Reseña biográfica

Poeta inglés nacido en Somersby, Lincolnshire en 1809.
Su padre, descendiente del Rey Eduardo III de Inglaterra, lo educó bajo estrictas formas clásicas. Estudió en Trinity College, Cambridge donde ganó la Medalla de oro Chancellor y se unió al grupo literario "Los apóstoles" iniciando desde entonces su larga carrera literaria. En 1830 escribió los primeros poemas líricos, seguidos diez años después por "The Lady of Shalott", "The Lotus-eaters" "Morte d'Arthur" and "Ulysses", obras elogiadas por la crítica. Entre sus grandes logros pueden señalarse
"In Memoriam"
1850, famosa elegía escrita durante diecisiete años en memoria de su mejor amigo, Arthur Hallam,  "La carga de la Brigada Ligera" 1855, "Enoch Arden" 1864 y "Los Idilios del Rey" 1859-1885. Fue nombrado "Lord", laureado como poeta nacional y consagrado como el más importante poeta de la era victoriana.  Falleció en 1892. ©



 

Poemas de Alfred Lord Tennyson:

 

Bien está y algo es: podemos detenernos...

Circunstancias

Cuando baña mi lecho luz de luna...

De «La princesa»

Doblando la escollera

In memoriam

La dama de Shalott

La hija del molinero

La mañana está en calma, sin rumores; en calma...

Nos dejas. Tenderás por el Rhin la mirada...

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Bien está y algo es: podemos detenernos...

Bien está y algo es: podemos detenernos
aquí, donde en la tierra inglesa lo sepultan,
y tal vez de su polvo se labre la violeta
de su tierra nativa.

Poco es, mas parece, en verdad, que benditos
son sus tranquilos huesos,
al descansar, en medio de nombres familiares,
y en el mismo lugar que habitó siendo joven.

Venid, pues, manos puras : sostened la cabeza
que duerme o que se puso la máscara del sueño:
y vengan cuantos gusten de llorar, y aquí el rito
de los muertos escuchen.

¡Ah! Pero, si pudiera,
sobre el fiel corazón me arrojaría, y junto
a sus labios, le diera, con mi aliento, la vida
que en mí casi se apaga;

mas no muere del todo y, sufriendo, persiste
y lentamente forma ese temple más duro,
y guarda la mirada que ya no encontraría,
las palabras que nunca ha de escuchar de nuevo.

Versión de Màrie Manent

 

 

Circunstancias

En vecinas aldeas, dos chiquillos, jugando
como locos, en medio de los brezos; en una
fiesta dos forasteros que se encuentran; bajito,
junto al muro de un huerto, dos amantes hablando;
dos vidas enlazadas con dorada ventura;
junto a la torre gris, dos tumbas, con el césped
que limpian mansas lluvias y donde margaritas
florecen; dos chiquillos en una misma aldea.
Así va, de hora en hora, la ronda de la vida.

Versión de Màrie Manent

 

 

Cuando baña mi lecho luz de luna...

Cuando baña mi lecho luz de luna,
bien sé que en el lugar de tu reposo,
junto al agua anchurosa de poniente,
derrámase una gloria en las murallas:

entre las sombras surge tu mármol reluciente,
al deslizarse, lenta, una llama de plata,
aclarando las letras de tu nombre,
la cifra de tus años.

El místico esplendor flota y se aleja:
en mi lecho se apagan las luces de la luna
y, cerrando los ojos fatigados,
duermo hasta que el crepúsculo se sumerge en sus grises;

y entonces sé que ya la bruma flota,
como velo traslúcido, de ribera a ribera,
y en el oscuro templo, al modo de un espíritu,
centellea tu lápida a la aurora.

Versión de Màrie Manent

 

 

De «La princesa»

Ven al valle, ¡oh doncella! , desde lejanas cumbres:
¿qué gozo hay en la altura -el pastor le cantaba-,
en la altura y el frío, esplendor de los montes?
Deja ya de moverte tan cerca de los cielos
y no resbale el sol en castigado pino,
ni se pose una estrella en la torre brillante;
y ven, pues el Amor es del valle, es del valle
el Amor: ya tus cumbres abandona y, llegándote,
lo hallarás junto a umbrales venturosos, él mismo,
o bien con la Abundancia, de la mano, en maizales,
o rojo de la púrpura que en los lagares surte,
o como una raposa en las viñas; no gusta
de andar sobre los cuernos de plata con la Muerte
y el Día, ni podrías apresarlo en el blanco
barranco, ni encontrarlo en bahías de hielo,
que, apretadas, se inclinan en surcados declives,
desviando al torrente de las puertas oscuras.
Ven conmigo. El torrente te deslice, bailando,
para hallarlo en el valle; deja que las salvajes
águilas, de delgada cabeza, chillen solas,
y deja que se inclinen los monstruosos riscos,
esparciendo mil trémulas guirnaldas de agua y humo,
que, cual roto designio, por el aire se pierden.
No quieras tú perderte. Ven conmigo. Los valles
te esperan. Los azules pilares de la lumbre
para ti se levantan; gritan niños y tañe
tu pastor la zampoña y todo son es dulce
y más dulce tu voz y dulces los rumores:
mil arroyos, corriendo hacia los verdes prados,
el gemir de palomas en los olmos añosos
y aquel leve murmullo de innúmeras abejas.

Versión de Màrie Manent

 

 

Doblando la escollera

El poniente, el lucero de la tarde
y para mí una clara llamada. Acaso la escollera
no haga gemir al agua, cuando emprenda
mar adentro mi ruta,

y haya sólo el reflujo que parece dormido,
demasiado turgente para rumor o espuma,
cuando lo que sorbía del fondo ilimitado
regresa ya a su centro.

Crepúsculo y campana vespertina
y luego, ya la noche.
y acaso no haya adioses doloridos
el día en que me embarque,

pues, si de nuestros hitos del Lugar y del Tiempo
la marea me aparta,
confío, cara a cara, mirar a mi Piloto,
doblada la escollera.

Versión de Màrie Manent


 


In memoriam

Cuando rosadas plumas al alerce coronan,
y gorjea primores el tordo en una cima,
o bajo el matorral estéril se desliza
y vuela, azul marino, el pájaro de marzo,

ven, toma aquella forma por la cual reconozco
a tu espíritu a tiempo, entre tus pares:
y brille la esperanza de los años futuros,
anchurosos en tu frente.

Cuando va madurando, de hora en hora, el verano
y en muchas rosas de dulzura alienta,
y sobre las mil ondas de los trigos
que en torno a la alquería solitaria murmuran:

ven entonces, no cuando velamos en la noche,
sino con luz de sol, que cálida se tiende :
vente con la hermosura de esa tu nueva forma,
y dentro de la luz, como una luz más clara.

Versión de Màrie Manent

 


 


La dama de Shalott

I
En las orillas del río, durmiendo,
grandes campos de cebada y centeno
visten colinas y encuentran al cielo;
a través del campo, marcha el sendero
hacia las mil torres de Camelot;
y arriba, y abajo, la gente viene,
mirando a donde los lirios florecen,
en la isla que río abajo aparece:
es la isla de Shalott.

Tiembla el álamo, palidece el sauce,
grises brisas estremecen los aires
y la ola, que por siempre llena el cauce,
por el río y desde la isla distante
fluye que fluye, hasta Camelot.
Cuatro muros grises: sus grises torres
dominan un espacio entre las flores,
y en el silencio de la isla se esconde
la dama de Shalott.

Tras un velo de sauces, por la orilla,
a las pesadas barcas las deslizan
unos lentos caballos; y furtiva,
una vela de seda traza huidiza,
surcos de espuma, hacia Camelot.
Pero ¿ quien la vio nunca saludando?
¿o en la ventana de su estudio estando?
¿o acaso es conocida en el condado
la dama de Shalott?

Sólo los segadores muy temprano,
cuando siegan ya maduros los granos,
escuchan ecos de un alegre canto
que desde el río llega, alto y claro
hasta las mil torres de Camelot:
Bajo la luna el segador trabaja,
apilando haces en las eras altas.
Escucha y murmura: “es ella, el hada,
la dama de Shalott”.
 
II
Ella teje una tela día y noche,
tela mágica de hermosos colores.
Ha oído murmurar un rumor, sobre
una maldición: ay como se asome
y mire lejos, hacia Camelot.
No sabe que maldición pueda ser,
ella teje y no deja de tejer,
y otra cosa no hay que pueda temer,
la dama de Shalott.
 
Moviéndose sobre un espejo claro
que cuelga frente a ella todo el año,
sombras del mundo aparecen. Cercano
ve ella el camino que serpenteando
conduce a las torres de Camelot;
Allí el remolino del río gira,
y descortés el aldeano grita,
y de las mozas las capas rojizas
se alejan de Shalott.
 
A veces un tropel de alegres damas,
un abate, al que portan con calma,
o es un pastor de cabeza rizada,
o de largo pelo y carmesí capa,
un paje se dirige a Camelot;
y a veces cruzan el azul espejo
caballeros de dos en dos viniendo:
no tiene un buen y leal caballero
la dama de Shalott.

Pero en su tela disfruta y recoge
del espejo las mágicas visiones,
y a menudo en las silenciosas noches
un funeral con plumas y  faroles
y música, iba hacia Camelot:
O venían, la luna en su camino,
amantes casados de ahora mismo;
“Estoy enferma de tanta sombra”, dijo
la dama de Shalott.

III
A tiro de arco del alero de ella,
él cabalgaba entre la mies de la era;
deslumbraba el sol entre hojas nuevas,
y ardía sobre las broncíneas grebas
del valiente y audaz Sir Lancelot.
Un cruzado al que arrodillado puso
con la dama por siempre en el escudo,
brillaba en el campo amarillo, junto
la lejana Shalott.

Brillaba libre enjoyada la brida:
una rama de estrellas imprevistas
colgadas de una Galaxia amarilla.
Sonaban alegres las campanillas
mientras cabalgaba hacia Camelot:
y en bandolera, plata entre blasones,
colgaba un potente clarín. Al trote,
su armadura tintineaba, sobre
la lejana Shalott.

Bajo el azul despejado del cielo
refulgía la silla de oro y cuero,
ardía el yelmo y la pluma del yelmo,
juntas como una sola llama al viento,
mientras cabalgaba hacia Camelot:
Así en la noche púrpura se viera,
bajo cúmulos sembrados de estrellas,
un cometa, cola de luz, que llega,
a la quieta Shalott.

Su frente alta y clara, al sol brillaba;
sobre los pulidos cascos trotaba;
por debajo de su yelmo flotaban
los bucles negros, mientras cabalgaba,
cabalgaba directo a Camelot.
Desde la orilla, y desde el río,
brilló en el espejo de cristal,
“tralarí lará” cantando en el río
iba Sir Lancelot.

Dejó la tela, y dejó el telar,
tres pasos en su cuarto ella fue a dar,
ella vio el lirio de agua reventar,
el yelmo y la pluma ella fue a mirar,
y posó su mirada en Camelot.
Voló la tela, y se quedó aparte;
se rompió el espejo de parte a parte;
“la maldición vino a mi”, gritó suave
la dama de Shalott.

IV
En la tormenta que de este soplaba,
los bosques de oro pálido menguaban,
y el río ancho en su orilla los lloraba.
Un cielo negro y bajo diluviaba
encima las torres de Camelot.
Ella bajó hasta el río, y encontróse
bajo un sauce, una barca aún a flote,
y escribió, justo en la proa del bote,
“La Dama de Shalott”.

Del río a través del pequeño espacio
como un audaz adivino extasiado
y en trance, viendo ante sí su trágico
destino, y con el semblante impávido,
ella miró lejos, a Camelot.
Y cuando el día por fin se acababa,
ella se tendió, y soltando amarras,
dejó que la corriente la arrastrara,
la dama de Shalott.

Tendida, vestida de un blanco nieve
desbordando por los lados del bote
las hojas cayendo sobre ella, leves,
a través del sonido de la noche,
ella flotaba hacia Camelot.
Y mientras la afilada proa hería
los campos y las esbeltas colinas,
se oyó un cantar, su última melodía,
la dama de Shalott.

Se oyó un cantar, un cantar triste y santo
cantado con fuerza y luego muy bajo,
hasta helarse su sangre muy despacio,
por completo sus ojos se cerraron
fijos en las torres de Camelot.
Porque hasta allí llegó con la marea,
de las primeras casas a la puerta,
y cantando su canción quedó muerta,
la dama de Shalott.

Debajo la torre y la balconada
entre las galerías y las tapias
hermosa y resplandeciente flotaba,
pálida de muerte, entre las casas,
entrando silenciosa en Camelot.
Al embarcadero juntos salieron:
dama y señor, burgués y caballero,
su nombre junto a la proa leyeron,
la dama de Shalott.

¿Qué tenemos aquí ? ¿ Y qué es todo esto ?
Y en el palacio de luces y juegos
el jolgorio real tornó silencio;
Se santiguaron todos con miedo,
los caballeros, allí en Camelot:
Pero Lancelot, meditando un poco,
fue y dijo, “Ella tiene el rostro hermoso,
por gracia de Dios misericordioso,
la dama de Shalott.”

Versión de Pedro Calafat
 



La hija del molinero

Esa es la chica del molino
y tan linda, tan linda se hizo,
que quisiera yo ser el pendiente
que en la oreja le tiembla:
pues, oculto en sus bucles noche y día,
rozaría su cuello tibio y blanco.

Ser el cinto quisiera
de su talle tan fino, tan fino:
su corazón daría contra mí sus latidos,
dolorido o alegre;
si late como debe yo sabría,
abrazando su talle, muy apretado siempre.
Ser un collar quisiera
y así mecerme todo el día
en su seno aromado,
a una con su risa y sus suspiros :
y tan leve, tan leve allí estuviera,
que por la noche apenas me desabrocharía.

Versión de Màrie Manent

 


 


La mañana está en calma, sin rumores; en calma...

La mañana está en calma, sin rumores; en calma,
como para ofrecerse a un dolor más tranquilo;
y tan sólo, chocando con las hojas marchitas,
el fruto del castaño se desliza hasta el suelo.

Calma y profunda paz en estas altas lomas
y en gotas de rocío que inundan las aliagas,
y en esas telarañas de plata, que entre el oro
y el verde centellean.

Calma y tranquila paz en la llanura vasta
que a lo lejos se tiende, con boscajes de otoño,
y en las granjas pobladas y en torres que se tornan
menudas y se mezclan con el mar murmurante.

Calma y profunda paz en el aire anchuroso,
en las hojas que torna rojizas la otoñada,
y si en mi corazón hubiere alguna calma,
será desesperanza tranquila, solamente.

Calma sobre los mares y plateado sueño
y correr de las ondas, que van a su reposo;
y calma de la muerte en aquel noble pecho,
que alienta, pero sólo con las aguas profundas.

Versión de Màrie Manent

 

 

Nos dejas. Tenderás por el Rhin la mirada...

Nos dejas. Tenderás por el Rin la mirada
y por las bellas lomas a cuya sombra un día
yo con él navegué; y pasarás, rozando
las tierras estivales, de trigos y viñedos,

hacia aquella ciudad donde exhalara el último
suspiro. No parece en su esplendor más viva
que la ligera llama
cuyo brillo contempla la Muerte en el Leteo.

Que su amplio Danubio discurra en su hermosura
y ciña aquellas islas, remoto a mis miradas:
no he visto a Viena y nunca la veré; pues prefiero
soñar que allí se oculta

una oscuridad triple, y que allí el Mal acecha
la boda, el nacimiento; que, a menudo, el amigo
del amigo se aparta y los padres se inclinan
allí sobre más tumbas, y aúllan mil angustias,

persiguiendo a los hombres, y hacen presa
en los fríos hogares, y la tristeza erige
su sombra contra el vivo esplendor de los reyes.
Y, empero, de sus labios
oí que no hay ciudad materna donde avance,
aquí y allá, con fasto
mayor, el doble curso de los carruajes, yendo
por parques y suburbios, bajo el color castaño

de follajes más vivos; ni habrá mayor contento,
me decía, en ninguna muchedumbre,
cuando todo lo alegran los faroles y suenan
regocijos y cantos en la tienda y la choza,

en estancia imperial o en la abierta llanura;
y va rodando en círculos la danza, y el cohete
estalla, hecho mil copos
de color carmesí o lluvia de esmeralda.

Versión de Màrie Manent


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