que nos amamos.

Subíamos riendo la escalera
hasta llegar al palomar todo blanco.
El patio parecíanos entonces algo triste.
Los rayos en las vagas madreselvas
diríanse un enjambre de irritadas abejas.
El olor del invierno persistía
en los abandonados corredores.

La sombra de las hojas se movía en los muebles
enfundados del gran comedor solitario.
Bajo aquel cielo azul de primavera,
en aquel palomar completamente blanco,
solos, entre aleteos y arrullos de palomas,
desnudos y tendidos sobre el sol nos amamos.


 

 

Mientras tierna mejilla y ojos verdes...

Mientras tierna mejilla y ojos verdes
y rojos labios y morena frente
y primavera en pecho delicado
y tallo en flor, lánguido, en cintura,
y dios sin velo en astro al mediodía,
y rosa, rama, abeja y vino canten,
tú, narciso de olvido,
tú, música cantándose a sí misma,
Medina Azahara, besa que te besa,
tú y yo, viviendo, amando,
dulce leyenda, vivos
y muertos y olvidados,
y presentes y eternos, en canción, en amor.

 

 

Nocturno romántico

Las torres quedarán y yo me iré.
Me iré, me iré con la sombra y la luna.
No me preguntes, amor mío, por qué.
Yo no he de dar contestación ninguna.

Mi fuego se helaría en el rocío,
mi voz en el silencio interminable.
Por eso, no preguntes, amor mío.
Jamás esperes que suspire o hable.

Se quedarán las calles con sus nombres,
de la Rosa, del Sol, de los Arqueros.
Se quedarán las cosas y los hombres
y el otoño de parques plañideros.

Y yo me iré cuando la Aurora ciña
con cinturón rosado a las doncellas,
cuando la alondra despierte la viña
y los gallos ahuyenten las estrellas.

Me iré, me iré cuando el mundo, amor mío,
sea como un navío empavesado,
cuando el pájaro vierta en dulce pío
verdor de primavera sobre el prado.

Y tú preguntarás a los espejos
y ellos no acertarán a responderte,
y yo estaré muy lejos ya, tan lejos,
que habré cruzado el muro de la muerte.

Y de la Vida la impasible fiesta
ay, seguirá girando alrededor
de tu vana pregunta sin respuesta,
oh dulce y vano amor.

 

 

Nombre y olvido

Lo que nadie recuerda, ¿ha muerto? Acaso vive
recogido en sí mismo la vida más perfecta.
Fuera del tiempo lo llevó el olvido.
Ayer, hoy ni mañana huellan su ser y eterno
vive en fiel estación de melancolía.

Un nombre, a veces, como rama de olivo
en el pico cruel del pájaro del tiempo
sobre las quietas aguas es llevado.
Un soplo testimonia al huir de los labios
que la rosa y el hombre vivieron otros días.

Luego el nombre se olvida y la tierra recoge
la tierra, el aire vuelve al seno del espacio;
la fuente vierte, pura, su concha en el Océano
y la palabra como perla silenciosa
se duerme para siempre en el fondo del mal.

Amaneceres, mediodías, tardes,
noches, amaneceres, mediodías,
la ronda plateada
la rueda inexorable, la distancia,
ayer y hoy confunden sin sentido.

Lo futuro es un ocio. El corazón tan torpe
en lo que aún no existe se desborda y espera,
pero lo que ha vivido es lo único que vive.
Recogido en sí mismo se besa en su solsticio.
 

 

 

Palabras

                                                Homenaje a Walt Whitman

El día, este día,
es nuestro.

Mira los animales, las aves y las plantas
vivir el suyo satisfechos.
Míralos, no calculan, no sufren, no se inquietan
por el mañana. Viven sin cuidado.
No malgastan su tiempo pensando en el futuro.
Están conformes. ..Míralos.

Los ríos no calculan.
Corren impetuosos
cantando su canción entre juncos y adelfas
mientras en la alta cumbre el sol derrite
la nieve inmaculada.
No malgastan abril, no ensombrecen su tiempo,
pasan, cantan, suspiran, se visten de verdor.

Se abandonan al tiempo.
Basta el día al afán de las criaturas.
Así lo sienten aves, animales y plantas
y todas las criaturas viven su plenitud
sin dudas, sin reservas, sin cálculos; se entregan,
se aman, son dichosos.

 

 


Poeta árabe

Los hombres que cantaban
el jazmín y la luna
me legaran su pena,
su amor, su ardor, su fuego.

La pasión que consume
los labios como un astro,
la esclavitud a la
hermosura más frágil.

Y esa melancolía
de codiciar eterno
el goce cuya esencia
es durar un instante.

 

 

Primavera de  1947

No es posible esquivar este cuerpo de tierra,
no es posible olvidarse de los ojos, los labios,
el cuello y las mejillas y los brazos y el pecho
y los pies y los muslos y el vientre y la cintura
y el alma repartida
por todo nuestro cuerpo
como el sexo,
una piel más sensible y brillante, un perfume
hondo como el deseo.

 

 

Psalmo XVI

                                     Nada sé del amor. Si tú no me lo enseñas
                                                               no sabré nunca nada de él...


Dilatarse en la sombra con la luna
donde cuerpos desnudos hacen manar las fuentes,
crisparse bajo la ciega violencia de las manos
soberbias de otros dioses (que no tienen nombre)
y sentir en la piel lisa y morena
abrasadoramente todo el bosque
o ir a través del sueño buscando todavía
aquel suave musgo que puso en nuestro cuerpo
inocencia de instantáneo paraíso,
no es amor, es rasgar
tu costado con un astro furioso,
es clavarte en la cruz intensa de nuestra carne,
ofrecer a tu sed nuestro sudor lascivo,
reír de tu agonía
tendidos y abrazados sobre el césped.


 

 

Psalmo XXVIII

                                                             Los desencantos

¿Por qué nos diste el don de admirar la belleza
y corazón ardiente para amarla?

¿Por qué en la negra noche del deseo sembraste
constelación de ávidos sentidos?

¿Por qué nos diste ojos para ver este mundo,
y oído para escuchar su voz dulcísima?

¿Por qué nos diste brazos para asir la hermosura,
ese humo engañoso que el sol dora?

¿Por qué nos diste el cielo confuso del recuerdo
donde arden imágenes, tal nubes,
cubriendo nuestras almas de sombras y crepúsculos?

Ah, ¿por qué consentiste el loco amor siempre muriendo
y renaciendo siempre de sus propias cenizas
como fénix que enciende en su ocaso su aurora?

¿Por qué siempre gozar o sufrir día y noche,
llama y ceniza inútil la vida de los hombres?

¿Por qué herir, perseguir, vencer y ser vencido
bajo el signo fatal de la ambición?

¿Qué fruto puede dar el hombre que se quema
en el fuego fugaz que, ciego, adora?

 


 

Respuesta

Sentarme al lado tuyo
es como al junco verde el frescor del arroyo
como la rama al ave en el azul flotante.

Y mirarte es igual que morir y vivir al mismo tiempo
llevado en una ola dulce-amarga
que a la vez llora y canta.

¿Te miraré, amor mío.
volveré a mirarte como tú quieres?
Te miraré otra vez,
no lleno de un amor semejante a la jara,
ni como las aguas que pasan
mas con mirada de hombre enamorado.

Te miraré otra vez con mirada de hombre
y sentado a tu lado volveré a estar triste
porque no se abren en nosotros dichosamente las rosas
que duermen soñando
con besos,
porque se ahoga nuestra primavera,
porque somos como tierra estéril donde no hay jara y junco entrelazados,
porque la mirada no calma, sino enciende,
porque el don del cuerpo cuando el alma se ha dado
es el encuentro de dos ríos de ternura,
porque Amor es un dios que no aplacan ofrendas de amistad,
porque el cielo está azul y en las montañas cantan los
                                                                        pájaros y el viento,
porque estamos tan lejos cuando nuestras vidas debieran fundirse
como dos antorchas de cedro que se consumen en una sola llama,
en la llama del cuerpo y del alma,
del hombre de tierra y de cielo,
de este ser nuestro virginal y terrestre
celestial y culpable y sin embargo bello.

Por eso
te miraré otra vez mas no como tú quieres
porque yo no soy un ser como esos que pasan
y se desvanecen en las páginas de un sueño
sino un hombre que se alza desnudo de la tierra
dorado por el sol, enrojecido y violento,
un hombre que se yergue frente al mundo, de pie,
y te elige entre todos y te llama su amor.

Por eso
te miraré mas no como un espíritu
sino con mirada de hombre que aún tiene en sus manos
                                                           el barro de la tierra
te miraré, mas no como al arroyo
sino como se mira a quien se ama.
(Los arroyos no fueron amados todavía por nadie.
Narciso no adoró nunca sus aguas.
Era su propia imagen la que en ellas veía,
y era a ella, a su propia figura, a la que amaba.)

Por eso
yo no te miraré como a la jara
pues la jara, ¿para qué serviría en este bello mundo
sino para aromar el fresco lecho de los amores?

Así yo te amo con amor de hombre.
No se puede esquivar este cuerpo de tierra
tan bello,
los ojos y los labios,
el cuello, las mejillas y los brazos y el pecho
y los pies y las piernas, la cintura y los hombros
y el alma que es en ellos
una segunda piel más sutil y brillante,
el alma que es como un perfume límpido
que delicadamente nos baña todo el cuerpo.

 

 

Retrato de un poeta

Oscura era tu vida en aquel pueblo.
Lo conocías todo, el muro, la calleja,
el viejo Ayuntamiento, destartalado y húmedo;
la fuente, la estación, la sacristía.

La tuya debió ser juventud de ojos grises,
capa con vueltas rojas, paseos a caballo,
novia en Doña Mencía o en Lucena,
versos de amor y de contrabandistas.

Al repasar los viejos caminos de las viñas
no pensabas en nada ni veías siquiera
los lagares, los pobres arrieros,
la Ermita de la Virgen en las cumbres.

Tan hondo sentimiento invadía tu alma,
que no acertaste nunca a decirlo en poesía.
¿Quién dirá la belleza solitaria del lirio?
Por la flor más humilde la palabra es vencida.

Sufrimiento adorable de sentir cómo es bella
la tierra en que nacimos y no poder cantarla,
a no ser una noche de primavera triste
con la guitarra oscura de vinos y nostalgias.

Mientras otros en las ciudades, aplaudidos
como tenor de moda, recogían el triunfo,
tú, lento por la luna, a tu casa volvías
desde la reja del amor nocturno.

El alba despertaba corrales y sembrados.
La mañana encendía su fresco vocerío
de racimos, semillas, animales.
Camino de la fuente pasaban las muchachas.

Y tu conocimiento era amor y caricia
que rozaba las cosas por miedo a despertarlas
de su encanto letárgico, como conversaciones
de otoño en el crepúsculo durmiente de las parras.


 

 

Siesta

Sangre de un dios resplandece en los labios que cantan.
Un grito morado de violetas endurece las piernas
de los que pisan alas cautivas en la tierra abrasada.
Piedra y cielo confunden su deslumbrante latido
en el doble furor de esta hora pánica. El alma,
luminoso polen del cuerpo floral, estalla.

La hermosura espera que alguien rendido la adore.
Sus ríos numerosos la música en la sangre retarda.
De sol en sol, de cielo en cielo, se despeña soberbia
la nebulosa potencia del animal en celo.
Eternidad fulgurante destella en el instante desnudo.
Montañas estivales agitan su melena de ménades.
La tierra entreabre sus labios en los valles ocultos.
Los muslos del agua se desgarran en rocas amantes
y su lascivia esparce escándalo de reflejos y espumas.
Aguda fragancia de virgen planea aérea
sobre el oro ondulante de los gramíneos prados.

Oh seducción dispersa por la soledad encendida.
El vagabundo fauno suspirador del viento
con su viril resuello aviva el fuego azul
que desparrama el cielo, seminal, sobre el mundo.
Dichosa angustia hace crujir huracanados, tensos,
rígidos seres recorridos por fuerza sagrada.
Los irritados dioses de la carne gloriosos se yerguen
y todo lo subyugan a su solar potencia meridiana.

 

 


Vino antiguo

Loca sabiduría del corazón, ensueño
único de onda inmensa, voz profunda
de la armoniosa tierra mía, claro
           vino andaluz.

Los más hermosos labios tus jardines
cambiantes de oro y música, tu ardiente
ruiseñor diluido en mudos cielos
           orientales,

bebieron, y los ojos su mirada
misteriosamente abandonaron
a tu ola feliz de paz, de olvido
           inalterable,
y los amantes su deseo oculto
latir sintieron en tus bellos labios
y sorbo a sorbo en ellos apuraron
su paraíso.


 

 


Visitación

Esta es mi vida tal como la soñé en otro tiempo:
un largo muro de barro perfumado y rojizo
que rodea un espeso jardín,
árboles cuyas ramas se besan en el agua,
pavos reales en la penumbra de las magnolias,
y sol, y lluvia, y luna, y viento, y sombra,
y una alegría profunda como cicuta,
extraña, como eléboro,
y mis labios abrasadoramente aspirando las flores
igual que aves de pétalos o pestañas de grácil durmiente.

Mira, toca mi corazón ahogado bajo rosas salvajes.
Ni yo mismo llegué hasta su centro misterioso
por miedo a extraviarme
y no saber volver al claro cielo desde el cual, cruel vigía,
diviso el odio, el gesto cruel, la torpe ley,
la ironía...

Pero tú penetraste hasta lo impenetrable
como sonido puro de una flor destrozada
y allí te confundiste al velado silencio
recogido en sí mismo como un agua de siglos
a fin de que el jardín secreto y como ausente
jamás se delatara por la luna o el pájaro.

Entonces yo no supe que lo habitabas tú,
¡ay!, como los espejos siempre solos que ignoran
las figuras que habitan su corazón voluble
y en los que las miradas se confunden y mueren,
los labios huellan fríos su pasión desasida,
el ciego Amor es luz donde todo florece,
lo de fuera está dentro y el interior se extiende
en torno hasta el confín último del deseo.


 

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