"La poesía es la embajadora del alma".
James Howell

"Ballet at The Paris Opéra

Edgar Degas
   

 

 

 

 

En esta página encontrarás un poema por cada autor mencionado en el índice.
A medida que seleccionemos más de un título, los poetas tendrán su propio vínculo.

 

 

Índice


Abismo
Luis Arrillaga
       (España, 1951)           

Abro la boca para encontrar la lista de sueños     
Rosario Murillo       ( Nicaragua, 1951)

Al filo de la mañana
Antón Arrufat         ( Cuba, 1935 )

Albedrío
Luis Hernando Guerra     (Colombia)              

Alli, rubio sofoco de la siesta...
Juan José Domenchina          (España,  
1898 - 1960)

Amante fiel
Luis Felipe Comendador       (España, 1957)          

Amor
Fanny Garbini Téllez         ( Argentina, 19??)

Amor, amo tus claras mocedades
Alfredo Cardona Peña        ( Costa Rica, 1917 )

Ave del paraíso
Francisco Urondo          (Argentina, 1930 - 1976)             

Canción de la voz florecida
Franklin Mieses Burgos        (República Dominicana 1907-1976)       

Clausura de la lujuria
Ana Emilia Lahitte          (Argentina)          

Como una lenta piedra
Efraín Bartolomé        (México, 1950 )

Confesión
Darío Jaramillo A.            (Colombia, 1947)           

Dame amor, dame olvido, dame tiempo    
Fernando González-Urízar         ( Chile, 1922 )

De repente
Pilar Pallarés                 (España, 1957)          

Desnuda en la tienda
María Teresa Andruetto        (Argentina)         

Desnudo
Mario Hernández        (España, 1945 )

Échale a él la culpa
Vicente Gallego           (España, 1963)      

El acorde
Lázaro Santana       (España, 1940 )

El regalo
Clementina Suárez     (Honduras, 1906 - 1992)

Elegía por «La Luisa»
José Luis Puerto          (España, 1953)

Ella
Jorge Boccanera         (Argentina, 1952)         

Ella cantaba estrenos
Félix de Azúa          (España, 1944 )

Eres fría
José Santos Chocano         ( Perú, 1875 - 1934)       

Espalda
Daniela Mazzeo        ( Argentina )

Esta vieja herida               
Pedro Sienna    (Chile, 1893 - 1972)

Estoy en ti
Oscar Wang       (México, 1948)                   

Flor de ayer
Alfonso Calderón       ( Chile, 1930 )        
     
Gravitación del retrato
Javier Sologuren          ( Perú, 1921 )

Gritan allá lejos, escuchad
Agustín Delgado          ( España, 1941 )

Guerra sucia
Carlos Alcorta                 (España, 1959)

Hiperestesia
Miguel Ángel León          
(Ecuador, 1900-1942)                

Historia de tu ausencia               
Armando Tejada            (Argentina, 1929 - 1992)

Hoy me estoy abandonando
Xela Arias           (España, 1962)

Jardín del cementerio
Andrés Neuman             (Argentina, 1977)         

La rosa
José Umaña B.              (Colombia, 1899 - 1982)          

Las doncellas
Otto Raúl González         ( Guatemala, 1921 )         

Las medias blancas
Isla Correyero               ( España, 1957 )

Laetitia in umbra
Adriano M. Aguiar           (Paraguay, 1864 -1912)            

Ligero como el canto que no acaba         
José Carlos Cataño       (España, 1954)

Los pájaros divinos
Alfredo Arvelo Larriva      (Venezuela, 1883 - 1934)       

Los pájaros no aman
José Antonio Masoliver    (España, 1939)

Los tiempos jubilosos
Violeta  Luna          (Ecuador, 1943)         

Lumbre secreta
Alberto Baeza Flores         ( Chile, 1914 - 1998 )

Luz usada
Carlos Briones                  (Alemania, 1969)              

Mademoiselle Givenchy
Ángel Rodríguez              (Londres, 1961)      

Madrigal
Jesús García Calero             (España, 1965)

Más allá del amor
Pedro Pérez Clotet              (España, 1902 - 1966)

Me cuentan que has llorado...
Enrique P. Maroni       


Memorias de mi piel
Ana María Mayol          ( Argentina, 1953 )

Metamorfosis
Isla Correyero              (España, 1957)

Mientras tú duermes
José Luis García Martín         (España, 1950) 

Mujer
Américo Ferrari                 (Perú, 1929 )             
            
Mujer en dos tiempos
Carlos Piera         ( España, 1942 )     

Mujer en la esquina
Angelina Gatell         ( España, 1926 )

No pido sino tu sola presencia
Margarita Carrera          ( Guatemala, 1929 )

Nocturno
Juan Rejano               (España, 1903 - 1976)        

Nocturno a Rosario
Manuel Acuña        (México, 1849 - 1873)                

Nosotros
Kydia mateos          ( Uruguay )    

Oculto
Liz Durand Goytía       ( México )

Olvido
Luis Oyarzún           ( Chile, 1920 - 1972 )

Pardo Adonis
Clara Lair            (Puerto Rico, 1895 - 1974)

Penthouse
Juan Peña                (España, 1961)                  

Perdóname el dolor, a veces
Pilar Pallarés             (España, 1957)               

Pincel de sueños
Hilda Bautista       ( México, 1956 )

Pobre amor
Alberto Ureta    
 ( Perú, 1887 - 1966 )          

Poema
Joaquín Xirau Icaza         ( México 1950 - 1976 )

Primavera en Eaton Hastings
Pedro Garfias              (España, 1894 - 1967)

Recostada mi oreja...
Luigi Amara                 (México, 1971)

Reto a Venus Cavaleri
Roberto de las Carreras         (Uruguay   1873 - 1963)              

Romance de Marí lejana 
Roberto Valenti         (Argentina)                           

Rosa nueva
Manuel Díez Crespo         (España, 1910 )

Se fue el amor
Diego Jerez            (España, 1977)           

Si pudieras nacer de mis dos senos  
Ana Antillon        ( Costa rica, 1934 )

Soledad
Joaquín Romero Murube      (España, 1904 - 1969)

Sombra distante
Armando Soriano Badani            (Bolivia, 1923)             

Tango para "Irma la dulce"
Mario Rivero                 (Colombia, 1935)        

Tu boca viene a mí
Piedad Bonnett          ( Colombia, 1951 )

Tú mirabas el río...
Julio Mariscal       (España, 1922 - 1977)            

Tiempo de adagio
Hermelo Arabena Willia       ( Chile, 1905 - 2000 )

Último color de la ternura
Otto René Castillo              ( Guatemala, 1936 - 1967 )        

Villanela
Luis Miguel Aguilar         ( México, 1956 )

Y vuelvo a verme ciñéndome de nuevo a su cuerpo
Guillermo Sucre                (Venezuela, 1932)           


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Abismo

Es un temblor reptando por mis venas
un susurro de notas que nos trajo el olvido
te sueño con angustia despierta en cada calle
y escucho tu canción con el miedo de todos los relojes
me desespero al fin por esta muda sombra que envuelve la
distancia
caminas por el filo de las horas como boca gigante
como engullendo el mundo que todavía me odia
como odiando mis ojos que sólo ven los tuyos en el aire
tiéndeme tu mirada rescátame del fondo
sálame de esta mar enfurecida de esta horrible condena
sólo quiero tu nombre doloroso
guardar para tus manos este ramo de besos infinitos.

LUIS ARRILLAGA              (España, 1951)

 

 

Abro la boca para encontrar la lista de sueños...

Abro la boca para encontrar la lista de sueños que
hemos dejado a punto de saltar del tintero. Cierro
los ojos para soñar tus manos
desde entonces
desde que yo soñaba tus manos
esperándolas al anochecer
entre las palmeras y los vidrios rotos
acunados a la par del corazón.
Hace frío
tiemblan las pestañas tu invierno
saltan las madreperlas en vez de los sueños
vuelven sobre el calendario que cuelga detrás de la puerta
escribo yo este poema
pensando en acomodar nuevamente sobre el pecho
un sitio para la esperanza.

ROSARIO MURILLO      (Nicaragua, 1951)

 

 

Al filo de la mañana

En una cama en penumbras,
   hay dos cuerpos tendidos.
Respiran y libremente fluyen
   como el agua muy pura.
Uno al otro se vuelven, y vagan remotos
   por sus propias llanuras.
Sin relojes ni prisas, habitantes de sueños
   que no logran compartir,
y ambos sienten su lejanía, y al sentirla
   se palpan con la mirada.
   Luego acuden las manos buscadoras,
dos manos que en la cama forman algo distinto,
   algo que no les pertenece, y abre
un espacio sin dueño, vivo organismo
latiendo desprendido en un enlace efímero.
Diez dedos como diez ojos quieren trazar un puente,
   por el que nadie pasa ni pasar puede.
La luz del mundo duda todavía en comenzar,
   y sólo es cierto, y quizá real,
el calor inseguro de sus cuerpos tendidos.

ANTÓN ARRUFAT           (Cuba, 1935)

 

 

Albedrío

De los escombros elige el que te guste.
Hay azules cielo despejado,
para aquellos que sueñan paraísos,
donde la luz no alcanza.
Hay verdes, como el vientre del bosque,
colmados de hojas y de alas.
Los hay rojos, como la sangre
que se vierte en cada guerra, en todo vino.
De los escombros elige el que te guste.
Hay variedad de grises olor a bruma.
El negro escondido en algún rincón de la penumbra.
El blanco páramo.
El que inventa el calor de la canícula.
Puedes llevar los colores del sol y de la flor,
acaso el lila, el magenta, el rosa.
Puedes llevar los colores de la luna y la semilla,
los oscuros colores de la tierra.
Puedes llevar el amarillo-dorado,
como el alba o la tarde,
como fruto maduro,
como ese viento que danza en los trigales.
De los escombros elige el que te guste.
Sólo tú sabes el color de tu miseria.

LUIS HERNANDO GUERRA         (Colombia)

 

 

Allí, rubio sofoco de la siesta...

Allí, rubio sofoco de la siesta,
allí, mujer y espiga, entre las mieses,
allí fueron tus glorias y reveses
y la amapola -el grito- de tu fiesta.
Allí supiste todo lo que cuesta
el dejarse vivir -sin que supieses
que pagabas de más, aunque te dieses
de menos- en el curso de una siesta.
Una tarde de junio, como ésta...
Si, desde allí, donde me aguardas, vieses
de aquel sol tan en alto lo que resta...
Ve, ve, desnuda y sola, en estos meses
de estío, y no en la siesta, ve a la puesta
de sol, a recordar entre las mieses.

JUAN JOSÉ DOMENCHINA       (1898-1960)

 

 

Amante fiel

Si fueras el pecado y su tragedia,
quien aplica tortura
o simplemente firma los papeles,
si te fueras con otro
o compartieras cama
conmigo y otros hombres,
si fueras de una secta,
monjita de clausura o esclava del Diablo,
si huyeras de mis ojos
y arropases los tuyos
con una causa injusta,
si asesinases a tus padres
o incluso a nuestros hijos,
si mintieses en todo
o fueses tan sincera
que tu palabra hiriese
como daga o venablo.

Si levantases cada minuto
un falso testimonio
sobre mí...

te seguiría amando.

LUIS FELIPE COMENDADOR    (España,  1957)


 

 

Amor...

Vuelves a mí como la luna de noviembre.
Diamante en el color de naranja inmadura,
inmerso en un azul de noche sin distancia.

Vuelves aleteando recuerdos, cenizas sepultadas
en la profundidad de los volcanes. Poemario
sofocado entre rabias y penas y cansancio.

Regresas entre líricos versos sin destino,
con el aliento triste y resignado
del que se sabe preso de otro aliento
imprudente, prohibido, sin reclamos.

Yo me sé pasajera de tu barco sin rumbo.
Tú te sabes huracán de mi calma y mi noche.

Te miraré en la luna, lima limón, inmadura naranja.
Recoge tú la espuma de las olas nocturnas
que hecha espuma, me esconderé en tus manos.

FANNY GARBINI TÉLLEZ      ( Argentina )

 

 

Amor, amo tus claras mocedades...

Amor, amo tus claras mocedades,
amo, Amor, tu recinto, tu pie leve;
amo tu amor amante, que conmueve
el reino de las tiernas heredades.

Estoy amando el lirio que se atreve
a juntar dos esbeltas soledades,
al que ha sido, en la frente de la nieve,
esposo de las albas suavidades.

Te estoy amando, Amor, con el anhelo
de las torres que radian tus preguntas.
Te estoy amando, mido tu consuelo,

apresuro la herida de tus puntas
y bajo hasta las piedras de mi cielo
para mirar, Amor, tus almas juntas.

ALFREDO CARDONA PEÑA      (Costa Rica, 1917)

 

 

Ave del paraíso

Sos como una perdiz empollando, todo
el día en la cama; reina de la indolencia,
cuidando todo el día que no se vaya el calor.

Sacerdotisa mía, panadera,
dame esa hostia para ingresar al cuerpo
de la bondad; andariega, zapato tibio para insultar y acariciar.

Perdiz que viene volando y aterriza y queda suspendida
sobre mi corazón, como una escarapela, como una fiesta
nacional. Sal y harina. Pereza, panadera.

FRANCISCO URONDO      (Argentina,  1930 - 1976)

 

 


Canción de la voz florecida

Yo sembraré mi voz en la carne del viento
para que nazca un árbol de canciones;
después me iré soñando músicas inaudibles
por los ojos sin párpados del llanto.

Colgada sobre el cielo dolido de la tarde
habrá una pena blanca, que no será la luna.

Será una fruta alta, recién amanecida,
una fruta redonda de palabras
sonoras, como un canto:

maravilla sonámbula de un árbol
crecido de canciones, semilla estremecida
en la carne florecida del viento:
-mi voz.

FRANKLIN MIESES BURGOS         (República Dominicana, 1907 - 1976)

 

 

Clausura de lujuria

El deseo
procura archipiélagos vivos,
desmesura radiante, verdor,
sangre amazona.

Y sólo encuentra enjaulada furia.
Muslos abandonados
sin salario de espuma.

ANA EMILIA LAHITTE         (Argentina)

 


Como una lenta piedra

La noche y sus lamentos
El rumor sordo de su respiración
No sé qué sangre fluye bajo el piso de la ciudad

Una imagen de mí como una lenta piedra
llega de las finales marejadas del día
de las horas quemadas por el sol
Viene del horizonte
De la línea dolida de la sombra
De las cenizas recientes del pasado
Del fondo de esta noche sin fronteras
En estos días he visto tantas cosas de mí
Me he aprendido en tu voz
En el atrevimiento de tus manos
En tu cuerpo arrojado al reposo después de la tormenta
reflejándome oyéndome

Te recuerdo de pie frente al espejo tocada apenas por la luz
Llenos de ti mis ojos Mis manos insaciables
El húmedo cabello derramado en el lecho
Tus hombros salpicados por la sombra
La lengua de la luz en tus caderas blancas

Al fino talle prendo garras dulces
Mis brazos de hacen alas y te envuelven
Hundo sobre la alfombra cascos de minotauro
Embisto
Rasgo
Aúllo
Me despeño

Soy agua derramada sobre ti
Soy la más tibia lengua
El río más tierno
Agua.

* * * * *

Ahora quiero gritar
Contárselo a mi sombra
A los geranios

Pero no
Hay ojos que vigilan
Cada ventana es una luz
La luz construye sombras
Oh amante
Sangre mía

¿A quién descenderán sobre nosotros?
Pero no
Hay ojos que vigilan
Cada ventana es una luz
La luz construye sombras
Oh amante
Sangre mía
¿A quién decirlo ahora?

Piedras descenderán sobre nosotros

Pero habrá que decírselo al frío y a mis manos
al perro y al silencio
Porque de otra manera
tanta felicidad me va a estallar adentro.

EFRAÍN BARTOLOMÉ      ( México, 1950  )

 

 

Confesión

Yo huelo a ti.
Me persigue tu olor, me persigue y me posee.
No es este olor un perfume sobrepuesto sobre ti,
no es el aroma que llevas como una prenda más:
Es tu olor más esencial, tu halo único.
Y cuando ausente mi vacío te convoca,
una ráfaga de ese aliento me llega del lugar más tierno de la noche.
Yo huelo a ti
y tu olor me impregna después de estar juntos en el lecho,
y ese fino aroma me alimenta
y ese aliento esencial me sustituye.
Yo huelo a ti.

DARÍO JARAMILLO A.        (Colombia, 1947)

 

 

Dame amor, dame olvido, dame tiempo

Dame tu pelo, dame
su ramo torrencial de jaspe vivo.
dame tus ojos, dame
sus ópalos en llamas que lastiman.
Dame tus dientes, dame
su brillo en el clavel y su dominio
que contiene el embate de mi lengua.

Dame tu pecho, dame
la copa deleitosa de miel tibia.
Dame tu muslo de oro,
el pubis de violetas y rocío.
Dame tu boca, dame
la oreja de hostia fina,
tu garganta de pájaro celeste.

Dame tus hombros, dame
la cadera caudal y la cintura,
el árbol, la serpiente de tu espalda,
tus piernas que se queman en el frío.
Dame tus uñas, dame
su filo de navaja y media luna
en la secreta oscuridad del cielo.

Dame tus manos largas
que saben anudar tanta delicia.
Tu axila de sal dame,
tus nalgas siempre vivas.
Como el agua cantando, atardeciendo,
como el aire de nieve y aleluya
me sumiré en tu mar, hablará el fuego.

Dame el mar que te habita costa a costa
y la niña fragancia de tus islas,
la campana que tiembla en el crepúsculo,
el sonido despierto, el que anochece.
Dame luz y palabras y silencio.
Dame tiempo y lugar, dame la nada,
dame amor, dame olvido, dame muerte.

FERNANDO GONZÁLEZ-URÍZAR          ( Chile, 1922 )

 

 


De repente

De repente
se me hace extrañísimo tu nombre,
tu nombre escrito en un pupitre,
esas sílabas muertas
clavadas a la madera
entre rayas, palomas, una mosca,
una estrella, un rostro, un martillo y una hoz.
Tu nombre,
tu nombre hoy tan extraño,
alejado de ti, aquí,  perdido.
Sólo tengo tu nombre en una mesa
en medio del silencio,
solamente esos maragatos sin sentido
y todo este espacio lleno de tu ausencia.
Sólo tengo mi alma destrozada
encima de esta mesa.
Toco la fría madera: estás ausente.
No quedan
huellas de ti en estas letras suicidas,
nada de la mano que las hizo bajo su corteza
nada de ti me queda en esta mañana sin tiempo.
Por qué,
por qué ahora me es tu nombre tan extraño,
por qué semeja sólo un espantajo tuerto,
una máscara vacía colgada de la nada,
una llanura sin dios.
Por qué
ya no te reconozco en tu nombre.
Llegarás de repente y yo ya no tendré
palabras para llamrte.
Tú también sentirás que algo se está rompiendo.

PILAR PALLARÉS            (España, 1857)

 

 

Desnudo

tus ojos, lentamente,
entregan bruma o pájaros
de encendido silencio.

El mar vibra en la sombra.

tu cuerpo lentamente
se entreduerme y respira
en el centro del bosque.

La sombra se hace blanca.

en el sueño perdida,
desde los sueños surge
tu más secreta forma.

MARIO HERNÁNDEZ           ( España, 1945 )

 

 


Desnuda en la tienda

                                                      No era coqueta
                                                                Era fuerte.
                                                            June Jordan


Necesito ropa, dijiste. Una blusa
alegre, de color subido. Y fuimos
a la tienda. La chica que nos llevó
a los vestidores se llamaba Tula.
Te queda rico, dijo, te queda de novela.
Nos metimos las dos en esa caja,
entrábamos apenas.

Como no había asientos ni percheros
te ofrecí mis brazos.

Te sacaste el vestido, la campera,
te sacaste la blusa, las hombreras,
te sacaste el turbante, la remera,
te sacaste el corpiño, la bolsita de mijo,
te miraste al espejo y me miraste
y yo vi tu pecho crudo, las costillas
al aire, y después tu corazón
como una piedra, fuerte y fatal
como una piedra.

MARÍA TERESA ANDRUETTO         (Argentina)

 

 


Échale a él la culpa

                            ¡Brindo por la mujer! ¡Quién pudiera caer en sus
                                                                  brazos sin caer en sus manos!
                                                                                              Ambrose Bierce

                                                   A José María Alvarez y Carmen Marí

Hoy te has ido de fiesta con amigas,
y sin que tú lo sepas me regalas
un tiempo de estar solo que ya empieza
a ser raro en mi vida, un tiempo útil
para intentar pensar en ti como si fueras
lo que siempre debiste seguir siendo
cuando pensaba en ti: aquella persona,
en todo semejante a cualquier otra,
que una noche lejana tuvo el gesto
generoso y extraño de entregarme su amor.
Pero el amor nos cambia, nos convierte en espías
ridículos del otro, en implacables jueces
que condenan sin pruebas y comparten
sus estúpidas penas con el reo.
El amor nos confunde y trata ahora
de que vea en tu fiesta una traición.

Por huir de esa trampa me amenazo
con los nombres que cuadran al que en ella se enreda:
egoísta, ridículo, inseguro, celoso...
y como un ejercicio de humildad pienso en ti
divirtiéndote sola: te imagino bailando
y mirando a otros hombres;
al calor del alcohol
confiesas a una amiga algunas cosas
que te irritan de mí sin que yo lo sospeche,
y por unos instantes saboreas
una vida distinta que esta noche te tienta
porque eres humana, aunque no me haga gracia.

Ahora caigo en la cuenta de que dudas
como yo dudo a veces, y que también te aburres,
y que incluso algún día habrás soñado
follar como una loca con el tipo que anuncia
la colonia de moda.
Para calmarme un poco
tras la última idea, yo me digo
que el amor es un juego donde cuentan
mucho más los faroles que las cartas,
y procuro ponerme razonable,
pensar que es más hermoso que me quieras
porque existen las fiestas, y las dudas,
y los cuerpos de anuncio de colonia.

Lo que quiero que sepas es que entiendo
mejor de lo que piensas ciertas cosas,
que soy tu semejante, que he pensado besarte
cuando llegues a casa; y que es el amor
-ese tipo grotesco y marrullero-
el que va a hacerte daño con palabras
absurdas de reproche cuando vuelvas,
porque ya estás tardando, mala puta.

VICENTE GALLEGO         (España, 1963)

 

 

El acorde

Estás conmigo, amor, en esta cama
que ya no estás: la asimetría,
como un diamante multiplica
la realidad: tu espacio trama
ese vacío -mas entre las sábanas
despojadas, la mente identifica
signos, la cicatriz antigua
de gestos, el olor de una gran playa
de agosto. Aquí vibra conmigo
la arena, el sol que no desciende
a las lágrimas: ¿cuerpo al que la muerte
aísla tras un muro sin sentido?
estás conmigo, amor, no busco nada
-el acorde de dos es una página.

LÁZARO SANTANA,      ( España, 1940 )

 



El regalo

Quisiera regalarte un pedazo de mi falda,
hoy florecida como la primavera.

Un relámpago de color que detuviera tus ojos en mi talle
-brazo de mar de olas inasibles-

la ebriedad de mis pies frutales
con sus pasos sin tiempo.

La raíz de mi tobillo con su
eterno verdor,

el testimonio de una mirada que te dejara en el espejo
como arquetipo de lo eterno.

La voluble belleza de mi rostro, tan cerca de morir a cada instante
a fuerza de vivir apresurada.

La sombra de mi errante cuerpo
detenida en la propia esquina de tu casa.

Un abejeante sueño de mis pupilas
cuando resbalan hasta tu frente.

La hermosura de mi cara
en una doncellez de celajes.

La ribera de mi aniñada voz con tu sombra de increíble tamaño,
y el ileso lenguaje que no maltrata la palabra.

Mi alborozo de niña que vive el desabrigo
para que tú la cubras con la armadura de tu pecho.

O con la mano aérea del que va de viaje
porque su sangre submarina jamás se detiene.

La fiebre de mis noches con duendes y fantasmas
y la virginal lluvia del río más oculto.

Que a nivel del aire, de la tierra y el fuego,
el vientre como abanico despliega.

La espalda donde bordas tus manos
hinchadas de oleaje, de nubes y de dicha.

La pasión con que te desgarras
en el lecho del mismo torrente inabarcable

como si el mismo corazón se te hiciera líquido
y escapara de tu boca como un mar sediento.

El manojo de mis pies
despiertos andando sobre el césped.

Como si trémulos esperaran la inexpresada cita
donde sólo por el silencio quedaron las cadenas rotas.

Y en tus dedos apresado el apremio de la vida
que en libertad dejó tu sangre,

aunque con su cascada, con su racha,
los árboles del deshielo, algo de ti mismo destrozaran.

La cabellera que brota del aire
en líquidas miniaturas irrompibles

para que tus manos indemnes hagan nido
como en el sexo mismo de una rosa estremecida.

La entraña donde te sumerges como buscando estrellas
o el sabor a polvo que hará fértiles nuestros huesos.

La boca que te muerde
como si paladeara ríos de aromas;

o hincándote los dientes
matizara la vida con la muerte.

El tálamo en que mides mi cintura
en suave supervivencia intransitiva,

en viaje por la espuma difundido
o por la sangre encendida humanizado

el mundo en que vivo
estremecida de gestaciones inagotables.

El minuto que me unge de auroras
o de iridiscencias indescriptibles.

Como si el ritmo de tu efluvio soberano
salvaras el instante de miel inadvertida;

o dejaras en el mágico horizonte de luces apagadas
el tiempo desmedido y remedido.

en que apresados quedaran los sentidos
y al fin ya sin idioma, desnudos totalmente.

Como si ensayando el vuelo se quemaran las alas
o por tener cicatrices se extenuaran los brazos.

La piel que me viste, me contiene y resuma,
la que ata y desata mis ramajes.

La que te abre la blanca residencia de mi cuerpo
y te entrega su más íntimo secreto.

Mi vena, llaga viva, casi quemadura,
huella del fuego que me devora.

El nombre con que te llamo
para que seas el bienvenido.

El rostro que nace con la aurora
y se custodia de ángeles en la noche.

El pecho con que suspiro, el latido,
el tic-tac entrañable que ilumina tu llegada.

La sábana que te envuelve en tus horas de vigilia
y te deja cautivo en él duerme, sueño del amor.

Árbol de mi esqueleto
hasta con sus mínimas bisagras.

El recinto sombrío
de mis fémures extendidos.

La morada de mi cráneo, desgarrado lamento,
pequeña molécula de carne jamás humillada.

El orgullo sostenido de mis huesos
al que hasta con las uñas me aferro.

Mi canto perenne y obstinado
que en morada de lucha y esperanza defiendo.

La intemporal casa
que mi polvo amoroso te va ofreciendo.

El nivel del quebranto
o la herida que conmigo pudo haber terminado.

El llanto que me ha lavado
y que este pequeño cuerpo ha trascendido.

Mi sombra tendida
a merced de tu recuerdo.

CLEMENTINA SUÁREZ        (Honduras, 1906-1992)

 


 


Elegía por «La Luisa»

¿QUIÉN devoró tus manos para el polvo?
¿De qué balcón colgaste
Las sábanas blanquísimas
Estampadas en tu cuerpo de verónica?
Lloran las ventanas,
Las paredes lloran.
Los hijos que no has parido nunca
Invocan tus senos de verdades
Rendidas en la tierra
Ante jacas infértiles,
Eternamente locas.
Ya no hay mañana para ti. Se fueron
Las últimas estrellas de tus noches de agosto.
¿Cómo te has muerto ahora
En estas alcobas tan de barro,
Tan de misterio, sin sangrar los besos?
Ya no vendrán los pinos
A llorar con sus larvas plañideras,
Ni tu boca dirá las palabras de siempre.
Te has ido
Y parece que aún no habías llegado
A anunciar por las calles
Tu muerte vespertina.
Ya no te morirás. Tu cuerpo aguarda
La llegada de todos los veranos,
Del otoño, del hielo. Tu semilla
La tienes ya sembrada:
Recogerás abrojos,
                                 cardos,
                                              olvido.

JOSÉ LUIS PUERTO           (España, 1953)

 

 

Ella

Viene despacio
entra
tropieza con mi tos
con mi costumbre de dejar la nuca
en cualquier parte
viene despacio
ordena mis silencios
desata las palabras necesarias
recibe la correspondencia de mis ojos
viene despacio
a tender sus manteles de ternura
viene despacio
apenas hecha humo para no despertarme
se abre paso entre vasos arrojados al día
retratos de mujeres
noches de bronca y noches de ginebra
viene despacio
con su enchape celeste subiéndose a mis mástiles
viene despacio
entra
se arrodilla al borde de mi alma
y junta los fragmentos de mi risa
después... se vuela azul como la tarde.

JORGE BOCCANERA        (Argentina 1952)
 

 

 

Ella cantaba estrenos

Querida señorita
que aquella tarde del pecado mortal
lóbregamente abrístete al temor y temblor
los dedos cuya uña vibrar
quebrar iban luego a rasgarte
descubriste el hombro rosa la pared
luminosa de la espalda las caderas
redonda miel
que aleteabas huías fenecías
de amor líquido olores y amoníaco
arcos violentos te llenabas
de sustancias espesas fortalecías
y los músculos de asombro dibujaban
sombras y grutas nuevas
¿por qué ahora te disfrazas
pintas las grietas cubres las amadas?
¿por qué ahora miras el reloj
buscas una calle?

FÉLIX DE AZCÚA        ( España, 1944 )

 

 

Eres fría

Eres fría. A tus labios no se asoma
ni la risa, ni el grito, ni la queja.
Estatua fueres en la Atenas vieja,
mujer no fueres en la vieja Roma.

Como estatua de sal, si a veces toma
gesto vibrante el arco de tu ceja,
es porque en tu pupila se refleja
el rojo incendio de infernal Sodoma.

Tú desdeñaste a jóvenes de brío.
Y en matrimonio trágico y sombrío
a un anciano te uniste sin conciencia;

y la justicia del amor burlado,
como que eres de sal te ha condenado
a que te lama el buey de la Impotencia.

JOSÉ SANTOS CHOCANO         (Perú, 1875 - 1934)


 

 

Espalda

Te vas.
algo me dejas
cuando me das
la espalda.
Llueven
colmenas desiertas
y abejas
sin alas.

DANIELA MAZZEO       (Argentina )

 

 


Esta vieja herida que me duele tanto...

Esta vieja herida que me duele tanto,
me fatiga el alma de un largo ensoñar;
florece en el vicio, solloza en mi canto,
grita en las ciudades, aúlla en el mar.

Siempre va conmigo, poniendo un quebranto
de noble desdicha sobre mi vagar.
Cuanto mas antigua tiene mas encanto...
¡Dios quiera que nunca deje de sangrar!...

Y como presiento que puede algún día
secarse esta fuente de melancolía
y que mi pasado recuerde sin llanto,

por no ser lo mismo que toda la gente,
yo voy defendiendo románticamente
¡esta vieja herida... que me duele tanto!...

PEDRO SIENNA      (CHILE, 1893 - 1972)

 



 

Estoy en ti

Estoy en ti
buscando vegetales en tu origen.
De tu vientre los musgos si levanto
el árbol humedeces
y transformas,
si canción o río desbordado
te yergues del ritmo
a las orillas.
Estoy en ti
-desnudo-
como niño que juega
a las auroras.
Reverbera la casa con tu nombre
compañera que fuerzas
a erigirme.
Materna niña
nuestra
vuestra,
heme aquí contigo
rescatando la hierba a los umbrales.

OSCAR WONG           (México, 1948)

 

 

Flor de ayer

          Roto el jarrón.
La flor durmió
todo un invierno.
Sé cómo termina un amor,
cómo se ha ido.

ALFONSO CALDERÓN       (  Chile, 1930 )

 

 


Gravitación del retrato

                              ¿Acaso no he tocado tus palmas y tus yemas,
                                  no he fluido a través de ti, y en torno de tus
                                                                                                          talones?
                                         ¿Cómo entré? ¿No era yo acaso tú y Tú?
                                                                                                   Ezra Pound

Entre el agua y la sombra, a orillas
de una sedosa mirada nocturna
y en la mitad ardiente del abrazo
la lámpara nos une como una caricia,
como una flor espejeante a un hombro perfecto.

(No sé si he respirado los rayos de su luz
y si al mirarte una impalpable lágrima aproximo,
una abrigada pluma, una burbuja irisada,
un titubeante círculo de amor y de sueños).

Ajena al paso de mi voz, al incesante
fuego que va contra el olvido, retirada
a música inmóvil había de escucharte,

Detenido en silencio todo cuanto tocas,
rostro, vaso de fugaz derredor, madura espalda.

JAVIER SOLOGUREN             ( Perú, 1921 )

 

 

Gritan allá lejos, escuchad

Para poder siquiera los dos acercarnos
necesitaríamos
siglos de instantes como este instante.
Para que pudieran morir las aguas más sucias,
para que pudieran brotar las aguas más claras.

Aquella sed, los gritos, el pájaro amarillo
que cantaba ayer tarde y te ponía triste.
Aquel candor feroz de tus ojos de esponja
en el momento cumbre, al desplegar  los párpados.

El viento, el mar, las más bellas palabras
que pronuncia un hombre a la hora de morir.
El verte y el no verte. El deslizar los dedos
por las venas muertas de tus manos vivas.

Todo es vana poesía. Todo se ha convertido
en inútil deseo de un deseo de amor.

Para poder siquiera los dos acercarnos
necesitaríamos
siglos de ternura como esta ternura.

AGUSTÍN DELGADO           ( España, 1941 )

 

 


Guerra sucia

                                             Amaños, arterias, trucos del corazón
                que aplacan la conciencia cuando les damos vuelta.
                                                                        Francisco Díaz de Castro


Sospecho que jamás volveré a verte.
Sospecho que será mi amor tan corto
como el viaje en un tren de cercanías,
que no apartarás, durante el trayecto,
la mirada del libro que sostienes
con firmeza entre las manos, ajena
a la lluvia, al paisaje, a mi presencia.

Mientras, el silencio pasa rozándote,
rozándonos los labios
hablándome de ti,
de la noche que se acerca insegura,
humilde y vacía como la próxima
estación, como el próximo fracaso.

Indiferente y sola, te marchaste.
En el aire viciado del vagón
quedó flotando el poso
de la nostalgia. Perseguí a través
del cristal el fantasma de un recuerdo,
si hermoso o terrible, lo desconozco.
Pero no renunciaré -porque me pertenece-
a la lectura de ese joven cuerpo
ala deriva, a inventar un pasado,
a defender la bondad de los sueños.

Tal vez, años después, ya casi viejo,
me arrepienta de las horas perdidas
observando cómo el deseo mancha
las paredes insomnes de la casa,
cómo cubren de escombros y hojas muertas
el jardín. Tal vez piense que, en el fondo,
todo tiene un precio, que fabriqué
una historia, una vida fantástica,
irreal que -como advertía Rilke-
debo olvidar para hacerla únicamente
mía y que desdibujo sin pudor
como argumento para emborronar
unas cuartillas y engañar así
al inocente lector que me cree
sincero y siente, quizá, en su propia
carne la herida informe, no cerrada
del amor traicionado.

Depende de mí, de si continúo
o no este juego que vivas o mueras.
Con un golpe de suerte, con los dados
trucados puedo desenmascararte.

"De Corriente subterránea"

CARLOS ALCORTA       (España 1959)

 


 

 

Hiperestesia

Tiemblas, y tus cabellos locos se desparraman
como garfios de sombra en tu carne jugosa.
Mis manos, hogueras de cinco llamas, lamen
el mármol de tu cuerpo hasta ponerlo al rosa.

Extendida a mis pies como una blanca alfombra
tiemblas; con tus temblores versos de angustia plasmo.
Tu labio es un sendero de sangre hacia el espasmo:
eres un surtidor de fiebre entre la sombra.

Mi boca como un sello en tu boca se graba
y en las morbideces de tu seno caldeado
tiempo. mi pupila, ampolleta de vértigos, se clava.

Hincado en ti, como una garra de escalofrío,
me extinguiré, mis nervios como un humo rosado
irán en espirales de besos al vacío.

MIGUEL ÁNGEL LEÓN          (Ecuador, 1900-1942)

 

 


Historia de tu ausencia

Si ahora digo amor tal vez no diga
que la ausencia me mira del fondo de tus ojos,
que aquí estuvimos juntos, que fue hermoso
y que el sol conocía tu perfil de memoria.
Tal vez sea imposible que alguien sepa lo claro,
la luz que fue llevarte de la mano pequeña
como a un tallo mecido por un viento de música
hacia los territorios donde aguarda el silencio.

Y ya que estás distante,
qué pensarán los árboles
qué dirán las canciones,
cómo verá la noche mi soledad de río;
dónde pondrán su ronda los niños de la tarde,
adónde irán los pájaros sin tu risa y mi silbo
y la calle tan sola con sus puertas inútiles
y las sombras sin besos
y los perros perdidos;
ahora que la ausencia me interrumpe la boca,
ahora que me esperas tan allá de los niños.

Se nos ha muerto el año.
Yo le veo el invierno
hecho de un sólo frío,
de un solo tajo solo
a la mitad de agosto,
de una dura distancia...
larga, definitiva.
Porque de pronto sobran los barcos,
los andenes
y de pronto este rumbo ya no tiene sentido
como si nadie fuera hacia ninguna parte
o alguien hubiera muerto a mitad de camino.

Alguien.
Mi voz. Tu pelo. Las cosas que no dije.
La flor de tu vestido.
Se nos ha muerto el año donde dejé tu nombre
para que recobrara su condición de estío.

Ya no sé,
nunca entiendo estas precarias sílabas,
cosas que no recuerdo de pronto me dominan:
¿te dije que tenías la piel como de humo?
¿que de estarme en tus ojos me conozco el origen?
¿te he enseñado el misterio de los árboles solos?
¿sabes ya que tus manos son dos siestas dormidas?

No sé,
nunca recuerdo tanta distancia,
tanta canción que no he cantado cuando anduvimos juntos.
Me dolería mucho no haberte dicho todo
lo que llevo en la boca casi como otra risa.

ARMANDO TEJADA        ( Argentina, 1929-1992 )

 

 


Hoy me estoy abandonando de ti amor...

Hoy me estoy abandonando de ti amor
estoy fuera en las higueras cargadas y las aguas de las nubes
pero no fui yo quien eligió partir
una nave extraña que me robó tu mano
me succionó la decisión

¡cómo parten mi amor las ramas en el río bajaban
escaleras de preguntas
como tu boca y mi boca se abrasan
atontando esta distancia que buscamos
aún no aún no podemos -arder
como frágil leña en los incendios
de las selvas las casas del mar como somos
dos caballos cuatro peces y un larguísimo aliso
tejiendo dibujos por el viento movido
esas hojas
el jugo de estas venas
es sangre de animal asesinado!

¡cómo parten mi amor los pájaros hacia el más allá!
tal vez golondrinas en los tejados posen hoy
la palabra que no digo pero cómo clavaron
los veleros arrastrados huyendo de la tormenta
cómo clavaron nuestros movimientos
secos -de un golpe- contra las paredes!

¿deserción móvil? mi amor porque te amo

XELA ARIAS               (España, 1962)

 

 


Jardín del cementerio

Una hoja resbala desde el árbol
y es tu mirada la que, vuelta mano,
detiene su caída unos instantes;
luego toca la tierra humedecida
por la blanca llovizna del verano
y se confunde
con un montón de hojas arrugadas.
Huele a calas, jazmines, crisantemos.

Das media vuelta y piensas
en cuándo serás tú, si caerá nieve.
Escribe un nombre propio el tiempo
en cada lápida
y sin embargo, hermosas,
cuelgan pequeñas flores del almendro.

ANDRÉS NEUMAN           (Argentina, 1977)

 

 


La rosa

Esta rosa en el cielo, inmóvil, pura;
y este aire, que la cerca, y la convida:
y ella, en su propio sueño suspendida,
serena, en su voluble arquitectura.

Es casi de cristal, en la segura
presencia de su línea estremecida:
tan perfecta, en el tono, y la medida,
exactos, de su tedio y su hermosura.

El aire pasa, y ella, sola, queda,
embriagada en su tácito perfume,
oculta entre su tálamo de seda.
Y en la alta noche su virtud resume
trémula gota que, en la sombra rueda,
y en estéril silencio se consume!

JOSÉ UMAÑA B.       (Colombia, 1899-1982)

 

 

Las doncellas

Una doncella tendida es un continente virgen
o un inviolado bosque rodeado de misterio.

Hay en la cabellera pájaros encendidos
como a la orilla de los ríos sagrados,
la cabellera de árbol-de-la-noche-triste.

Un enjambre de besos tiembla sobre su rostro
igual que las abejas sobre el rostro del nardo.

Las manos, donde aprende caminos la fragancia,
acuerdan los antiguos incensarios de barro.

Los hombros tienen la suavidad de los helechos
y el brillo de los astros anónimos y puros.

Resbala en las cadenas de opulentos contornos
el peligro de seda de las panteras negras.
El mármol desvaría columnas en los muslos
y el ónix se enloquece de límpidas arcadas.

en los pequeños lagos detrás de las rodillas
las libélulas soplan las flautas de los lirios.

Y en los tobillos de oro la música reviven
el espectro remoto de danzas primitivas.

Inmóvil y desnuda es sagrada como los bosques.

OTTO RAÚL GONZÁLEZ       (Guatemala, 1921)

 

 

Las medias blancas

Tengo unas medias blancas de encaje que me pongo
cuando me visto el traje negro de los recuerdos.
Son unas medias finas, hambrientas de fantasmas
que hacen juego con los pájaros interiores, oscuros.

Las piernas, penetradas por estas bocas blancas,
levemente se abren con signos vegetales.

Los hilos amanecen mi piel,
brotan, perdiéndose, entre los elevados pensamientos más íntimos.

En derredor: imágenes de ocupación pelviana,
soberbias latitudes desde el puente atestiguan
la entraña y las enaguas levantadas al vuelo.

¡Qué holgada está la tela de la falda de flores,
la rodilla suavísima con olor a naranjas!

Por los muslos se agrandan los dibujos henchidos,
son copos invisibles calcinando altas cumbres.
Me infunden sobresaltos, me clavan dulces flechas,
tan finas son las mallas que saltan los engarces
y hasta el ocre desierto los poros me rezuman
feroces desatinos, presagios entreabiertos.

Siento flores y manos crecer entre las piernas
y más arriba el musgo
tapando el azulón vellón de la albufera.

No podría ponerme estas medias sabiendo
la gracia que se esconde, generosa, en tu boca.
Espumosas persisten, sin causa me rodean,
temibles de tu roce, sin fatiga,
explorando.

ISLA CORREYERO              ( España, 1957 )
 

 

 


Laetitia in umbra

Odalisca de harén que me enamora,
la hora de su cita es la que aguardo
para aspirar la esencia embriagadora
de su carne, olorosa como nardo.

De sus ojos la llama abrasadora
me enardece, punzante como un dardo,
ya su cuerpo de diosa triunfadora
le rinde parias mi laúd de bardo.

De la noche en la sombra misteriosa,
en el muelle diván color de rosa
le brindo mis caricias, mis excesos;

y turbando el silencio de la alcoba
en nuestras bocas, que el placer arroba,
estallan, resonantes, nuestros besos.

ADRIANO M. AGUIAR       (Paraguay, 1864-1912)
 

 

 

Ligero como el canto que no acaba...

Ligero como el canto que no acaba
Se ondula tu recuerdo en el verbero.
Regresa y es el mismo.
Despierto y no es un sueño,
A tu vuelta inocente encadenado.
La voz no sabe lo que canta.
Tallas mi vida y no lo advierto.
Hablo,
Y siempre ignoro de quién hablo.

JOSÉ CARLOS CATAÑO (España, 1954)

 

 


Los pájaros divinos

Júpiter -que en el cielo del Paganismo asoma
con el supremo brillo de la más noble estrella-
de un cisne se depara la forma blanca y bella
por que Leda le embriague de su carnal aroma.

El Espíritu Santo -que la Iglesia de Roma
consagra en la trimurti donde su Dios destella-
por gozar el aroma de la núbil doncella
viste la forma bella de nítida paloma.

¡La paloma y el cisne! ¡Siempre el blancor alado,
siempre el albor con alas, en inefables curvas,
propicio a los misterios del divino pecado!

¡Oh cisnes y palomas! ¡Oh pájaros propicios
al Dios en celo! Adoro lo que ignoran las turbas
en vosotros: el alma de los sumos fornicios...

ALFREDO ARVELO LARRIVA       (Venezuela, 1883 - 1934)

 

 

Los pájaros no aman

Los pájaros no aman
pero cantan
canciones que sí amamos
son de amor.
En el bosque de las mimosas
el polen perfuma
tu cuerpo.
Amar es una herida
de luz.
Vivimos un instante
de góndola y peces
dormidos.
Despertamos en el dolor.
Tus ojos son
dos corazones, dos
ánforas de bálsamo.
En el céfiro de los heliotropos
tu corazón es una dádiva.
Las flores no aman
pero iluminan el amor
y lo decoran.

JOSÉ ANTONIO MASOLIVER        España, 1939

 

 

Los tiempos jubilosos

1
Aunque la piel se gaste
yo quiero despertar y hallarte cerca,
contigo amanecer día tras día.
Yo quiero detenerte,
quedarme en tu mirada para siempre.

2
Y cuando caminemos
y el aire nos divida
o se atraviese el miedo
serán tus ojos únicos
los que me den la mano.

3
Nos habla esta ciudad
con un idioma de alas y barcos,
esta ciudad de Seatle
en donde resucitan los recuerdos.
Esta ciudad azul
tiene un costado ardiente
y tiene mil esquinas
en donde se han amado nuestros pasos.

4
Hoy puedo agradecerte
por esta mariposa de placer,
por esta gota ardiente
que pones en mi piel alucinada,
por esta luz de fresas
que traes en la punta del silencio.
Te doy amor las gracias
por este nuevo vino que me ofreces.

VIOLETA LUNA                    ( Ecuador, 1943)
 

 

 

Lumbre secreta

Un silencio de rosas te perfumaba el pelo,
la sombra de la ausencia movía los rosales,
una sonrisa ardiente iba quemando el alma.

Las islas cambiaban sueños en la noche,
el amor regalaba sus nobres a las cosas.
Olvidar era un poco aprender a morir.

Ausencias y ciudades continuaban uniéndome en el sueño,
volvía la ola a relatarme tu infancia,
pero el tiempo había encanecido de pronto
y sólo era posible escuchar una lluvia invisible
en la última galería del corazón.

ALBERTO BAEZA FLORES          (Chile,  1914 - 1998 )

 

 

Luz usada

Quedó tendido el tiempo
                                                       y nuestra piel
en el último rayo que entró por la ventana.

Cuando regrese el sol, tras la tormenta,
su luz estará usada:
en el color que habita entre mis manos
descubrirá que has sido mariposa.

CARLOS BRIONES          (Alemania, 1969)

 

 

Mademoiselle Givenchy

                                                        (Escarlata O'hara)

Me has dado la alegría de tus altos tacones,
el bebedizo alcohólico de tus medias de zorra
y la provocación del color de tus ojos
que Valera robase en Pepita Jiménez.
Me has seducido, en fin, con tu carmín idólatra
y el tóxico feroz de tus cejas negrísimas.

Y me has dado también el licor de tus labios,
el spleen de Madrid en las tardes de otoño,
el aroma de kif de Valle en sus Sonatas
y una luz turbadora en el show de los palcos.
El gesto y desafío devoto y altanero-
que Marilyn brindase al cuento de Capote.

En la noche más honda tu presencia ilumina
la amarga y devastada ausencia de la aurora,
y la frivolidad de tu risa miope
se hace rosa profana de salvación perpetua.
Aterrizaste ociosa con tus alas de maga
para contaminarme en mi desasosiego.

Bajo la luna llena, desnuda y melncólica
atraviesas espejos de deseo y de vértigo
con la aniquiladora belleza de la fiebre
invitando a un viaje de magia y de arrebato.
Si arcángel de ebriedad serás imán y pétalo,
si reina de las nieves, aviador y diamante.

ÁNGEL RODRÍGUEZ         (Londres, 1961)                                                   


 

Madrigal

¿Cómo cantar al sol si es la mañana
que llama
                                      y es tan dulce
besarte cuando sabes que amanece
y que tu cuerpo es luz y yo
                                                   la toco
mientras el día duerme
                                         aún?

JESÚS GARCÍA CALERO         (España, 1965)

 

 

Más allá del amor

Si en el amor la noche nos abrasa,
no es del amor el límite tan sólo
la profunda tiniebla. Dulce pluma
también le brinda el pálpito inefable
del misterio remoto, en voz, caricia.
Pluma o trémula llama que nos funde
con la pasión ardiente -¡oh puro fuego!-
de tantas altas noches inmoladas
noches del alma claras, trascendidas.
Nunca el amor, hoguera de la noche,
que en las divinas luces se contempla,
mas soledad nocturna de los hombres.
Nunca el amor, si el hombre sabe amarlo,
luz de nieves más tristes y fugaces.
Cuando en las noches negras desvalidas.

Pedro Pérez Clotet              (España, 1902 - 1966)

 

 

Me cuentan que has llorado...

Me cuentan que has llorado oyendo versos míos,
Porque tal vez encierran un poco de emoción…
¿Y te has creído acaso que yo al decirlos río?...
¡No, cuantas veces me llora el corazón!...

Si una sonrisa triste me has visto por ventura,
No es porque mi vida tenga con qué alegrar…
¡Como si disfrazara sonriendo mi amargura,
Me río casi siempre, tratando de olvidar!...

¿Cobarde?...Dios lo sabe si esto es cobardía,
O si, por mala suerte, el rumbo equivoqué…,
¿Qué quieres tú que yo haga con esta pena mía,
Si ya hace tanto tiempo que vivo así, sin fe?

Me cuentan que has llorado, que se clavó en tu pecho
La espina de mi angustia y mi pesar también…
Bendita para siempre por todo lo que has hecho;
Tus lágrimas sentidas me hicieron mucho bien.

¡Sí tú supieras cómo estoy agradecido!...
¡Acaso pronto un día te lo dirá mi amor,
Cuando tus dulces besos como elixir de olvido
Vayan cicatrizando mi vida de dolor!...

Me cuentan que has llorado oyendo versos míos,
Porque tal vez encierran un poco de emoción…
¿Y te has creído acaso que yo al decirlos río?...
¡No, cuantas veces me llora el corazón!...

Enrique P. Manori

 

 

Memorias de mi piel

Mi piel tiene memorias de tus manos
recorriendo el desnudo de mi entrega
tiene tu aroma
tu costado tu aliento
tu sabor
tu triunfo
mis derrotas
Mi piel tiene sonidos de ternuras
vibrando
cada encuentro en la penumbra
tiene tus restos y tus rastros
la luz opaca del deseo
y el rostro del amor
amaneciendo

ANA MARÍA MAYOL          ( Argentina, 1953 )

 

 


Metamorfosis

Con la misma línea estrangulada
en el talle enfatizando las caderas y los pechos
viene mojada la maniquí.

De dónde esta muchacha que era pobre
ha sacado ese aire de comercio
dónde ha dejado el martirio de Kavafis
la revolución de sus sandalias con suela de pescado,
el negro sentido de su furiosa réplica de Goya
aquella especie de cráneo hermafrodita
ni de varón ni de hembra
sólo un cráneo sediento
interminablemente herido por las moscas
perfecto para dar indiferencia
lento para negar.

Qué diferente fue
sometida
esclavizada a otro.
Y que domesticada ahora por los flases
los dólares
las telas dóciles a la luz y al hilo.

Que cambiazo esta negra con penas
que lloró y ahora
inmaculadamente seria y rica
anda
mojándose de lluvia
libertad.

ISLA CORREYERO          (España,  1957)


 

 

Mientras tú duermes

Envejecía el mundo sin que yo la advirtiera
todas las calles eran la misma calle
mil veces recorrida hacia ningún lugar,
todos los libros hablaban de lo mismo
y en la obscena pantalla del insomnio
memoria y deseo fornicaban sin ganas,
un solo día gris era mi vida,
un eterno domingo sin nadie,
amarillentas páginas de una vacua novela
con un final previsto que no será feliz.

Todo en el mundo era viejo y cansado
llegaste tú, cuando el azar te puso,
pedir permiso, a caminar conmigo.
¿Por cuánto tiempo? Un día, un mes, un año,
una eternidad o un relámpago. El plazo sería breve
aunque infinito fuera.

Después de andar, reír, beber en compañía,
esta noche de agosto duermes a mi lado
mientras yo sueño sin poder dormir.
Hay envidia en mis ojos, no deseo
(o más envidia que deseo). Quede
el jardín negligente de tus labios
para quien tema menos el peso de la dicha.
No es tu joven sexo lo que quiero.
Sólo quiero, por un instante solo,
mirar la noche con tus ojos niños.
El mundo vuelve a estar recién creado
si me dejas mirarlo con tus ojos.

JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN         (España, 1950)

 

 

Mujer

pequeña y casi oculta en la penumbra
de un gesto
oscuro y pulido como el bronce
Iba a pasos cortos hacia el fin del día
hacia las piedras
de la derrota
dúctil y recogiendo en su seno el oro de las horas
va a pasos rectos hacia el fin del día
si alguien la espera en el lindero de su noche
que le salga al encuentro y que resuelva
esa penumbra elástica
donde destellan apenas las horas
y se enlazan venas restallantes
henchidas de una sangre abrupta y honda
que es el primer momento de la luz

AMERICO FERRARI          (Perú, 1929)

 

Mujer en dos tiempos

Ha pasado la flor del aire,
las calmas espesas del sur. Ha tenido las piernas
sacudidas de olores, caladas
por un éter fugaz y anunciador. Aspira
el aire como  asiéndolo cuando imágenes rojas
de poniente le vienen del horizonte al vaso. Porque la figura
                   del deseo como
un verso dura más que el tiempo que condensa
y después, en estos prostíbulos tristes,
renace a veces, rígida y fugaz como un verso,
sin futuro, sin esperanza como un verso, rígida.

CARLOS PIERA              (España,    1942)



Mujer en la esquina

Ya no tienes siquiera un borbotón de llanto
para llenar tus ojos...

Mujer rota en la esquina, esqueje silencioso
de un arbusto que fue tronco lozano,
¿qué celeste criatura se te apagó de golpe
para que tú te alzaras en medio de tu ruina
como un sórdido canto?

El hombre te transita, socava tu amargura
y abreva entre tus aguas su sed interminable;
pero nunca detiene sus ojos en los tuyos,
ni piensa que tú fuiste una dulce muchacha
de trenzados cabellos...
o una niña que amaba su muñeca,
a un hermano, a un árbol, a una rosa...

Mujer rota en la esquina, pregón que nos delata
otros mundos siniestros
donde el alma es tan sólo una palabra triste;
y la sangre un charco sin transcurso;
donde los ojos son torpes caminos
para llegar al lodo;
donde los labios son gritos en pugna
y las bocas cavernas infranqueables
con un manar de voz como impacientes
marejadas de fuego, turbio, impuro...

Mujer rota en la esquina, desgajada
de los días hermosos, de los campos floridos,
cuando te encuentras sola con tu antigua criatura,
cuando sientes tus ojos arrasados de lluvia
y no puedes llorarla,
¿qué rencor se te enciende como hermosa bandera
para azotar el signo de tu vida?
¿Qué palabra pronuncias? ¿Con qué voz nos golpeas
a todos los que fuimos, tal vez, fariseos?
¿Y que desden te cubre la mirada?
¿Y qué odio voraz te quema el pecho?
¿Y qué mano levantas vengativa?
¿Y qué risa nos tiras a la cara
como lluvia pequeña?

ANGELINA GATELL         ( España, 1926 )

 

 

No pido sino tu sola presencia...

No pido sino tu sola presencia
tu dorada voz
y la tierna caricia de tu mano.

No pido sino tu amor
la sangre y tu deseo
                                           para mi tiempo.

A cambio
                                           yo para ti
como la planta para el rocío
la rama para el pájaro
la nube para el viento.

MARGARITA CARRERA      ( Guatemala, 1929 )

 

 

 

Nocturno

La noche nos inventa. Sus amantes,
somos sus preferidos
amantes. Oye cómo
crece su inmenso pulso derramado.
Aprisiona su informe aroma.

                                                  ¿Duermes?

Soñamos juntos al labio del abismo.

La noche nos inventa. Yo te tengo,
ámbar toda. Tú cortas de mi sangre
las amapolas más lejanas. Bajo
la apasionada luna de tus sienes
advierto que. la noche entra en nosotros,
se enardece lo mismo que yo.

                                                     ¿Sueñas?

Despiertos, sobre el mundo navegamos.
La noche nos inventa. Va naciendo
de este extremado limbo compartido
una rosa que embriaga como el jugo
difuso de la muerte. ¡Acude! ¡Sálvame!
Salva este eterno instante, de las sombras
detén este latido final.

                                       ¿Vives?

Muertos de amor, un lirio nos conduce.

JUAN REJANO          ( España, 1903 - 1976 )

 

 

Nocturno a Rosario

¡Pues bien! yo necesito
decirte que te adoro
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto
al grito que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión.

II
Yo quiero que tu sepas
que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido
de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas
las esperanzas mías,
que están mis noches negras,
tan negras y sombrías,
que ya no se ni dónde
se alzaba el porvenir.

III
De noche, cuando pongo
mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero
mi espíritu volver,
camino mucho, mucho,
y al fin de la jornada
las formas de mi madre
se pierden en la nada
y tú de nuevo vuelves
en mi alma a aparecer.

IV
Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás,
y te amo y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes,
adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.

V
A veces pienso en darte
mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos
y hundirte en mi pasión
mas si es en vano todo
y el alma no te olvida,
¿Que quieres tu que yo haga,
pedazo de mi vida?
¿Que quieres tu que yo haga
con este corazón?

VI
Y luego que ya estaba
concluído tu santuario,
tu lámpara encendida,
tu velo en el altar;
el sol de la mañana
detrás del campanario,
chispeando las antorchas,
humeando el incensario,
y abierta alla a lo lejos
la puerta del hogar...

VII
¡Que hermoso hubiera sido
vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre
y amandonos los dos;
tú siempre enamorada,
yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma,
los dos un solo pecho,
y en medio de nosotros
mi madre como un Dios!

VIII
¡Figúrate que hermosas
las horas de esa vida!
Que dulce y bello el viaje
por una tierra asi!
Y yo soñaba en eso,
mi santa prometida;
y al delirar en ello
con alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno
por tí, no mas por ti.

IX
!Bien sabe Dios que ese era
mi mas hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza,
mi dicha y mi placer;
bien sabe Dios que en nada
cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho
bajo el hogar risueño
que me envolvió en sus besos
cuando me vió nacer!

X
Esa era mi esperanza...
mas ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo
que existe entre los dos,
¡Adios por la vez última,
amor de mis amores;
la luz de mis tinieblas,
la esencia de mis flores;
mi lira de poeta,
mi juventud, adiós!

MANUEL ACUÑA       (México, 1849 - 1873)          

 

 


Nosotros

Sólo un instante
que apagó el crepúsculo.
Nosotros nada más
y el acto único de prender la llama,
la eterna llama.

Ya está cerrado el mundo
y han dejado de existir
las cosas que nos miran.
Nosotros nada más.
              El pájaro callado
y la rama vacía.

Y la noche cubriéndonos
sin saber hasta dónde.
Nos dejamos caer
en un profundo pozo de silencios.

Nosotros nada más.

Y el aire que apaga su latir
para este instante
de cuerpos que se hablan,
de manos que se buscan,
                de bocas sorprendidas.

Ha estallado un amor que duele,
canta,
               oprime.
Es una muerte dulce,
una pasión que corta el aire
de las rosas amargas.

Y este vaho caliente
que va esculpiendo
palmas divinas
en mi mármol.

KYDIA MATEOS         ( Uruguay )

 

 


Oculto

Quédate en un ángulo
callado de mi pecho
puéblame los labios
a escondidas
desátame las cintas
sin que vea
llena mi tiempo
sin que sienta
Hazte fantasma
en el castillo de mi cuerpo
habítame
láteme
suspira
muerde
toma
después
oculta cada letra de mi nombre
y pierde para siempre
mi memoria.

LIZ DURAND GOYTÍA       ( México )

 

 

Olvido

Perdí ya el goce del dolor que dieras,
perdí tu tempestad, gané el olvido.
Aquel vuelo afiebrado halló su nido
y no me importa ya que no me quieras.
Viví con el terror de que te fueras,
ahora ya no sé si al fin te has ido.
Si nunca te gané, que te he perdido
sé con seguridad. Ya no hay esperas.
La cuerda tensa sin pensar se corta
y la abeja volando se fatiga.

LUIS OYARZÚN            (Chile, 1920 - 1972)

 

 

Pardo Adonis

De la uva exhausta de mis cinco sentidos exprimo
en tu honor, pardo Adonis, esta gota de vino...
¡Vino de tedio tinto!
¡Hincha a solas el río seco de mi instinto!
¡Hincha y suelta mi río hacia el bosque perdido
de lo desconocido!
El día, pardo Adonis, donde mi tedio estanco,
es todo blanco...
¡Tedio de la blancura, del color sin color...!
¡Por tu cuerpo y la noche, de mis ojos lo arranco!
¡Mis ojos quieren sombra!
¡Mis ojos quieren triste resplandor!
Mi pena quiere alfombra
y cortinaje negro...
Mi pena quiere frente a sí el allegro
de máscara de tu reír sin fondo...
¡Tu risa, flor de hiel!

CLARA LAIR     (Puerto Rico, 1895-1974)

 

 

Penthouse

Encerrado en mi cuarto,
creándome una vida de ficción
que ha de guardar un libro,
convertiré mi vida en un objeto.

De la vida prefiero los objetos.
Me rodeo de cosas:
de artilugios mecánicos, de papeles, de cables,
de unas cintas de vídeo.

De una mujer no busco
lo que guardan sus ojos
o esconde en su insondable corazón
-toda vida interior acaba siendo
tan poca cosa y triste y desvalida-.
De una mujer prefiero
crearme la ilusión
de que está fuera de la vida
-del tiempo y los infiernos-,
sentirla luminosa, incorruptible,
como un objeto puro de deseo.

JUAN PEÑA                    (España, 1961)

 

 


Perdóname el dolor, a veces...

                                                           Enero, 1980

Perdóname el dolor, a veces,*
perdóname la tristeza casi siempre
y la soledad
(es así como llamo a tu ausencia).
Perdóname el silencio
y las palabras
ahora.
Perdóname la alegría si te tengo
un poco,
los encuentros, los versos,
mi pobre vida.
Perdóname la esperanza
todavía
(la tomo sin dármela
y la asumo como único alimento).
Perdóname que hable
                         que calle
                         que respire
pero nunca que te ame.
Condena mi amor, castígame por él,
quiero el infierno por pabia y aposento,
que los días me torturen y conozca la fatiga,
que tus reproches me vistan de martirio,
tu furia de sangre.
Maldita y desterrada, te seguiré queriendo
y seré, más que nunca, imperdonable.

*«Perdóname el dolor, a veces». (Pedro Salinas)

PILAR PALLARÉS     De Sétima soidade, 1984      (España, 1957)

 


Pincel de sueños

Cuando sientas al cobre de una ausencia
desgajar el encanto de tu vida
y tu cuerpo se manche con la herida
de quien fue separado de la esencia;

busca el hierro de tu alma resentida,
pues quien sabe dar calma a su conciencia
encuentra con los dioses la paciencia
y logra al desconcierto dar salida.

No temas que la tarde no te ofrezca
el manso alivio de otra piel amiga;
que el candor de una mente bella y fresca

es para las estrellas una liga,
de aroma suave y lento que refresca
y al beso de las llamas se hace viga.

HILDA BAUTISTA        (México, 1956 )

 

 


Pobre amor

¡Pobre amor! No lo despiertes,
que se ha quedado dormido.
Hay en sus labios inertes
la tristeza del olvido.
¡Pobre amor! No lo despiertes,
Dios sabe cuánto ha sufrido.
¡Pobre amor! No lo despiertes,
que se ha quedado dormido.

ALBERTO URETA        ( Perú, 1887 - 1966 )

 

Poema

Me miras;
     te envuelves en ti misma,
     en la luna, en el árbol hirviente de pájaros
     arde, se quiebra.

Lloras;
     agua en polvo, cristales azul y verde
     transparentes, tibios, neutros:
     se quiebran lentos, sin ruido
     en arena blanca la recojo fría.

Juegas:
     mohosas nubes y toca ardiente
     en su sombra verde de palmera triste
     inventas desiertos y descubres cielo,
     cubierta en el polvo del insomnio.

Duermes:
     dogmáticos tigres y abismos de soles;
     vida que fluye entre los huesos,
     rebozo de viento que te mece
     en el instante:
     sueñas, te llamo,
     madrugada invisible.

Re
     sílaba en silencio
     palabra en la nota
     se yergue arcoiris
     gris de nota sola.

Molino
     de nieve en la lluvia
     de viento en la tierra
     lluvia entre mares de luces de soles
     lluvia entre bosques encalados de luna
     lluvia de chispas que queman la lluvia
     viento de lluvia ,que viste de luto la yerba
     viento de tierra
     que regresa al río.

Al
     viento la hoja
     ala de mirlo
     del álamo triste.

Más
     que polvo
                     la ola
más que la ola
                        la espuma
más que espuma
                           el granizo
mármol de tiempo.

Ese
      tiempo de roca
      presente de piedra
      ese se escapa
      en eses plurales
      ligera la nube.

Vacío
     soplo de esencias
     remolino de eses de frío
     como luna entre soles
     que queman la arruga del tiempo
                  polvoso hilo
     que escapa como el alma del vivo
     para envolverse todo en sí mismo
     en olor de sueño y lágrimas

     y solo recobrarse
                                   el mirlo
                                                 la nota
     el mármol                          el árbol
                                            yo
                             conmigo
               contigo

JOAQUÍN  XIRAU  ICAZA      (México, 1950 - 1976)

 

 

Primavera en Eaton Hastings

Porque te siento lejos y tu ausencia
habita mis desiertas soledades,
qué profunda esta tarde derramada
sobre los verdes campos inmortales.

Ya el Invierno dejó su piel antigua
en las ramas recientes de los árboles
y avanza a saltos cortos por el prado
la Primavera de delgado talle.

Por el silencio de pendiente lenta
rueda la brisa en tácito oleaje
y apunta la violeta su murmullo
al pie del roble y de la encina grave.

En las aguas inmóviles del lago
anclan nubes y luces vesperales
y tiende el bosque sus flexibles redes
al vuelo prodigioso de tu imagen.

El sol azul con cuidadosas manos
rayos y brumas teje en noble arte
hasta dejar de tu color, amada,
la piel inmaculada de la tarde.

Te miro recostada sobre el césped,
agua verde y verdor claro tu carne,
tu rumoroso pelo embravecido
y el bosque de tu risa palpitante.

Alrededor de tus tobillos breves
ciñe la luz minúsculos collares
y abrazan a tus brazos poderosos
los tallos y las ramas verdeantes.

Pulsan, las finas cuerdas del silencio
tus voces y los pájaros locuaces;
el cielo en plenitud abre sus venas
de calurosa y colorada sangre.

Y alza mi corazón su pesadumbre
como un nido de sombras un gigante!

Pedro Garfias              (España, 1894 - 1967)

 

 


Recostada en mi oreja...

Recostada mi oreja
entre tus pechos
se adivinan minúsculos bisontes
–sin materia y sin peso–
corriendo libremente en tus praderas.

Oír el despertar de un bosque:
las puntas de los vellos erizados
por un viento sin ruido;
y allá, contento, el monstruo imponderable
que pasta en tu pellejo.

Oír detrás del corazón las olas quietas:
el gorjeo del silencio agazapado
en rincones sin aire;
leer en esa nada nuevos ritmos,
y nunca preguntar "¿qué piensas?"

LUIGI AMARA            (México, 1971)

 

 

Reto a Venus Cavaleri

¡Púgil del sensualismo, te desafío a lid amorosa!
¡El genio griego ha inflamado mi alma por la gloria lechos!
¡Anhelo más que el triunfo de los juegos olímpicos del Arte,
             más que el oro y los trofeos y las gemas de Bizapur,
             contemplar, después de la lucha hirviente, los ojos de
             una amante, llorosos y agradecidos!
¡La moribunda lasitud de un cuerpo ablandado por el placer,
             me sonríe mejor que la ambrosía; me embriaga más
             dulcemente que el Falerno apurado en las ánforas etruscas!
¡En la noche de Venus yo canto a los deleites soberanos un
             himno de fatigas!
¡Velan sobre el misterio de la Diosa mis párpados insomnes!
¡Sobre el seno de una amante sé detener la Noche y atraer la
            mirada de los astros!
¡Yo vivo en las súplicas de la agonía de los besos la eternidad
           de la tumba!
¡Yo recojo en el seno batiente de las locas derrotadas el laurel
           de los triunfos venusinos!
¡Yo seguiré la ruta de tus convexidades: ¡Intrincaré tu cuello,
           tus brazos, tus senos, tu cintura, tus muslos, tus pies de
           lotus, con hilos de perlas de besos!
¡Yo tachonaré tu cutis de nácar con las manchas moradas que
          enseña el libro del amor indostánico!
¡Serán tus incensarios las alcobas hervorosas de sándalo
          consagradas al arrobamiento de K ama!
¡Se desvanecerán sobre tu ara la mirra y el incienso, el sándalo
          y el almizcle, el cinamomo y el ámbar, todas las notas de
          la música del Perfume!
¡Yo haré fulgurar bajo tus párpados volteados el centelleo de
          los goces trémulos que entonan sus cánticos de gloria en
          los Paraísos del profeta!
¡Yo ceñiré a tu cuello la sierpe del placer afanoso! ¡Yo abismaré
          tu razón con filtros salomónicos!
¡Yo poseo de Ovidio y de Propercio el secreto de rendirse!

ROBERTO DE LAS CARRERAS              (Uruguay,   1873-1963)

 

 


Romance de Meri lejana

Te fabriqué un nombre, Merí, para llamarte
y saber que nadie en el mundo te llamaba Merí como yo.
Merí, en la noche madura y en el filo de las madrugadas,
en la rapidez del grito y en la punta.
Más allá de mí y de mi muerte.
En la soledad y en mi desesperación:
rezo tu nombre que es mío, como todas tus lágrimas.
Rezo tu nombre y una noche azulada, como antes,
avanza hacia el recuerdo y te vivo junto a mí, también como antes.

Recordar es ir amontonando vida para que la muerte duela menos.
Ya están aquí otra vez, tus ojos y dentro de ellos
toda la tristeza del mundo, que con ser tan enorme,
es siempre menos, mucho menos, que tu tristeza.

Tus ojos y tu voz. Me hablas y en algún país lejano,
del otro lado de la noche, debe estar lloviendo mansamente.
Digo tu nombre, Merí, y vienes hacia mí como la muerte.
Ya estas en mi y conmigo, como antes.
Pueden pasar los siglos y los cielos del mundo pretender alejarte,
que yo diré tu nombre, Merí, y podré más que los cielos y los siglos.

Para tenerte junto a mí, de nuevo, me basta rezar tu nombre,
que es mío como todas tus lágrimas.
Tal vez ya no me quieras. Hemos hecho tantas leguas
irremediables hacia el olvido, que acaso, ahora no me quieras,
pero que importa si ya me has querido para siempre,
bajo el cielo infinito. ¡Que importa no tenerte,
si llevo junto a mí tu nombre, Merí,
la incansable tristeza de tus ojos
y el rumor de lluvia que tenían todas tus palabras!

Tal vez ya no me quieras. ¡Sabe Dios por qué cielos
y en que noche viajas, viajera del recuerdo,
pero has dejado junto a mí tus sueños y tus lágrimas!
No te has ido del todo, ni te irás mientras haya en el mundo
una noche, una sola, y siga lloviendo en algún país lejano.

Más que no tenerte y lo perdido, me duelen los sueños que quedaron sin vivir.
El hogar y el hijo. Como quien dice el puerto y el ancla…
Infinitamente más, me duele de los dos el hijo que ya no tendremos,
el beso del que hubiéramos hecho su vida y su nombre,
que fue el único beso que no llegamos a darnos.
Pienso en el hijo y tiemblo.
Tiemblo más por ti que por mí,
imaginando la espantosa desolación de tus manos
y la muerta canción de cuna que no pudiste cantarle…

Viajera querida: ¿por donde andarás ahora?
Tus palabras: ¿en que país del mundo estará lloviendo ahora?
Tus ojos: ¿quién es ahora el hombre que tiene la gloria
de estar junto a tu tristeza?

Amabas la noche, las calles soledosas, los árboles viejos…
Te entristecían las mujeres que mueren jóvenes y en primavera,
y los hijos ajenos te dolían en mitad del pecho, como cuchillos.
Recuerdo que entonces te acariciaba los ojos
y mis manos volvían húmedas del llanto de tu viaje.

Merí… digo tu nombre, mío, y mi soledad
se puebla íntegra de tu recuerdo.
Acaso no me quieras ya,
hemos hecho hacia el olvido leguas irremediables.
Sin embargo, tal vez  sí…  me quieras todavía.
Más allá del olvido sigue el amor perenne!

Pienso en tus ojos. Por eso mis palabras son tan tristes.
Viajera de Dios: ¿Qué caminos hay que andar
para encontrar tu camino?
¿Dónde queda tu cielo que está tan lejos de este cielo mío?
Te pienso lejana y te lloro junto con la noche.

Todo cuanto esperé llegó contigo.
Dios te había puesto a mi lado para todo lo grande:
El amor, el trabajo, la muerte, la desesperación.
Te he perdído y ahora sé,
que se puede asesinar la dicha y estar vivo.
Pero no te he perdido del todo.
Sé que en la cruz de una esquina, no importa el tiempo,
volveremos a encontrarnos.
Tus ojos y tus palabras vendrán a mi encuentro, viajera querida.

Aún puede llover sobre mis noches
y la infinita tristeza del mundo puede estar junto a mí, de nuevo, como antes.
Soy un hombre que amó mucho y espera.
Esperar es ir hacia la muerte de a poco. Aún allí te espero.
Cuando se amó, como yo, no hay camino que duela.
Escucho tu voz. En algún país lejano, del otro lado de la noche,
debe estar lloviendo mansamente.

Viajera querida:
porque cuanto esperé llegó contigo,
te rezo estas palabras, viejas como el mar:
No morirás en mí ni conmigo.
Tengo una noche, tuya, una tristeza grande,
tus ojos y un recuerdo con sabor a lluvia, tus palabras.
Aparte de ello, un nombre, Merí, que es mío como todas tus lágrimas.
Tengo pues, todo lo necesario,
para iniciar mi viaje hacia la muerte.

ROBERTO VALENTI       (Argentina)


 

Rosa nueva

y otra vez unos labios
rosa me invaden;
calor de ojos que piensan,
pétalos sufridos de aguardar
años y años y años...
Pongo mi boca. Sufro.
Plumas adoro,
noche encendida, deseo.
Ya quebrada la brisa,
más sed agotará mis luces
de pasión por la rosa nueva.

MANUEL DÍEZ CRESPO         (España, 1910)

 

 

Se fue el amor

Se fue el amor, se fue de madrugada,
descalzo y en silencio, sin maletas.
Dejó una foto vieja y arrugada,
con restos de carmín sobre sus grietas.

Se fue el amor, se fue sin previo aviso.
Marchó sin un adiós, sin un lamento.
Tal vez se fuera así porque me quiso.
Tal vez su voz calló de abatimiento.

Se fue el amor, marchó por la vereda
que aleja su perfume de mi almohada.
Marchó el amor, y ya ni amor me queda.
Se fue el amor, se fue de madrugada…

Diego Jerez      (España, 1977)

 

 

Si pudieras nacer de mis dos senos...

Si pudieras nacer de mis dos senos
en vez de dormitar en quieto vientre,
yo te iría llevando, amado, entre
dos montes de salud y lumbre llenos.

Te encontrarías en vírgenes montañas,
donde sombras en luces se confunden
y saltan turbulentas y se hunden
en la sima veloz de mis entrañas.

Tú estarías, alma y cuerpo muy serenos,
reposando sobre híbridas alfombras
-pura esencia de luces y de sombras-
contemplando el misterio de mis senos,

que, halcones de la luz, defenderían
con el fuego inconsciente de sus poros
y el fruto de sus selvas tan extrañas;

y al nacer dulcemente se abrirían
gimiendo silenciosos en sus lloros,
como aves que perdieran sus entrañas.

ANA ANTILLON       ( Costa Rica, 1934 )


 

 

Soledad

En este olor de soledad concreta
que llena los jardines por la tarde,
y en esta luz de la glorieta antigua
cubicada en perfumes de arrayanes:
cuando las aguas del estanque copian
del cielo, apenas, rumbos y celajes,
y una quietud de flores y de pájaros
hace surgir la noche por los aires...
una tristeza pura, más que humana,
va serenando el ritmo de la sangre.
Y nos avisa un eco de la muerte.
Y se oyen las palabras de los ángeles.

Joaquín Romero Murube      (España, 1904 - 1969)

 

 

Sombra distante

Dejé de amarte, con designio inscrito
En el ávido ardor de tu impaciencia
Y el inmolado amor, frágil, marchito
Mostró amargo, su incrédula evidencia.

De mi deseo tu calor proscrito
Dejó al amor sin mística clemencia,
Que calmara tus ansias de infinito
En el umbral de tu fatal ausencia.

Fugó mi encanto al contemplar tus ojos
mostrando del amor vanos despojos
del éxtasis de fuego del pasado.

Y vaciló mi brazo siempre alerta
cubrir tu imagen inasible, incierta
Ausente como espectro abandonado.

ARMANDO SORIANO B.         (Bolivia, 1923)

 

 


Tango para "Irma la dulce"

Aquí estuvo
sacudida por el manoseo las habladurías
y los despertadores
Aquí estuvo demasiado triste en el final
las palmas bajo la nuca y el pelo desparramado
agreste como barba de coco
mirándolo todo con simpleza y admiración
"como se ve que tú eres escritor"
me dice
a mediavoz en la tiniebla de un cuarto con ginebra estéreo
y flores de plástico de todos los colores
Allí figuraban y no podían faltar
claro está
Sosa Beny Moré Gardel
los clásicos del tango y el bolero
y los otros
los Mozart y los Beethoven de siempre
en fin todo eso que uno no ha aprendido a sentir
pero que sí parece
lo único verdaderamente pulcro
adecuado
para evadir la brutalidad de los sucesos
Yo estaba lejano triste tratando de animar
falazmente
la cansada sangre en las venas
y ella ancha casi tapando la cama
funcionando soberbiamente
con lo que se podría llamar su belleza
o sea "su verdad"
una cosa hecha de calor poder y fuerza
un desbordamiento
como una yegua blanca con sus patas traseras
bien abiertas
que se vuelven plateadas y empiezan a brillar
en un cabrilleo de luces
inestable
una rendija de luz en la persiana
que sube por sus piernas e impone a su cuerpo una lividez
de avena
y todo todo perdiendo la certeza y la eternidad
como si la luz estuviera de veras inventando
una forma nueva
Ya la noche se había acabado
ella puso su mano en mi cara y dijo "soy una mujer
cansada"
tan grata su mirada que me sentí ablandado
sin luchas
quise adelantarme empujar la persiana
admitir la franqueza del día
la circuntristeza
romper el espejismo el sortilegio engañoso
"por qué hablas así gatita esas son las cosas que dicen
las intelectuales neuróticas"
"lo sé pero créeme que hablo completamente en serio
y luego como la cosa más natural del mundo
"sé que el error está en mí misma"
llama "error" a su vida
y me contó de su marido músico
maffioso
chupando la trompeta como si fuera marihuana
hasta la madrugada
"no no es un programa estar sola todas las noches no
creas"
y continuó hablando y vistiéndose un sostén modelo
televisión y un ligero negro
y diciendo que "qué barbaridad" y que "qué tontería"
como respuesta a una pregunta conocida
a una inquisición cifrada
"sí creo que así es lo mejor"
agrega
"no hay complicaciones ni números de teléfonos ni cartas
de amor ni nada"
"Me gusta la vida libre el cambio"
le digo
"le tengo un horror sagrado a las posesiones
y ahora ya sabes mi nombre y donde vivo para que se
empiecen a amarrar los nudos
para que todo se empiece a terminar"
Y le invento una historia mediocre
profundamente provinciana
o de la literatura considerada como la coartada perfecta
ella no lloró ni se rió
miró melancólicamente
frente a sí como si hubiera un vacío
evidentemente no conocía ni a Yago ni a Otelo ni a
"Chéspier"
y ni siquiera a Maupassant
y esta ignorancia la conducía hacia la niñez
dulcemente
"El mundo es así" concluyo
como si ya me estuviese yendo lejos
de un modo gentil y frío
y terminó con un instantáneo "la gente"...
es la vaga indecisa palabra en la que le he decretado
de pronto
su fin
Afuera en la tiemblaluz
las casas cerradas envueltas en un vapor esmerilado
un postigo
que se abre como un párpado y que luego se cierra
Intento tocar de nuevo
su ombligo oloroso sus teticas apretadas forradas
bajo un dique
de botones y flecos
tratando de inventar el gesto la actitud la palabra
que diluya en un aire amable casual
la tristeza largalargalarga
de pozo ciego
el encantamiento muerto
Pero hay que irse no podemos esperar demasiado
se cubrió con los vidrios oscuros alta lejana
ya yéndose
con su olor ruda -y- sal bajo las axilas del suéter
con su carne viva templada bajo la piel
con el amor...
"Llámame cuando quieras", me dijo a modo de despedida
Sobre los árboles con hojas de pelusa plateada
comenzaba un cielo azul-bandera...

MARIO RIVERO           (Colombia, 1935)

 

 

Tiempo de adagio

En este lento adagio de esperarte
encaneciendo voy, hora tras hora.
¡Oh suave melodía arrolladora
la de este largo sueño de aguardarte!

Fuera una cobardía el arrancarte,
dulce espina de fuego abrasadora,
que me incitas con llama cegadora
a vivir para sólo recordarte.

En la distancia el tiempo ya no es nada
y si renuevo cada día el canto,
es porque vuelves tú cada alborada.

Y así, muriendo vivo en mi quebranto
esta angustia de amor crucificada,
crucificada de esperar ya tanto.

HERMELO ARABENA WILLIAMS          ( Chile, 1905 - 2000 )

 



Tu boca viene a mí, solo tu boca...

Tu boca viene a mí, solo tu boca.
Viene volando,
libélula de sangre, llamarada
que enciende ésta mi noche de ceniza.
Toda la sal del mar habita en ella,
todo el rumor del mar,
toda la espuma.
Boca para los besos dibujada,
donde duerme tu lengua tentadora.
Todo el vino del mundo está en tu boca,
todo el pecado
y la inocencia toda.
Boca que calla y cuando dice, oculta.
Capaz de toda la verdad tu boca,
de toda la verdad y la mentira.
Ríe tu boca y se despierta el día.
(Relámpagos de nieve hay en tu risa).
Como un tropel de potros me atropellan
los besos de tu boca deliciosa;
tu boca, mariposa equivocada,
tu boca ajena que se desdibuja
en mi noche de círculo y ceniza.

PIEDAD BONNETT           ( Colombia, 1951 )

 

 


Tú mirabas el río...

Tú mirabas el río,
la flor recién abierta,
el pequeño morir de los boyeros...
Yo miraba tus ojos.
¡Y ya eran mías todas estas cosas!
Y me iba preguntando:
¿Cómo es posible
que en esta cabecita de alfiler de tu pupila
quepa todo el baldío que es el mundo?
¿Cómo es posible?... Y me iba preguntando...
Pero volví los ojos hacia fuera,
rompiendo las amarras de los tuyos,
y al ver las vacas con enormes ubres
que rumian lentamente su tristeza,
y el olivar umbrío, y la alta torre
cimbreada por vientos rondadores,
comprendí que sin verlo
prendido, desdoblado en tus pupilas,
era mundo, era un terrible ático vacío,
un polvoriento surco que nos va consumiendo.
Y desde aquí me supe,
abrazado a tus ojos para siempre,
que el quererte era más que una moneda
lanzada al “cara o cruz” del desearte.

JULIO MARISCAL       ( España, 1922-1977)



Último color de la ternura

                                   Como el mar, guardo tan bien en
                             mí un poco de tu nombre, amor mío.

Recordar
serán en adelante
tus ojos,
tu voz en el mundo,
y el océano sin fin
y bondadoso
de tus manos, cuyas olas
no levantan más sus aguas
a la altura de mi rostro,
áspero y callado
Como peñasco de la tierra.

Recordar
será en adelante
caminar contigo por las calles
y oír como llega uno de triste
Con la tarde en los gestos.

Recordar
será en adelante
guardarte en un siempre,
amplio y azul,
Como los mares más dulces
de las más viejas y sabias lejanías.
Venir una mañana, y no encontrar a nadie.
Irse una tarde, y no dejar ningún retorno.
Y no tener un día, digamos un verano,
como éste de agosto que te sufro,
para regresar, cuando los viajes
sean ya para uno nada más que leyenda.

Recordar
será en adelante
acostumbrarse de nuevo
al oficio de estar solo, y a seguir
envejeciendo un día más
todos los días,
                         sin descanso.

Será mirarte arder
a lo lejos, negra mía,
como si fueras la estrella
que nos quema con sus picos,
amargamente en dulce
este golpeado corazón
                                   compañero.

Recordar
será siempre el último
color de ternura,
amor mío,
que me deje tu ausencia.

OTTO RENÉ CASTILLO      ( Guatemala, 1936 - 1967 )

 

 


Villanela

Es todo lo que sé. (Que es casi nada.)
Ella tenía una estrella entre los senos.
O así lo veía él, porque la amaba.

No se exigieron boletos en la entrada
pues cada uno andaba en su terreno.
Es todo lo que sé. (Que es casi nada.)

En una cama angosta ambos quemaban
su historia y el temor; o cuando menos
así lo creía él, porque la amaba.

Los dos sabían muy bien la pendejada
que es insistir en un amor del bueno;
es todo lo que sé. (Que es casi nada.)

Marzo moría otra vez; y ya se daban
café con leche mezclado con veneno.
O así lo sentía él, porque la amaba.

Supongamos que un día ella se enfada
y se borra la estrella de los senos.
¿Qué más saben los dos? ¿No queda nada?
Así se dolía él, porque la amaba.

LUIS MIGUEL AGUILAR         ( México, 1956 )

 

 

Y  vuelvo a verme ciñéndome de nuevo a su cuerpo

Y vuelvo a verme ciñéndome de nuevo a su cuerpo
vuelvo a verme respirando su piel su pelo que apenas toco
otra vez las lluvias otra vez la noche como un árbol
                                                                     centelleante
ha cubierto la casa
el ojo torrencial del cielo me juzga me condena
oigo los rápidos chorreones caer en el patio siento la
                                                        sumisión de las piedras
el ángel que se debate en las sombras afila su perfil de fuego
y lo vivo todo como si ya fuera memoria del exilio
pero pasarán los años
                                          el adolescente se baña
        en el río que ya no lo refleja
        expone la desnudez bajo la luz brava del mediodía que
                                                                       hiere sus ojos
        con la mano con que endiosa el sexo escribe sobre la
        arena el latido de ese espacio salvaje
pasarán los años
                                              pero sólo allí estará reposando
        la cabeza
                        cerca de ese cuerpo
respirando la última tersura de su piel la trama cenicienta de
        su pelo
en la claridad que ha sido escindiendo el tiempo

GUILLERMO SUCRE           (Venezuela, 1932)

 

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