"¿Por qué si nada existe ya fuera del círculo de fuego
mi alma aún te busca como sonda en un mar ilimitado?"
"Woman in blue"
Maurice Denis
Reseña biográfica
Poeta, ensayista y guionista guatemalteco nacido en Valle de Asunción en 1918.
Gracias a la educación cultural recibida durante su niñez, se inclinó desde muy joven hacia el oficio literario, fundando,
junto a Augusto Monterroso, la Revista Acento, desde donde defendió la renovación política y literaria de su país.
Perteneció a la generación de poetas de los años 40, caracterizada por difundir los grandes autores europeos y suramericanos.
En 1954, su rebeldía frente al gobierno totalitario de su país, lo obligó a exiliarse en México donde vivió el resto de su vida,
produciendo allí la mayor parte de su obra.
Fue jefe del Departamento de producción de Radio UNAM, director de colecciones poéticas de la Universidad Nacional
Autónoma de México y docente del Centro universitario de estudios cinematográficos de la misma universidad. Además,
años más tarde, colaboró como consejero y agregado de prensa de la Embajada de Guatemala en México.
Parte de su extensa obra está contenida en las siguientes publicaciones: "Cuadernos. Friso de otoño" 1958;"Ejercicios" 1959;
"Los cuadernos de Marsias" 1973; "Manual de simios y otros poemas" 1977; "El mar es una llaga"1979; "Fragmentos reunidos"
en 1981; "Requiem del obsceno" 1982; "Usted es la culpable" 1983; "Llama de mí" 1984 y "Palabra en tierra" 1997.
Entre los galardones recibidos se destacan: Premio Xavier Villaurrutia 1983 y Orden Miguel Ángel Asturias 1997.
Falleció en la ciudad de México en 1998. ©
De "Ejercicios" 1959
Desordenado espejo
Disidente flor
El espejo
Ella es la yerba
Fábula
Serenidad
De "Los cuadernos de Marsias" 1973
A plena luz...
Ama la flor al sol que le recrea...
Amorosa trepaste hasta mi pecho...
Intentaré trazar las letras...
Pasó vistiendo la hermosura sola...
Permíteme mugir tu nombre...
De "Manual de simios y otros poemas" 1977
Arder sin cese
Cubierto de rocío
Dorada de toda desnudez
El viento, larga herida. Existo y sufro...
Llamó a la puerta un día, el mar. Sedujo...
Lo importante es llegar. Vivir (ahí) el instante...
Polvo enamorado
Yo, tu fantasma
De "Requiem del obsceno" 1982
Aquí...
Mágicos sábados. Humildes días...
Tan sólo bastaría que la noche...
De "Usted es la culpable" 1983
Usted, crucifixión de sombras
Usted, tiempo inextinguible
Usted, viacrucis mío
De "Llama de mí" 1984
La noche
Lejos del alba
La ablución
Llama de mí
De "Palabra en tierra" 1997
Futuro
Fraternidad
Midas
Muerte
Mujeres
Pesadilla
Quién ha muerto
Recién casada
Soliloquio
Tus manos en las mías
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Desordenado espejo
Sobre el cristal anuda la manzana
el ímpetu apagado de su goce;
acrece su medida si dilata
el color jubiloso mientras pone
su fina redondez en la balanza.
Debajo de su forma reconoce
la piel de la serpiente y el olvido,
donde enraiza la noche su gemido.
Reduce su mejilla al puro beso;
dentro la soledad se le desnuda
como un sorbo de carne amada al tiempo
de ser vuelo y memoria en la futura
sensación de una llama junto al fuego;
desordenado espejo a que se junta.
Y el fiel de la balanza desorbita
la celebrada forma de su vida.
* * * * *
Disidente flor
Junta labio con labio. Disidente
flor que alcanzando el aire desparrama
el firme corazón que la somete
al ondulante junco de las aguas:
es la intacta promesa de la nieve.
Defiende tu minuto que me abrasa,
la ribera y los huertos destinados
a ser refugio abierto de mi paso.
Desposa la esmeralda de tu cielo
si luto impones a mi roja senda,
huidiza soledad que sabe a tiempo
y en nubes solitarias se envenena;
confinando las raíces de su abeto
las ramas altas en tu torno vuelan.
Ordena el desposorio de la poma
y une después tu labio con mi boca.
* * * * *
El espejo
En la heredad del fruto la dulzura
es nombre con que ríe su corteza
y en luz callada el fuego se improvisa.
Una voz se levanta del regazo del mundo
hasta la tácita quietud,
como si habiendo muerto caminara
de pronto bajo el árbol de la sangre.
Visible caracol baja la espuma.
Abre la herida la doncella
del desvarío, ausente el rostro bello;
su seno triunfa
pero la sombra de la luz que miente,
calla. Vuelve su soledad la dura
infinitud de sombra y ramas
que un nítido asfodelo es la axila gloriosa.
Vano equilibrio el de sus hombros.
Descubro en ella el fruto
gozoso, su palabra y el impuro
deseo de morir bajo otro cielo;
a media voz de alcoba.
Frente al espejo.
* * * * *
Ella es la yerba
Amiga, ya no tienes quince años. Puerta sellada.
Ahí tus labios penetran esta raíz a flor de tierra.
Como una copa muerta a la mitad del día, sollozando,
yo te miro despertar en todos mis sueños:
apenas fantasma o manchada arpa de litigante suspiro.
Ruede tu espejo y si a pedazos se reduce sobre el lecho,
reconstrúyeme sobre la redondez de un mundo mágico,
pero nunca digas aquellas palabras de otros días,
ni repitas las caricias que tanto gozaron nuestras manos.
Libres vuelan los árboles sobre la memoria de la noche,
cónicos labradores en nuestros jardines amorosos.
Escondiste en mi corazón un tigre de piedra rutilante,
las monedas que tu estricta doncellez robara a la avaricia
y al celo y al júbilo de una inocente pornografía.
Dulce látigo embelesado en tus ingles como un dios
de aquietados potros o memoria rota por los pétalos,
pero nunca sumisión del nombre dado a las cosas y al amor.
Aquietada juventud del agua apenas fuente para el cisne.
Daga en tus manos a tanta herida resuelta en pura humanidad.
Entonces deparaba el sitio a tus cabellos como diciendo:
"Hoy la veré. Sus senos son redondos. Ella es la yerba".
Aprendíamos a nacer, entonces. Labrábamos la copa y el agua,
el restallar de la llama a la mitad de la tarde y la risa.
Hojas caídas de un zodíaco genital sin sucios temores,
como dos rodillas juntas, amiga con amigo. Belleza
que penetra el momento hasta la palabra: "Yo te amo".
Pobre dádiva a tanta muerte escrita en el espejo redondo,
en la sombra del fonógrafo puesto a girar hasta la vida.
Rota la cinta del corpiño elegías el mérito del suspiro,
así llameando toda el alma junto al árbol menos secreto:
tantos bosques y tantas manos, carrera impuesta al delirio.
Entonces eran los días del dulce morir para la vida,
de la lluvia sedante, casi cuerda locura y amor sediento.
Lucidez del leopardo y su piel llena de flores en movimiento.
Hojas aquietadas que entran en el cuarto y nos buscan
con todos los besos de sus filos hasta hacernos árboles.
Ya no tienes quince años. Puerta sellada. Mano cruel.
* * * * *
Fábula
Flor que sumerge en acuosos daños
visiones funerarias como espejos
-límite del cuerpo entre las sogas
arrebatadas al piélago de almendras
y si memoria del cáliz es la fluente
admiración de pájaros honderos
-dádiva serás del junco bajo un labio.
Trazo de la nube de inflamado estío
como la rueda sola en la mejilla
por la opaca lucidez se desvivía.
Tacto de la arena, sujeción al paso,
ardientes muérdagos y copa de veneno.
Sordo es el mirlo mas el trébol tañe
su rojo polen como un puño
y la llama torna forma lo que fuera noche.
Días del agua, manzanas atrevidas
por la sola voluntad de los corderos,
abiertas manos del limón y el lino;
rompen las sienes su silencio ansiado
pero enfadan su laúd y sus rodillas
mientras expiran los mármoles sonoros
y tus ojos me miran amorosos.
* * * * *
Serenidad
Los ríos hermanan una palabra humilde
si esperar en su ribera es imagen para el alma.
Dardo de dulzura finita a despejada frente de su linfa
como un pequeño caracol abierto en trébol.
Preguntan por nosotros y su voz menos húmeda
para en el aspa de la hierba que nos besa.
Su ventana tañe las sirenas del tiempo:
mínima espesura su caudal de cuerdas amables
si duda el remanso bajo el puente del día
o la fuente afables álamos desata.
Desplomados ruiseñores labran su sueño
en pequeñas planchas de oro sonámbulo.
Ahí la pátina del otoño levanta su estandarte
y al final siempre besa a la doncella de la grava
hasta la quieta alcoba del fondo alcanza
el undoso brazo, apretado por el frío,
la favorable flor que trae hasta su pie desnudo.
De "Los cuadernos de Marsias" 1973
A plena luz...
A plena luz. A hurto y sombra
ensayo a escribir tu nombre.
No acierto con las letras.
Vacilo en el aroma. Me iluminas,
su rosa trascendiendo.
¿Cuántas auroras morirán
antes, amor, de que termine,
ya ciego y loco, de escribir tu amante
amor o amor, acaso, amor,
a cambio de tu nombre, amor,
que olvido sin saber si lo recuerdo?
* * * * *
Ama la flor al sol que le recrea...
Ama la flor al sol que le recrea
en claro estilo su perfume; envío
el pájaro en espumas recatado
si por cercano arpegio de la nube
oros culmina sobre el árbol. Pluma,
ceniza, amor. Cenit hacia el oriente
del remirado sándalo encendido,
mas fuego en llama entreverado, amor,
la dulce poma de tu lengua al lápiz
sobre el temblor del cuerpo en donde trazan
un nuevo espasmo para el sol tus senos.
* * * * *
Amorosa trepaste hasta mi pecho...
Amorosa trepaste hasta mi pecho
después de confesarme cómo un niño
tejía ya la vida en tus entrañas.
Allí indolente como en blanda cuna,
con ronca voz de sueño me pedías
el vetusto relato de la viuda.
Sin omitir detalle dije
al nardo de tus oídos,
dispuesto a las delicias de la fábula,
cómo engulle a grácil, la divina,
uno a uno sus ágiles hijuelos,
después de que los tontos
pretenden escapar en vano
de los blancos, redondos huevecillos,
recién cascados con ternura
por su pilosa madrecita.
* * * * *
Intentaré trazar las letras...
Intentaré trazar las letras
que leídas al revés
recojan por lo menos
el testamento de quien muere
porque sí muere.
Lego la saliva
por mi lanzada a hurto en menoscabo
del topo azul del cielo,
al mudo corazón donde eternizo
la caníbal disputa wagneriana
del viejo ruiseñor de Teócrito,
con los novísimos cuplés
ideados por tus muslos
sin cese ni reposo.
Para siempre.
* * * * *
Pasó vistiendo la hermosura sola...
Pasó vistiendo la hermosura sola.
Su clara desnudez del día era.
Al grito intemperante
de los eunucos fariseos,
por toda piedra le arrojé
el ojo sano de mi cara.
¡Por el amor de Dios, paseantes,
no queréis describírmela de nuevo?
Mi amor
Mi amor es pústula
por el unto del odio
apenas encubierta.
* * * * *
Permíteme mugir tu nombre...
Permíteme mugir tu nombre.
No te merece al esplendor
de un sol euclidiano, Marsias.
Mas déjame morir si el alba pone
por fin desvencijado,
el huevo de avestruz
en cuyo centro amor han dicho
que el dado de tu nombre
axial su furia agita
en las herbosas sienes de Pitágoras,
bajo un terrible mil y un cero.
¿Lo ves, amor? -los números rodantes
en manos del fullero Apolo
igual a ti, trabajan en mi contra.
De "Manual de simios y otros poemas" 1977
Arder sin cese
La soledad lleva tu nombre.
Tu sexo. La hierba. Mi persona.
Rumorea luces perdidas. Delira
y al soñar camina en llamas.
Alto destino arder sin cese.
Pero la soledad, tu soledad,
la mía, la de siempre. Toda.
Pero la soledad describe limbos
y memorias. Aturde ecos. Ondula.
Repite voces dilatadas
arpegiándote, modelando mano
de instantánea aparición y parte.
Eco ondulatorio como agua ciega;
esperanza de llegar a tierra,
mi soledad. La tuya, Mar dormido.
Su sensitivo diástole amoroso.
Más allá, en tierra. Soledad
sitiada por el cielo bajo, en sueños.
Se violentan ondas terrenales,
peticiones a la carne, el ruego,
como si ardieran, como si barca
o barro de ecos despertaran.
Palabra dormida, al fin; soledad
la miniatura pendiente, muros
en diástole a mitad del fuego
con saturados corazones polvorientos.
Como hierba, tu nombre. Olvido
volviendo el rostro hacia la sombra.
Tú y yo sobre el mundo. Dándonos,
huyendo hacia el claror arbóreo.
Su destreza signando ramas navegantes.
Y tú, nuevamente, como el mundo y yo.
Devotos ambos de fetiches azules,
mitad peces, mitad perros de hastío,
doblemente tristes al amarnos
y poblarnos con transparencias:
llagada soledad cautiva al aire
donde trazas soles y altas nubes.
Tu nombre va conmigo y me ensueñas,
pienso, asimilándome a surco llameante.
Detienes el reflejo entre dos pieles,
destilas mi frente sobre vasos
que fueron un día laborioso júbilo.
Me abandonas en tus costureros
mientras disecas cosas tristes
como soledad fugaz de la estación.
Me reiteras, dícesme nombres
aún países puntuales, tantas luces,
calles anegadas de pasos,
aquellos parques sensitivos. Laicos,
como nuestros corazones devorados
por ángeles oprimidos bajo una rosa.
Inquirido fantasma la flor celeste,
radiante hacia tu sien. Crepusculares
presencias sólo entrevistas en soledad.
a la hora del gemido nocturnal.
La soledad lleva tu nombre.
Y tú has olvidado el mío.
* * * * *
Cubierto de rocío
A los artistas Luis y Pilar Rius
Con fuertes puños llama la sombra.
Hay en mi puerta un cartel que dice:
"No pasarás". Me tienta con mil nombres.
Un dulce acento trata, aspira en vano
a persuadirme. Añade con rumoreo inteligible,
suspiros, palabras de otros sueños.
Se repliega derrotada, como diluida tinta
en la tremenda noche; pero al sonar
de nuevo el día, vuelve,
cavilosa torna hasta mi puerta.
Llama. Nuevamente: "Ábreme", pide,
mientras los nudillos redoblan su reclamo.
Atreve pequeño pie de alhaja mendicante
por cualquier rendija, toda labios y súplica,
fluyendo como río pesaroso en su ternura.
Enciende los cabellos, frotándolos.
Resbala a prisa la palma de sus manos.
"Abre". Es río de gemidos a mi puerta.
Tinta, he pensado, para emborronar adioses.
Golpea. Sangre en los puños. Reclama.
Lágrima se juega antecedida por la noche.
Sé que ha aprendido de la flor ausencias
al volcar perfume de tiniebla.
Quizás me espía, su pie en racimo
escurre sordo a través del ventanuco,
ordenándome en su ejército de invierno
o aprehendiéndome ,mediante anhelos
que huyen por su harapiento guante. La sombra
llama. Razones de dulzura dilapida.
Quizá debería abrirle, pero es tarde.
En la mañana. A mediodía. Se hace tarde.
Siempre es tarde. Siempre es tarde.
Niña expósita, abandonada junto al quicio
es la luz que la habitaba, de pie,
cual desesperado centinela bajo un sol
de tristes climas, más allá, buscándome.
Los golpes reitera. Tañe los tablones,
alarga gemidos de borrega destetada.
Allí, junto a la puerta, se desprincipia
temerosa de la noche; pero lleva su luz
en forma de paloma sobre muerta nieve.
Huye a través de ramazones de árboles abúlicos
a piedras de soledad. De sí misma huye
fuego que aprieta su interior.
Pero torna. Su cabellera es viento,
flota junto a espesos paños.
Ya sus ojos no son ojos. Agujeros
de locura en sorpresa y ausencia.
Su llamado suena ay a choquezuela,
a color amarillo, a flor sin funeral.
"Abre", reitera con torpe voz de tierra.
"Abre".
* * * * *
Dorada de toda desnudez
A Elena Jordana
Podemos advertir sin yerro
dónde empieza y termina el círculo goloso,
pero nunca dónde acaba el mal de su dulzura.
Quien libre esté de Gracia que me siga.
Erige la manzana la imaginación al día,
porque la luz sin ella, amigos,
sería dilatada palidez y nunca
radiosa perfección al goce plena.
Podemos predecir las estaciones
que gestan colores a su piel, pero nunca,
lujuriosos impacientes, vaticinar su amorosa carga.
Miradla en lo alto de su torre arbórea,
transparencias del aire enamorado usufructúa.
Besos acendra. En providentes paraísos,
tentadora en la crujiente rama, sueñan
continuas hemorragias sus vehementes soles.
Su dulzura, apetecido mal en competente amor.
Su tránsito, tras infinitas somnolencias,
la pasión. Radiante desazón con alma, jubilosa,
la más amada de todas las mujeres,
entre néctares caníbales emerge,
dorada de toda desnudez, triunfante,
elaborando el himno de morderla sin medida,
celebrada por espumas,
una vez siquiera.
* * * * *
El viento, larga herida. Existo y sufro...
A Juan y Clarita Mora,
estudiosos, imprescindibles
El viento, larga herida. Existo y sufro.
Padezco exilio en carne viva. Pienso;
profeso inhábil ardores de un verano ciego.
Elaboro, desatentada voz, llamas y flores
con canciones que restan verduras a las eras.
Tendido en tierra, amortajado de colores,
desato tristes memorias. ¿Me divisa el río?
Sí. Sus planetas con celeste amargor
me miran a los ojos; prosiguen rumoreantes
menesteres; suministran, impávidos el rigor
incalculable de quien como tú, dulce piraña,
haces aún más desesperadas estas líneas
con tu ausencia, que deploran viento,
tierra, río, flor y llama; la campiña,
con creciente desconsuelo.
* * * * *
Llamó a la puerta un día, el mar. Sedujo...Llamó a la puerta un día, el mar. Sedujo,
entre las olas solo, la agonía.
Llamó a mi puerta solo el mar un día;
pero entendí la noche que produjo.
Entre las altas ondas me condujo,
llama de sombra, su melancolía;
y aquella blanca nave sólo mía,
a ser ajena noche se redujo.
Hoy que lo entiendes, dime amor cuál río,
camino en movimiento, es quien me nombra
en olas tristes que tu arena apura.
Responde con pasión al labio mío
antes que al río el mar un día, sombra
conceda. Y a tus ondas sepultura.
* * * * *
Lo importante es llegar. Vivir (ahí) el instante...A María Antonieta Domínguez
Bella. Inolvidable
Lo importante es llegar. Vivir (ahí) el instante.
Seguir justo hacia el muro. Llamar con nudillo recio.
Interrogar. ¿Llega la respuesta? Mirar el aire
y tomar medidas. Luego en la pared hendir el clavo;
con bronco gesto deshuesar pollo y colmena
tramontada la mejilla –embriagados en la triquiñuela
del paraguas pero volver al estado edénico. Inquirir:
"¿Perdone, vive aquí Angélica?", esperar que torne
la fámula cuya sonrisa es arcoiris y he aquí
que vuelve descubriendo que nunca tuvo lengua;
por ello sus palabras son imaginación y eclipse,
repetición de estero en plena calle, canicular es
con su aquí, su allí, sus pájaros con papelitos. Ahí.
Justamente en el quicio, Angélica escucha a pregunta:
"¿Perdone, vive aquí Angélica?" Revierte misterio
yéndose hacia el fondo. Volverá sin habla
porque tú, reventador de globos metafísicos
(ojo con Break-up), te empeñas en revivir mitos,
haciéndole a loquito sin importarte los árboles
arrancados de raíz por un Orlando ferruginoso.
Te gustaría serlo. Puedes, deberías serlo: Medoro;
él deberá templar nuestros laúdes corazones
y dar en pago porciones de angélicas, la venda
de su falda, o l eones que recorren invisibles el borde de
sus labios al momento de besar
y ser besada. Pero el imbécil (tanto puede así el rencor)
ni siquiera escucha los puñados de envidia
contra su ventana. Entretenido con la bella en darle
cucharadas de pornografía por si ella no supiera hacerlo.
Y todos aquí como pazguatos viendo las perradas de Nixon,
Templando los carrillones del fútbol malón y pútrido,
llenándonos de cebada caminados de cerveza, aspirando
perfumes cercanos con gasolina al hombro. Mientras
Medoro, escuchadlo rehileteros del resentimiento,
se arma de piel, de satinados senos, aljófares,
humores entre perlas distilados. Y no hay caso. El
reumatismo. La tos renuente frente al televisor.
Alguien llega y dice: "No eres hombre de tu tiempo
como Dante fue del suyo. Perogrullo de la eternidad."
Te metes en los surcos del disco: malestrom
llamado Richter y todo se chinga porque,
sin remedio, te evades de tu siglo; no digamos
de mi/tu minuto. Empiezas a malografiar cielos
confundidos con legañas.
Angélica, nube y perfume, allá,
lejanamente, después del acto con ya sabes quien te envía,
desde el fondo del disco su dulce, cálida, interminablemente
tierna meadita, arpegiada con algalias, escondida entre
rosas laboriosas a la sombra del oro.
* * * * *
Polvo enamorado
A Roberto y Cuca
A la sombra de Brahms
Lo arroyos puros
se adormecen al son del llanto mío,
y, a su modo, también se duerme el río.
Al sueño, Quevedo
Llamó a la puerta un día, el mar. Sedujo,
entre las olas solo, la agonía.
Llamó a mi puerta solo el mar un día;
pero entendí la noche que produjo.
Entre las altas ondas me condujo,
llama de sombra, su melancolía;
y aquella blanca nave sólo mía,
a ser ajena noche se redujo.
Hoy que lo entiendes, dime amor cuál río,
camino en movimiento, es quien me nombra
en olas tristes que tu arena apura.
Responde con pasión al labio mío
antes que al río el mar un día, sombra
conceda. Y a tus ondas sepultura.
* * * * *
Yo, tu fantasma
…la mujer a quien declaro mi amor
oculta tras la espalda el puñal que ha de matarme.
Kean, J. P. Sartre
I
No seré quien soy si tu silencio
me incinera, Sibila. Ni mañana
ni nunca podría ser el que me habita
si tú, sobre la mesa, desdeñas
mi taza de café sin día.
Nada ordenaría
la veloz paloma contra el cielo
y la muerte, rodilla temblorosa,
si emprendes mis humillaciones
flameando viejísimos sudarios. Tenme
sobre tu frente, sien de las pasiones,
en tus labios, plañidera,
hoy, ayer, nunca; ruptura de mis hojas,
tus olvidos; letra enmarañada
bajo el sueño y tú,
con quien desposa la vigilia
toda perdición.
Me retienes
bordeando paredes idénticas, voz
y cielo parecidos, comunicándome
mundos similares; pero tú,
más alta aún, vigilas mi agonía:
abstemia sombra manchada de tabernas.
Árboles viejos como árboles.
Alondras de sinuosa trayectoria
sepultan en tus piernas mis deudos.
Troncos de vieja condición marina
van con lengua verborreica a los orígenes,
vaticinios donde trazarías
caminos de arena enardecida
con un reloj de carne, mirándome,
tolerada sobre el horizonte ya desastre.
Lejanía llevándome hacia ti
al fundirme en vehementes búsquedas
sobre el nocturno lecho.
Lluvia
de pájaros: Canto encendido bajo tintas.
Son cabaretes sudorosos
vestidos mis harapos entre el ruido
de gramófonos fuera de tiempo,
parecidos a tus noches, oh Perniciosa,
fulgor de mi ceguera; mujer que ruedas
patasarriba mientras pregunto por ti,
por lo que arrancas, Sanguinaria,
del fondo de las depredaciones.
Noche en sí
mediante Cristos de hollín, más lágrima
ordenada en batallón solo el destino,
desdibujándome en cuadernos
y fumarola de belitre estrella
o bocanada de sobajados cigarrillos.
Me desnaces.
En el fondo de los ojos
rompes fotografías tristes, yaciente
sobre cojines de cemento
a la hora del minuto al describir
dibujos húmedos, asimilándome
a fieras jabonosas, relajadas
aún sobre sus garras: dañado aliento
su comunión secreta,
tú lo sabes,
pero arrebatadas en noches insomniosas
porque insistes en hundir las uñas
en mi rostro mientras canto viejos valses
sin atenderme, sin sujetar mis brazos,
negándome la copa de la vida.
No soy nadie,
infundes apretadas neblinas a mi paso
y añades selvas a mis platos
ofendiendo piedras florecientes
al borde de abisales tazas,
este banco de gastada pata, mis manos
un gesto después del crepúsculo
como la duda de no verme en tu almohada,
Sibila,
informe perfección, no me olvides;
devuélveme al coito de la vida.
Yo,
tu fantasma, el que nunca ha sido
ni será, yo a quien darías puñaladas
sin piedad dejándole morir a tus puertas.
Yo, el más triste de tus amantes
te lo pide.
II
No soy quien soy, el que agoniza. ¿Luto
sin cese soy? ¿Memoria sin recuerdo,
o bien, tu sombra? ¿Olvido en cuanto pierdo
la raíz al puro tacto más el fruto?
Sin tiempo, estela; o tela de un minuto.
Sombra que sabe a tacto si te muerdo
el fruto funeral. Exequias ver do-
lerse el alma a tus ángeles en bruto.
Destino a secas soy. Mis lobregueces,
en tu asma empollan. Cavo tu cisterna,
no en el polvo, sino en la sed que nombras.
Pero sí soy quien soy, tosen los jueces.
La luz apura el alma, y tu linterna,
es sombra iluminada por mis sombras.
Aquí...
Aquí,
el solio del obsceno.
"Rebeldes ángeles caídos,
de todo corazón abominad
la música porque ella desconoce
el cinismo del tiempo.
Sus continuos abismos sepulcrales,
las calaveras impetuosas
que labran incesantemente
su imperfección."
Estas son las palabras del obsceno.
* * * * *
Mágicos sábados. Humildes días...
Mágicos sábados. Humildes días
de la consolación. -Transitaban tus pies
naranjas gigantescas y aldeas de ojos verdes
de las uvas con aspas en la trompa.
De un solo hachazo abrí tu puerta;
soplé en tus pechos la mirada
de un blues, esta canícula de hormigas
obscenas; (la mirada abierta
del escote fundó la desazón,
el martirio y la música).
Amantes sábados en la sartén
de la semana destazada a pulso.
Elegías mi mano, todavía
garra prendida al seno de una copa:
en ella naufragaban viejos dioses,
en tus aretes bruscos, balanceándolos.
Entonces empujé la puerta hasta mañana
en busca del gránate feliz para los pobres,
y di las buenas tardes a tus bloomers.
¡Azules trampas descended por fin!
Encendiste los días sábados
enfrentando los ojos a los míos
que espiaron la rendija anaranjada.
"¡Quién vive!" -dijo el centinela,
de bruces, escuchando el diálogo frenético
del viejo halcón amaestrado.
Giratorio melón en la escudilla mínima,
días sábados, albos para siempre,
amables como piernas en las cercas.
Y todavía contra la pared,
solamente empujando
sin atender tu dulce reticencia,
-al otro lado juegan niños verdes-
faldas arriba; el tiempo despuntado
desmadeja tus cómodos limones;
todavía en la puerta el minucioso beso.
Trepidaban las lámparas. Tejones
transparentes salían de la alfombra
hendiendo el polvo mancillado
en los rinocerontes de tus pechos felices.
Polvo errante caía;
cielo, demente torbellino,
en tu gránate a pájaros secretos.
Pero debo cerrar los ojos sábado,
pensar cómo llama la muerte.
* * * * *
Tan sólo bastaría que la noche...Tan sólo bastaría que la noche
pisara los acérrimos jacintos,
las bestias del perfume
vaticinaran por tu boca
cómo la soledad es un espejo
de la podredumbre verbal.
Tan sólo bastarían tus palabras
para guardar el trono del obsceno.
De "Usted es la culpable" 1983
Usted, crucifixión de sombras
Dios, con vuestro poder empiezo este Desconsuelo,
el cual hago cantando, a fin de consolarme…
Ramón Llull
Acaba de entonar su canto, oílo
con claro acento diáfano, lo juro,
un bagazo de sombra. Con sigilo
su cautivo eco perseguí a lo oscuro
de un viejo corazón. Buscaba asilo
entre el peñasco sensitivo y duro
que, por usted Señora, en su ansiedad
reduce a luz difusa oscuridad.
Era una nota sostenida y pura:
cuajarón de miserias pero altiva;
asombro no mostraba en su ardentura
pero sí forma pasional y esquiva,
de objeto sordo que al buscar la oscura
visión de un alma que se dice viva,
mi luz apaga y luego se convierte
en anuncio cercano de la muerte.
Usted lo sabe amada mía. Claro
es mi destino ente sus manos; muero
porque sí muerto en mar, en ola, en faro,
bajo el terrible ayuno de su acero.
Desnazco a mi caballo, su reparo
es de la tierra que abomino fiero
porque su luz, Señora mía, crece,
mientras la mía sin cesar padece.
Producto de imaginaciones vengo
con paso desigual, sin más propósito
que oír la sombra entre mi canto rengo,
a dejar a su puerta un niño expósito
que hubo de engendrar mi corazón. Tengo,
Señora, que salvarlo. A su depósito
confío su precaria vida, tanto
como canta mi sombra hacia su llanto.
Entre sus manos dejo su ternura,
su día en el dolor articulado;
dejo su carne, traigo su conjura
de ser pequeño Cristo transformado.
Usted inyéctele su azul locura
mientras palpa su cuerpo lacerado
y percibe en la sombra de su ovario
la música infinita del Calvario.
Sobre un madero clávelo, inclemente
corónelo de espinas aceradas;
pregúntele despacio cómo siente
sus dulces y divinas puñaladas.
Amorosa destrócele la frente;
las entrañas, de usted enamoradas.
Ă“igale decir: “Muero, luego existo”,
en tanto reza Usted ante aquel Cristo.
Vuelve el sonido a revelar su guerra
de sombras. Fiebre de penumbra, arde;
la música es un puño que se cierra
en torno a mi garganta, o la cobarde
humana condición de ser la tierra
de quien alienta, nace y muere tarde
porque es Usted, sin más, la ley severa
que me ha prescrito que de amores muera.
Así es. De amores muero sin lamentos
de ociosa artesanía; muero y quiero
que vayan mis suspiros a los vientos.
Vientos quiero que mueran si me muero
sin pretender dejar mis aspavientos
de pobre moribundo en el sendero.
Sendero que yo quiero. (Sus pisadas
son pisadas de amor ensangrentadas).
Es un cuajo de sombras el que late,
repite y desestima mi baraja.
Es un grito de amor en el combate,
un manotazo frío hacia la caja;
es el musgo entonando el jubilate
a la existencia coja que trabaja,
en su risa morada de azucena,
el veneno de amor que me envenena.
Es todo mal, Señora, que enemista
virtud de un corazón hendido a pulso;
es dulzura atonal de la amatista,
un tajo a contralumbre y el convulso
sentimiento saudoso del artista,
esclavo sanguinoso del impulso,
que desea comérsela a Usted
y con su sangre mitigar su sed.
Arden las sombras, lujo intemporal
del espacio cuajado de serpientes.
Tango negro desata en vendaval
vasos de lumbre, cálidos nepentes.
Corre Justine seguida por el mal
desgarradas las fauces y los dientes
hincados en la carne de la diosa;
¿es flor la sangre, bella y primorosa?
Que no es el ruiseñor quien canta, oílo,
exquisita Madam Legere, lo juro;
era un puñal de amanecido filo
a cuya voz la carne de lo oscuro
caminos al morir halla un estilo.
Por eso entre su umbría me inauguro
seguro de nace3r a mayor vida
si usted, amor, me hiere con su herida.
¿Tal vez la alondra mañanera? Nunca
el cuajarón de sombras se produjo
melificando notas. La espelunca
abierta entre la carne se condujo
más bien, Amor, sobre la umbría trunca.
La voz sin luz Señora, que sedujo
mi corazón comido de gusanos
fue el cálido puñal entre sus manos.
* * * * *
Usted, tiempo inextinguible
Firme en mi amor y en mi tormento firme,
vengo a matarme yo, por no morirme.
Francisco de Quevedo
Aspiro temeroso asir la brasa,
ojo de tigre incandescente.
Invocaré su nombre, Amor,
su prodigioso nombre de avecica
amada alondra de los dioses.
Puestos los ojos en su rostro,
bello exorcismo de la primavera,
la rabia virulenta de la brasa,
áspid inextinguible, estrujo.
¿Escucha Usted mis gritos?
En nombre de la vida
la emplazo a que responda.
¿O acaso aguarda que, insensato,
apriete nuevamente tantas ascuas
como años calcinados
añade. Usted a su silencio,
más aún que combustible del exilio,
crisol del tiempo inapagable?
* * * * *
Usted, viacrucis mío
Lo que hice lo hice
para ti, mi sudario
Robert Herrick
¿Quisiera verme Amor, viacrucis mío,
en denodada lucha a muerte
con la más cruel de sus ovejas?
Si bien le place, exíjalo al instante.
Mañana al discurrir sereno
el limpio rosicler del alba
armado me verá con un cuchillo
matar a tan horrible bestia,
que todos en secreto nombra alma.
Usted,
culpable de estos versos,
su sangre beberá, estoy seguro,
en tanto lanzo en mi agonía
lamentos que transforman
en noche el dulce bostezar del alba.
A ésta tengo yo y ella me tiene
Boscán
A María Elena
Ella me puso amor;
dijo: éste es tu nombre
y a partir de aquel instante,
aquel momento,
no tengo otro nombre más que amor.
La noche
I. Persiste en el aire una herida
más grande que las cosas grandes.
Me busca. Me encuentra. Me abraza,
y al solazarse en la efusión,
¿lo digo?
me traspasa de ti.
II. La media noche en alto aún gemía.
Alguien preguntó por mí
tal vez por asustarme.
Logró al punto. Ahora
produzco entre visiones pétreas
voces lejanas con remar de dientes.
Sólo deseo, amor,
creerme entre tus sombras
ese alguien que me asusta
al preguntar por ti.
III. Alguien me disuade;
expresa su temor y me conmina.
Salto de la cama daga en mano
y busco al intruso.
No es nadie; es solamente
la telenovela del viento
en tanto un gato negro
crucifica mis ojos en los suyos.
IV. Hundida en un sollozo
la noche desmerece.
Lambisca sombras. Me divisa en ti
como si al anunciarse traspasase,
no su materia, mis tinieblas.
negros relámpagos escuchan
cómo nombro en tu cuerpo
otra noches cubiertas de cenizas,
tan llama aún como la aurora
en donde ardimos sin mirar la luz.
V. Rasgas la noche en muchas llagas,
una es luz yendo a su locura;
revelación de hormiga en ascua, aquélla;
más vaso irresoluto la siniestra;
y no la extrema, yo, a quien quisieras
preguntarle cómo puede
sin quejarse vivir bajo tu pie.
VI. Bajo la sombra mi relación
de líquida ventura es imagen
a tanta torre erguida
más allá de los sentidos,
sus adivinaciones altas.
La oscuridad, sobre plagarme
me destroza y desmigaja ego a ego,
soy cuento absurdo referido
por el tonelero ciego
remedado con afán euclidiano
por un señor en cuyas manos
el pan es daño con saudade.
VII. Soy palabra omitida
dice la piedra; sepultada
nadie escucha la dilatación
de sus rumores.
Soy sensación, nada
roída por la humedad
del fondo.
Me busco tantas veces
entre vetas demoradas;
menos en una:
temor de renacer.
a cuanto tú pudieras
delegarle al tiempo;
allí la piedra dice
palabras abolidas
por la luz anegada
con la sombra.
VIII. Si no te amara,
lo que se dice huraño corazón
debelado en cucarachas,
mi madre, siempre tan cercana,
invocaría la lepra para mí.
Y mi padre, siempre en la palabra,
sin más habría de elegirme
cerdos de gruñir bubónico
como bayaderas infinitamente
lamentables para amenizar
con sus encantos,¿oyes?,
los chiqueros de mi corazón.
IX. No me hagas caso, amor,
sin más apresta tus oídos
si te hablo en esperanza.
No me traduzcas al idioma
de asuntos abrumados de cordura:
mi persona no debe preocuparte;
salvo, dulcísima, al momento
en que tu olvido me devuelva
al fondo de la mar sin nombre
de donde no debí salir jamás.
X. En mí la noche emprende el viaje;
opción de ser sombría rosa o canto
a viejos continentes.
Ya sus guirnaldas omitidas, habla,
es dulce río su invidencia
al tentalear la piedra de mi espíritu.
Es flor. Al caminar se halla;
es tan feliz encuentro en sombras
jinetes traza para el viaje.
Ahí el perfume a sueño, el sueño;
ahí el sabor a noche, noche en vela.
Noche, pues, será narrarte
en un perpetuo paso cómo el alba
uncida a su materia,
es rosa de tu canto.
* * * * *
Lejos del alba
XI. No es verdad que no me quieras;
en cielo y mar, colmena y tierra,
encuentro huellas de mi látigo:
lictor seguro de tu Sade.
No.
No es cierto que no me quieras.
XII. Siéntate sobre las brasas
y dime de inmediato:
¿A qué huele tu carne
de adorables soledades?
Huele a mí que soy tu fuego,
tu flama siempre en alto,
su asador cautivo.
XIII. Hoy vi una flor imbécil.
No buscaba el sol;
orientada hacia el olvido
mostraba un seno lacerado;
famélica, sin pan
que llevar a la boca.
El frío la injuriaba;
sus lilas eran decadencia.
La convidé a pasar. "El té
-le dije- espera. Pan de azúcar vibra
para ti". Pero ella,
tan pensarosa flor,
en lugar de abofetearme
se echó a llorar.
XIV. Si no te amara,
lo que se dice huraño corazón
debelado en cucarachas,
mi madre, siempre tan cercana,
invocaría la lepra para mí.
Y mi padre, siempre en la palabra,
sin más habría de elegirme
cerdos de gruñir bubónico
como bayaderas infinitamente
lamentables para amenizar
con sus encantos,¿oyes?,
los chiqueros de mi corazón.
XV. El fino espíritu de un lápiz,
en su extremada ausencia,
con precisión llevó mi mano
al admirable trazo de esta línea:
________________________
Tan justo se produce el brillo
y la imprevista anulación del ánimo,
que no podré saberlo nunca
cómo he de caminar en ella
sin
caer
al vacío
o
levantarme presto en caso de que tú
me arrojes a la sima de tu olvido.
XVI. Un traje gris vestido de hombre
te llevará la noticia...
Se murió de pronto. Así...
Como quien no quiere la cosa...
Diciendo tu dulce nombre...
Escupió de pronto entre toses
abrumadas de puntos suspensivos
los puntos suspensivos
que acumuló en su vida.
XVII. ¿Sabes por qué me desvaloro
a grados vergonzosos
mientras te elevo hasta la altura
en donde Dios gobierna?
Porque te quiero en entrecejo,
maravedí en manos de mendigo.
Y porque en tus insomnios, tú,
o prefieres lo infinitamente grande
o lo infinitamente chico.
Y yo no soy lo segundo.
XVIII. Con lágrimas eternas
borrarme de la tierra quiere amor.
Tal es su pretensión, su desmesura.
Junto al árbol, la lluvia sin caer,
mi pie de plomo pisa lágrimas.
Pidióme que llorase a pierna suelta.
Exigió el emblema de mi entraña
Dijo: -Si lloras de verdad
sabiendo de memoria cada lágrima,
aboliré el pecado de las albas
y el hambre que adoleces.
Tal cosa dijo amor.
XVIII. Como es el entusiasmo
por ti donado a mi tristeza
medida rebasada por lo ingente,
un molino hago de los días
en donde el año se hace harina.
El tiempo sin mañana me desbasta
en puro polvo de nostalgia
y en tal manera jubiloso
que temo, amada caudalosa,
perder amargo la tristeza.
Es ella mi única alegría.
XIX. Algo descubre cómo amor
me borra de tu corazón.
Algo de sol oscurecido tiene;
de migajón urdido en frío;
algo perdido en universos
de canticanto roto en la cisterna
en donde yace una sirena muerta.
XX. Mirar los altos cirrus
cómo devoran la distancia
al alma satisface,
mas las hormigas cargan sin medida
el peso incalculable
de pesos colosales.
¿Hacia la altura, Amor, se lleva el alma
y sin duda hacia abajo los sentidos?
Dime, ¿dónde estás tú,
a quien concedes tus favores?,
¿a la orgullosa nube deleznable
o a la hormiga de fuerzas eternales
con mi dolor a cuestas?
* * * * *
La ablución
XXI. No dejaré de ser
así la alejes de tu cercanía
tu mejor amiga
el agua.
En sus claras pupilas
reposa bosques
músicas menos recurrentes
así lo refieren robles
entabla el diálogo esperado
y tú entonces
serás feliz
dejaremos de morir
un poco.
XXII. Lava tus manos
si presientes
sobre ti el peso
de unos ojos infinitos.
Piensa
son ángel de papel
azúcar fidelísima
en memorias sumergidas
hasta la transformación
del agua en otro pasmo.
Esta que ríe lluvias.
XXIII. Rebusca en sus entrañas
la floración de un armónium.
Si subyacen mil infancias
volverá a crecer el tiempo.
Desmenuza esta idea
vista la corriente
de la noche. Su humedad.
Nadie estará al final
libre de culpa
si no besa copas rebosantes.
El líquido es hermoso
al escanciársele
como piel
tras un perpetuo fluir.
XXIV. Bajo su embate /
¿sabes? / las rocas
desmadejan su dureza
de arena / su violenta
consistencia hacen /
mundo son / instante
pasión de tierra reducida
a pensamiento granulado.
Agua agua agua
más aún que idea
memoria del mundo:
imagen tras espejos.
XXV. Si fuéramos menos llama /
lo que se dice objeto
expuesto a la tormenta
el agua pondría en nuestras manos
los sentimientos del trigo:
balbuceo entre silvestre
canon. Flores campesinas.
Pero no es así.
Demasiado estrictos somos
al compartir males irreparables.
Tanto a más secos, somos,
que pedernal en aterido fuego.
Debemos enmendar los pasos.
El amor lo pide.
XXVI. Llevas contigo al niño
cuyo rostro pide el agua
de la fuente cercana.
Llévasela y tórnalo
al cuento del ruiseñor /
del coyote / Nana Coneja /
a la luz de gotas infinitas:
alivia sus pesares.
Al día siguiente de la hazaña
bajo el cielo de junio,
singularmente humano
el niño revelará su rostro
y tú y yo su sed seremos.
XXVII. ¿Cuándo has escuchado, amor,
ladrar al agua en días claros,
en noches lunadas
mientras la madre indígena
come la modestia de un tejón?
El agua nuestra de cada día
nunca acometerá tal desmán.
Habla / dice su discurso
bajo el sol /
sobre la punta de los pies
de espigadas cataratas
y es forma de silla
para la madre indígena.
Mírala, contempla
cómo el agua de la vida
llena vasos transparentes
de su historia
inmaculadamente dolorosa.
* * * * *Llama de mí
XLII. No me conozco. El sabor,
tras su pequeño eclipse,
me desconoce. Ni la luz,
tamiz al ojo, sabe.
¿Seré el reverso, mi otra faz
en apartado olvido?
Nadie es náufrago; el mar,
trama de repeticiones,
no me conoce. Nadie
amor, me identifica,
a no ser tú. Tú,
sensible tierra; oído
en fuego al paladar
desnudas mis raíces.
Tuyo soy, lo aúllan
lunas cautivas.
No me conozco. Árbol,
mueble del pasado;
también sus barcos
sobre la mar daltónica
hacia la otra orilla.
Sólo tú eres; real
en mi reverso estoy.
Antes, hogaza de tiempo
en bodegones silenciosos.
De tal ahí sí soy,
tu ahí, amor.
Alegría de saberme
diferenciado en cada cosa.
Tú, amor, llama de mí.
XLIII. Vuelves a mí.
Me hojeas al medir el tiempo.
Lees largos párrafos
hasta descubrir océanos
temperados en perezas
al yacer en tus rodillas
a mitad del tiempo
como árbol de raíz izada
hasta la cúpula de un templo.
XLIV. Déjenme escucharla,
oír cómo se queja;
acaso sus silencios
quiera oír, cómo se encanta
mirándose al espejo.
Déjenme tener entre las manos
sus lobos luminosos,
el epitafio del espejo
en donde amor exacto
vence a la luz
con sus corderos.
XLV. Hay una canción que canta el mundo;
muchas hay: las cantan los perdidos.
La canción (nuestra canción)
es música por cuyo ensalmo
nace la tierra en pensamiento
pero lanzada hacia el espacio
en donde el sol lo quiere:
siempre lo ha querido, amor,
hacernos sitio.
XLVI. ¿Sabes?
Nombrar sombras de las cosas
compete al más sensible
de los girasoles.
Destinan gestos de sus cuellos
al seguir al astro.
Durante las primeras horas
son triunfo de lo efímero
yendo hacia la inmortalidad
de las tardes sin mañana.
Así es mi amor.
XLVII. Con solo tú quererlo
todo tendría un nombre;
ah, cuántas cosas hay
que no lo tienen
por ejemplo, yo.
No sé cómo nombrarme
sobre todo después de ver tus ojos;
ellos lo cambian todo
talvez para borrar al mundo.
Este tampoco tiene nombre.
XLVIII. Tú piensas en secreto
negarme tu secreto
que ya sé.
Te abstienes de que sepa
con cuánto afán un día los espejos
una paloma encinta
sacaron de las aguas
en tanto tú, dulcísima,
con doble llave condenabas
a tu infidente corazón
para que no me lo dijera nunca.
XLIX. Suena el reloj:
su campana de noche,
su yo profundo;
suena y tú duermes.
Por ti velamos
la campana, el reloj:
el yo profundo
de la noche;
el silencio lactante
de tu sueño.
L. Cuando despiertas apeteces
el pávido pomelo.
Secreto en su frescura,
intacto en sus granates,
instantáneos crepúsculos propicia.
Así traduzco, amada mía,
palabras que Pastor Cervera,
merced a su divina trova extrema.
LI. Frente a tu casa crece
un árbol laborioso en profecías.
Sumido en su penumbra habla;
a solas habla y dice
memorias para el tiempo.
Con cuánto amor sonríes, me refiere,
al signo en humo de los perros,
al impetuoso sol de mediodía,
a rosas imitadas por las rocas
nombradas por las rosas.
Te observa y te describe
con un rumor a yedra
adherida a paredes amorosas.
el árbol profetiza.
LII. Nos es dable escribir en las paredes,
¡vivan las bugambilias!
Mirarlas cómo trepan
entre el color gozoso.
Nos esté dable todo, menos
dejar con labio uncioso un beso
en manos de los aires,
autores son de bugambilias tristes
en mis nocturnos muros.
LIII. El día en su acabada obra
con lúcido sentido reconoce
cuál es tu casa, amada mía,
se vuelca en rojos y amarillos
al escribir tu nombre
sobre el horóscopo encendido
de transparentes puertas
que, al entonarlas, ¿sabes?,
recuerdan el incendio
de locas bugambilias
en donde yo contemplo al día,
su esmeradísima obra,
sin cese trabajar por ti.
LIV. Pero haces la buena señal;
desciende el cielo en copos
las yerbas te rodean,
te tornan transparente.
Flores de abril persisten.
Esplende agosto caluroso;
pero ellas, todavía,
pronuncian su primer perfume;
se oponen de la edad al paso:
no son minuto de la nada.
Te siguen y por ello nunca mueren.
LIV. El perro del vecino rico ladra.
No son las tres de la mañana.
Deambulo por las calles.
Nadie me mira remontar las sombras.
Las estrellas contemplan hacia el monte,
nunca hacia mí, el desquiciante.
Igual a los gañidos de los perros
una impresión persiste en acuciarme.
Cuando dijiste “Yo te amo”,
las mil jaurías de mi corazón
rompieron en ladridos
y las estrellas del vecino rico
miraron hacia mí
y no hacia el monte,
más pequeño ahora
al aceptar mi justo orgullo
de amante afortunado.
LV. Hombres hay que venderían
en mercados, lonjas y bazares,
su pobre alma al cuerpo ajeno;
o el cuerpo enfermo al alma
mendicante, sin más finalidad
que ver salvaguardadas
la vida y sus axilas.
No quiero ser persona
a quien imputen tales desvaríos.
Compra mi alma tú, en buena hora,
y verás cómo todos en la tierra
lapidarán las puertas de tu casa
con rosas, estrellas y diamantes
pretendiendo sofocarnos
con su estúpida riqueza.
LVI. ¿Sabes cuándo amor
me dijo: ¡Quiérela!?
Fue el día de la gota
entendiéndose en el mar de su paciencia
junto a nubes añorándose en las nubes
sobre un cielo más azules que distancia.
La misma gota de agua
convidada por el aire al explicarse
cómo y cuándo amor me dijo:
¡Quiérela!
LVII. ¿Quisiera usted mi vida
prestarme el corazón
que le encargué?
La rosa de encarnada vida
nacida en su jardín anoche
incontinente me lo pide.
LVIII. Vives para siempre
en mi corazón.
Ello limita el movimiento
libre de tus pasos.
¿Cómo respiras
en estrechez tan grande?
¿Podrías, si quisieras,
labrar un ventanuco
en las paredes de tu cárcel?
¿Y cómo liberarte si ocupas
resquicios, relojes y cancelas,
sus vueltas y retornos.
Lo que se dice, amada,
zapato rojo sin frontera,
semilla, idea de árbol,
cárcel volcada en otra cárcel,
prisa siempre detenida,
alegre lobreguez, inapetencia?
¿Cómo escapar de su estrechez
si es amor, mi vida,
el insomne carcelero?
LIX. Infamo el pliego de papel
al escribir mi nombre.
Pero tú, canto y alabanza,
al deletrearlo lo redimes.
Sobre mi frente inscribo el tuyo,
como un devocionario que dictaran
floraciones del alba agradecida;
uncioso oficio sombra mía
al ventilar amor
las cuadras de mi Abdera.
LX. Pero sí me amas,
prescrito lo han lejanos astros,
la huella del castor sobre las aguas.
Donde haya de posar los ojos
o tentalear estremecido,
hallo los signos indudables;
dicen: aquí el castor estuvo
bajo astros rutilantes
labrando con su rastro tu ventura.
LXI. Déjenme seguir las voces
espasmos de la copa
bajo el destino
cenit de sus transfiguraciones.
Si han de dejarme amor,
me llenaré de ti de tal manera,.
avistados los corderos
de las sublimaciones,
que no sabré nunca dónde empieza
la mano de tu mano
y el cuerpo de tu cuerpo.
LXII. Haz el esfuerzo,
quiéreme;
en sorbo de tinto
y la dorada hogaza,
cuanto Dios promedia
entre tu sonrisa
de varios años ha
y la verde madurez.
Comámonos sin melindres,
sin esfuerzos,
como si naciéramos
modelados por divina
humana levadura.
LXIII. Pero si e quieres.
El fuego a cedro
de las panaderías
viene a decírmelo.
Tus manos en la harina
dejan estelas;
más allá dedos del ayuno
cuando comía tu presencia
entre lejanos páramos.
Sí me quieres dice el agua
al agua
mientras me consumes en tu fuente
a medida que el día
parte su pan con la colina.
LXIV. Sé que pides la sustancia
de la primavera
en las panaderías.
Dices: “Quiero comulgar.
Educarme en golondrina
merced a la tarea
del pan salido de la llama”.
Lo sé; lo he sabido siempre.
Llama de mí.
LXV. Información de llama,
tú y yo en solo un trazo
cuando amasamos
también transfigurados
el pan que Dios Nuestro Señor
nos dio por cuerpo.
El Rosedal, Coyoacán, 18 de agosto de 1984
Futuro
Tener un nombre, lo primero.
La mujer. El fusil de dulce carga.
Estrellas caudalosas.
Después, lo que se adquiere con el aire;
el agua con la sed, la geometría, el hambre.
Antes, haber cavado en la ceniza
la madriguera de la brasa,
tatuado en rostros inconclusos
el infortunio, la miseria:
traición del pan de cada día.
Antes, copa del viento la garganta,
haber destrozado el romanticismo,
sus rosas petulantes,
su copa encanecida
mientras ciega el fusil de la esperanza:
la nostalgia del mundo sumergido
en la gota de sueño.
Porque después, escúchame, vendrán
los efímeros leviatanes
rabiosamente hincados
en el cuello del hombre que agoniza:
comerciantes de doble y triple dentadura
mientras nosotros, pueblos
del mundo, terminamos de crecer.
* * * * *
Fraternidad
Tomaré el lápiz más humano. Lápiz
sin crótalos ni luces invisibles,
sólo el color, la forma sin olvido,
la aljaba de los panes milagrosos,
el agua en llama cuantas veces quiera.
El ojo de una sombra, sus vacíos
fielmente retratados en el vano,
el maxilar y la medida, lápiz
de azules golondrinas, paz del alba,
fruto del fruto y ámbar del trabajo.
Camino y pez en paz, fetal dolencia,
el canto en sorbo, el trazo justo, lápiz,
cernida estrella en la mañana, digo,
vivo diciendo lápiz que tu sombra
dibuje el alto cielo de mi patria.
* * * * *
Midas
La maldición fue ésta:
"lo que toques será en oro convertido".
Ni la doliente dalia,
que sigue al día como un perro,
ni la fastuosa hormiga
en el lecho en que yazgo,
han escapado al sortilegio.
Todos perecen.
* * * * *
Muerte
Reunidas las pupilas para siempre,
banquete es el afán y no la espina;
pero tú, devastado
martirio de hoy,
serás la desposada de mañana.
* * * * *
Mujeres
Tibias y poderosas,
salud en los molinos anhelantes;
aspas son, y luciérnagas,
misa del horno y la manzana.
Yo, cartógrafo en sus laúdes,
el mundo me destina
la forma de sus senos,
particulares, hoscos y gentiles.
* * * * *
Pesadilla
¿Acaso puse en los cielos nocturnos
las estrellas rutilantes,
en las aguas la simiente de los peces
y en los bosques la rabia de los árboles,
para que preguntes cómo he podido
incinerar mi corazón entre las urnas?
Hermanos, calcomanías, esteras, lobos,
pestañas, rojos retratos, vasos, postales,
mercaderes, horticultura, grises de humo,
pasos, nivel del alma, tornillos suspirantes,
quietud, incensarios bajo las lámparas.
¿Cómo puedes preguntar, entonces,
si tu corazón -festín de ratas-
yace incinerado y nadie lo redime?
* * * * *
¿Quién ha muerto?
¿Por qué mi alma vuela aún en pos de ti, oh prodigiosa?
¿Por qué al remover mis aguas emerge un brazo ciego,
armado con las armas del día y la profunda tristeza del mundo?
¿Por qué si nada existe ya fuera del círculo de fuego
mi alma aún te busca como sonda en un mar ilimitado?
¿Quién con mano osada levanta las cometas en el cielo
ignorando tus ojos de inocente transparencia donde yacen
el fin y el principio de la noche alarmada por los astros?
¿Quién busca entre tus vetas la pertinacia de los metales
que aduermen viejos ritos de nuestro amor ya sepultado?
¿Cómo y dónde hallar los recentales de cálido mugido,
unidos a tus pies, al otoño que tus pies dejaban
al segar la yerba del buen año y la respiración el mirlo?
¿Quién, entonces, ha muerto, oh prodigiosa, en las riberas
de lagos lúcidos, palomas propensas a desfallecer de ternura?
¿Acaso nuestra frente ha fallecido viviendo aún la tarde,
esplendiendo la aurora sobre la llama de un fantasma hosco?
¿Nuestras manos? ¿Los pies del tullido? ¿La prisa del jinete
que gana todavía la esperanza, en medio la batalla de los años?
¿Quién ha muerto aquí? ¿El lobo o el pastor? ¿Acaso la vigilia
de jardines episódicos, presos bajo el hierro del desengaño?
* * * * *
Recién casada
Las bestias se bebieron la champaña,
de rodillas, todas, con las copas llenas;
de uñas, todas, con los vasos rebosantes.
Tú, amor,
dulce hasta perderte en la inscripción
de este epitafio,
posabas los ojos en mí y sonreías
llorando cada gesto,
como si previeras mi muerte,
mi desesperación,
el adiós de quien te ha perdido.
* * * * *
Soliloquio
Escucha, amor, esta llama doblemente amarga,
su poblada deferencia de tiniebla.
Amados alacranes en tus hombros.
Mírame dormir en tu corpiño,
imagen, sensación de olvido.
Hoy contemplas la camisa que me diste
rota a mordiscos desesperados.
rodillas y hierba.
¿Quién organiza el funeral y muerde
el sollozo del último invitado?
* * * * *
Tus manos en las mías
Persistirá tu rostro sobre la espuma albeante. El barco dibujado.
Inscribí tu nombre en las cortezas de los árboles, a fresa sangre
di el color de tus ojos y en gotas transparentes, gajos del agua,
tallé la flor reclinada de tarde en un pañuelo roto, revuelto el arcón;
despreciada la máscara del día, los años apretaron tus manos en las mías.
¿Cuándo volverá la rama radiante de sol a impartirnos su lección de fiebre?
El camino lleva veredas de ventrílocuo, empecinados remolinos, alma y canción,
ermitas bajo el olmo en rapidez de sombras rumoreantes al desvanecerse.
El barco, ciempiés sus remos en el agua, ha empezado a caminar,
tus brazos tienden las velas amortajando la mucha lejanía. ¿Quién nos vive?
¿A cuántos seres habitamos, descritos en otras existencias libres de melancolía?
Sólo tú reconocerás la antigüedad del agua apisonada por las olas,
reencontrarás el camino en las vertientes, lúcida al hacer morada mi memoria.
Persistirán tus sienes, el palafrén azucarado en el frontón de la repisa,
tus amados indios, los negros maltratados como libros revueltos sobre un mostrador de zánganos.
La palabra amor ya no me es negada. Sugiere su maduración, sus rayos.
Tomo en la reverberación la lámpara que un nocturno día dirigiera mi ejercicio,
tú la agitabas entre los relámpagos de la sombra. Pies y brazos. Movimiento.
Entonces me tomabas en tus brazos. ¿Cuántas estrellas cambiaron sus primeros dientes?
¿Cuántos árboles renovaron el surtidor de ramas para encubrirnos?
La humedad es sólo nombre destructivo del agua o su vitalidad anónima.
La diferencia, su principio como quien, secretamente, menciona un bacilo fervoroso,
pero menos seguro de sí mismo, tras la huella del ángel arrepentido.
Ha empezado la secreta ablución. Los topacios atados en el interior del calcio lúcido,
prorrogan la transparencia al orar, mirando hacia el oriente, tenaces sus castañuelas cíclicas,
¡y he aquí parroquianos en los eriales que el agua había corroído la suma de las rocas
y su voz alcanzaba a tocar los paraguas del diluvio, hacinados en árboles y dólmenes!